Byulyi se despertó con un agudo dolor de cabeza. Lo sentía allí, en la sien, y también ahí, bajo los párpados, y al comienzo de la raíz del pelo. Le costó abrir los ojos, pero lo consiguió tras un severo pinchazo que le produjo un incómodo dolor. Por un momento no supo dónde se encontraba. Aquella estancia parecía su habitación, su cama, sus sábanas, el edredón, la misma superficie de madera de las puertas del armario, pero se encontraba tan aturdida que no podía estar segura de ello. Miró a su alrededor en busca de una explicación y se encontró con una estancia bien iluminada, la persiana abierta, la ventana entornada y un agradable olor a limpieza.
Estaba, después de todo, en su apartamento, pero no sabía qué hora era, en qué día de la semana se encontraba, si estaba sola o acompañada. Hizo ademán de hablar en voz alta cuando una figura familiar asomó la cabeza:—No estaba segura de que estuvieras despierta.
Yong le sonreía desde el quicio de la puerta. Llevaba puesta cómoda ropa de estar en casa y en el aire flotaba el rico aroma de café recién hecho.—¿Qué…
—¿Qué hora es? Casi las doce de la mañana. Has dormido como un bebé toda la noche.
—No, en realidad quería decir: ¿Qué haces aquí? Yo… Tú… Anoche… Aquella luz blanca…
—Byulyi, cariño, no sé de qué luz blanca me hablas, pero si no te das prisa se te va a enfriar la tostada. ¿O prefieres que te traiga el desayuno a la cama?
Byulyi abrió ligeramente la boca con sorpresa, todavía confundida por la escena. Estaba casi segura de que la noche anterior habían estado en la azotea discutiendo sobre su marcha. Un chorro de luz blanca las iluminaba, y Byulyi sabía que no era la Luna, porque la Luna no brillaba así, imposible, ni siquiera en sueños. Y aquella melodía que casi le hizo enloquecer…
Pero entonces recordó también haber estado nadando en una piscina enorme, sus gritos desesperados al ver la figura de Yong perdiéndose entre los árboles, los pulmones, demasiado pequeños, tan escasos, cuando intentaba apresurar sus brazadas. ¿Qué era realidad y qué mentira? Quería preguntárselo a Yong, pero se fijó entonces en que ella se estaba acercando. Se sentó a su lado, al borde de la cama, le acarició la mejilla y le colocó con ternura un mechón de pelo detrás de la oreja:—Anoche fue increíble —le dijo—. Solo quería que lo supieras. Eso y que te quiero. Creo que no te lo había dicho.
Byulyi se ruborizó un poco, recordando lo que había sucedido después de la cena. Las caricias de Yong, los besos tiernos pero apresurados, sus cuerpos enredados bajo las sábanas y la sensación de que en cierta manera había nacido para eso. Para estar con Yong, cerca de ella, a su lado, o donde Yong quisiera. Ella era ahora su hogar.
Al menos podía estar segura de que esa parte no se la había imaginado, ¿pero y todo lo demás?—No. Eso no me lo habías dicho. Y yo también te quiero.
Yong se inclinó lo suficiente para darle un tierno beso en los labios. Después se fue a la cocina, apremiándola para que se diera prisa si quería disfrutar de su tostada caliente.
Byulyi se quedó unos segundos con la mirada fija en las puertas del armario. Miró su teléfono móvil y comprobó que tenía un mensaje de Hyejin de una brevedad escalofriante: «¿Y bien? ¿Se ha ido?».
Dejó el teléfono a un lado con la intención de responder más tarde. Estaba feliz de que los acontecimientos se hubieran precipitado de aquella manera, pero le confundían las imágenes que desfilaban por su mente. Le resultaba complicado distinguir dónde terminaban los sueños y dónde empezaba la realidad. Qué tenían en común la piscina con la melodía siniestra. La luz. El agua. Una mujer que se despedía. Sus razonamientos. Las advertencias de Yong.
Sintió deseos de someterla a un interrogatorio. ¿Qué hicimos anoche? ¿Estuvimos en la azotea?
¿Hubo siquiera una nave sobrevolando el edificio? Pero al llegar a la cocina y verla canturreando mientras vertía el café en una taza, comprendió que nada de aquello importaba de veras.
Nada, absolutamente nada. Porque el amor era eso: algo loco y cuerdo. Humano y extraterrestre. Diferente en todas sus formas, pero siempre libre, respetuoso, mágico y equilibrado. Aunque en ocasiones parezca de otro planeta. Quien lo sintió alguna vez, lo sabe.