19. Febril

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—¿Quieres que te acompañe? ¿Que hable yo con ella?
Byulyi negó con la cabeza. Le agradecía la oferta a Hyejin, pero aquello era asunto suyo. Tenía la sensación de haber roto algo muy valioso, un jarrón milenario o el corazón de una extraterrestre, que para el caso venía a ser lo mismo.
Pensó en lo tonta que había sido al creer que Yong no tenía sentimientos. Por supuesto que los tenía. Que no los manifestara o fingiera no haberlos experimentado antes, no significaba absolutamente nada. Recuerda sus lágrimas, se dijo. «Saladas» y sonrió con profunda melancolía.

—Creo que es mejor que suba sola.

—Vale, entonces me voy a casa —dijo Hyejin—. Siento haber liado tanto las cosas. Llámame si necesitas algo.
Las dos amigas se despidieron en el portal de Byulyi y ella se adentró en el gran patio sin molestarse en encender la luz. Le parecía que la oscuridad reinante hacía juego con sus funestos presentimientos. ¿Y si Yong no estaba en casa? ¿Y si ya nunca más regresaba? Había aparecido de la nada y podía esfumarse de igual modo, pero Byulyi quería pensar que no sería así, que al menos tendría la decencia de despedirse.
Abrió la puerta muy despacio y se sintió aliviada cuando advirtió que la luz del pasillo estaba encendida.

—¿Yong? —la llamó—. ¿Estás en casa?
Todavía olía al perfume de Yong y se embriagó de su esencia. Dio unos pasos hacia su interior y observó la antena construida por ella. Estaba encendida y emitía extraños ruidos, bip bip, clac, clac, clic, zum, zum.

—Estoy aquí.
Byulyi se giró en redondo pero no fue capaz de encontrarla.

—¿Aquí dónde? No te veo.

—Aquí —repitió Yong—. A tu izquierda.
Byulyi bajó la vista y se la encontró sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y cara de profunda confusión.

—Por un momento pensé que te habrías ido.

—No. Hasta el próximo miércoles no vienen a buscarme.

—Así que será ese día… —Byulyi se acercó muy despacio. Se sentó a su lado. Era absurdo que estuvieran sentadas las dos en el suelo, pero por alguna razón sintió paz allí, hombro con hombro, sumidas en la oscuridad, luces nocturnas colándose por la ventana.

—Sí, el miércoles a las cinco cero, cero de la madrugada.

—Ya veo… —Byulyi se echó el pelo hacia un lado y la miró con tristeza. Le pareció que no era una coincidencia que Yong le anunciara la fecha de su partida justo después de haber herido sus sentimientos—. Escucha, yo… creo que te debo una disculpa. Me he portado como una auténtica imbécil en la discoteca.

—Duele —dijo Yong—. Y no sabía que pudiera doler.

—Lo sé y lo siento. Pero quiero que sepas que no te he usado; no te he besado solo para darle celos a mi ex.

—Entonces, ¿por qué me has besado?

Porque creo que te quiero.

—Porque me apetecía. Lo he sentido así —enunció, titubeando un poco. El corazón le latía muy rápido—. Pero no te preocupes, no volverá a ocurrir.

—¿Por qué no?
A Byulyi le sorprendió esta respuesta. Era la última que se esperaba. La miró en busca de una explicación pero no la encontró en forma de palabras sino de acciones. Yong le acarició la mejilla con ternura y escurrió sus dedos por su piel como si deseara dejar una huella indeleble en ella.
A veces era como tratar con dos personas diferentes. Dos Yongs. Una inocente, cauta, torpe, algo distante y definitivamente aniñada. A veces fría, a veces adorable. Otra más directa, decidida, fuerte. Esa era la Yong que sabía lo que quería, dispuesta a explorar, a la que se sentía incapaz de negarle nada. A Byulyi le enamoraban las dos, ella en toda su esencia, pero no estaba demasiado segura de con cuál estaba tratando en ese preciso momento.
Pensó entonces en los besos que había dado, fragmentos de recuerdos que pasaron a gran velocidad por su mente. Pero sabía que en ninguno de ellos encontraría el beso que deseaba darle a Yong. Porque el suyo sería un beso que erizara la piel y rompiera el corazón, que rozara la suave piel de sus labios, que se acercara tímido a su aliento, dejándose caer poco a poco como si tuvieran todo el tiempo del mundo.
Un beso al que seguiría otro y después otro, cada cual más provocativo, hambriento y salvaje, hasta apropiarse de los labios de Yong como si quisiera traspasarla, hacerla suya, fundirse con ella.
Sería un beso huella, de los que no se olvidan fácil, de los que queman. Olería al suave perfume de la piel de Yong y lo sentiría vibrante en su lengua como un buen mordisco a una manzana.
Escuchó un gemido y se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados. Algo suave y caliente acariciaba sus labios, se enredaba en su lengua, la mimaba provocando estallidos de pura felicidad en el interior de su boca. Sintió unos dedos enredados en su pelo, buscando la suave piel del revés de su cuello y se dio cuenta entonces de que no le hacía falta imaginar un beso que ya estaba dando.
Se alejó un poco y la observó con su frente apoyada en la de Yong, estaba preciosa incluso así, borrosa por la cercanía, los contornos de su cara desdibujados, mientras saboreaban el poso del beso que acababan de regalarse.

—Yo también lo he sentido, Byulyi—le dijo Yong. Respiraba con dificultad, la mirada titilante como sino supiera si debía asustarse de lo que estaba diciendo—. Despiertas tantas cosas en mí que ya nosé quién soy.
Byulyi la tomó entre sus brazos hasta que su cabeza quedó apoyada en su hombro.

—No tengas miedo.

—Pero lo tengo. Tengo una amalgama de sentimientos que no soy capaz de comprender. Siento dolor, rabia, miedo… Pero también me siento feliz, ilusionada, incombustible. ¿Es normal? ¿Qué me está pasando?
Byulyi quiso decirle que a lo mejor eso era el amor. Sentirlo todo al mismo tiempo, de una manera irracional e incluso descontrolada. Quiso decirle que ella se sentía igual de febril, un poco enferma pero más sana que nunca. Y sin embargo,solo preguntó en un susurro:

—¿Tienes que irte?

—Sí.

—¿Volveré a verte?

—No lo sé.

Permanecieron en silencio sentadas sobre el suelo de baldosas del apartamento y un único pensamiento expandiéndose por la mente de Byulyi: el adiós le duele a quien se queda. Y era ella quien se quedaba. Porque el hogar no es sinónimo de cuatro paredes, sino de la calidez de quien te acompaña, de besos, ternura, bizcochos que nadie come, noches compartiendo almohada, martillazos a las tantas de la mañana.
Y Yong pretendía abandonarlo.

Sintió un incómodo frío recorriendo su espalda, pero no intentó moverse. Le pareció que podían dormir así, abrazadas, la cabeza de Yong recostada contra su pecho, respirando acompasadamente. Deseó que fuera así cada noche de lo que les restara en este mundo. Una mitad, una. Para siempre.

—Duerme conmigo esta noche —sugirió Byulyi mientras acariciaba su melena dorada.
Se puso en pie y le tendió una mano para ayudarla a incorporarse y caminaron juntas hasta la habitación, con los dedos entrelazados pero sin mediar palabra.
A veces las palabras sobraban.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora