12. La misma Yong, pero distinta

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Aquello era absurdo. Totalmente absurdo. Impropio de ella. No se reconocía en absoluto ni en su repentino nerviosismo ni en su timidez.
Si hubiera tenido un espejo delante le habría preguntado a su reflejo: «¿Quién eres tú y qué has hecho con Byulyi? Devuélvemela». Porque ella no era tan superficial, ¿o sí? Que supiera, anteriormente nunca había dado muestras de serlo.
Byulyi solía burlarse de este tipo de cosas. De los frívolos que juzgan a los demás por su apariencia. Sobre todo de esos programas de la tele en los que hacían cambios de look a gente desesperada bajo la promesa de que un nuevo corte de pelo y un renovado fondo de armario mejoraría su vida.
Menuda bazofia. Vaya tomadura de pelo. El que tenía problemas de autoestima, seguiría teniéndolos, pensaba ella. Y quien estaba deprimido, continuaría estándolo aunque renovara toda su vestimenta.
Sí, solía burlarse de eso, y aborrecía juzgar a la gente por su estatus social o la ropa que llevaba. Y sin embargo, allí estaba ella, regresando a casa, caminando en silencio, acababan de despedirse de Hyejin y sentía un nerviosismo desconocido ante la compañía de Yong.
Pero nada había cambiado. ¡Nada! Yong seguía siendo la misma Yong. Rara. Extravagante. Pintoresca. Con sus delirios paranoides y su torpeza encantadora. No obstante, Byulyi se sentía otra, y todo el mundo parecía notar el cambio de Yong. Ahora aquella extraña criatura resultaba… atractiva. Y no solo para ella. Algunas personas la miraban sin disimulo por la calle y no por los motivos de antes, sino unos muy diferentes. Porque era guapa, mucho, y la gente tenía ojos.
Al parecer, Byulyi también los tenía y se odiaba por ello.
Odiaba que ahora la presencia de Yong le hiciera sentir incómoda, un poco avergonzada. Notó que las mejillas le ardían cuando llegaron al portal.

—Me ha dicho Hyejin que esta mañana tuviste problemas con el telefonillo —comentó mientras insertaba la llave en la cerradura. Necesitaba un tema de conversación, el que fuera, para tranquilizarse y regresar a su ser.

—Es que no estaba muy segura de cómo funcionaba. Creo que lo hice todo al revés.

—Pues, si quieres, ahora te enseño. Eso y  otras cosas con las que tengas problemas.

—Gracias. Por cierto, lo he estado pensando y creo que ya sé cómo puedo contactar con mis hermanos.
Estaban en el ascensor y Byulyi se quedó bloqueada, se detuvo un momento.

—¿Ah, sí? —preguntó, lacónica.

—Sí. Mañana compraré todo lo necesario y me pondré a ello. Quería hacerlo hoy, pero Hyejin insistió en que nos fuéramos de compras. —Yong dejó en el suelo las bolsas que sujetaba, metió una mano en el bolsillo trasero de su pantalón y le tendió algo—. Mira.

—¿Un teléfono móvil?

—Hyejin me dijo que todo el mundo lo usa y que así podría llamarme. Me parece un aparato muy divertido.
La idea no le hacía gracia. Hoy había sido la peluquería y algunas tiendas de ropa, pero no se fiaba. Mañana podía ser el casino o una carrera de chupitos. Hyejin podía ser tan imprevisible que dependía de la dirección que tomara el viento.

—Bien. Así podré llamarte yo también.

—Eso pensé. —Yong sonrió—. Además, creo que me va a servir alguno de sus componentes para montar lo que necesito para contactar con mis hermanos.

—¿Y eso qué es? Si necesitas que te ayude a comprar algo…

—La verdad es que no me vendría mal un poco de hidrógeno 3, pero no he visto hoy ninguna tienda que lo venda. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo? El dinero no sería un problema.
Byulyi negó con la cabeza. Era complicado explicarle estas cosas a Yong. Hidrógeno 3. Vaya ocurrencia.¿Porqué no Plutonio, ya puestos? Se imaginó yendo a la frutería y pidiendo unos gramos de Xenón y una pizquita de Radón y no pudo evitar menear la cabeza mientras sonreía.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora