10. Preséntame a tú novia

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—Y entonces, ¿cuál es tu plan?
Byulyi se quedó con la mirada suspendida en el parque infantil que tenían al lado. Hacía buen tiempo y había accedido a tomar algo con Hyejin en una de las terrazas de las múltiples cafeterías que existían en su barrio.
Meditó acerca de la pregunta, pero se dio cuenta de que todavía no tenía respuesta. Unas horas antes se la había hecho a sí misma, antes de enseñarle a Yong el funcionamiento de su consola. A la presunta extraterrestre le entusiasmó tanto el descubrimiento que Byulyi se olvidó muy pronto de que tenían cosas más importantes que tratar acerca del futuro inmediato.
Byulyi lo achacó a que nunca había podido compartir esa afición suya con nadie cercano. A Hyejin le aburrían los videojuegos y con sus compañeros de trabajo apenas quedaba. Pero Yong se mostraba fascinada de que los gráficos fueran tan “primitivos” y parecía genuinamente interesada en todo lo que Byulyi le iba explicando: sus personajes favoritos, cómo pasar algunas etapas, algunos truquillos… Cuando se dio cuenta eran las cinco de la tarde, Hyejin estaba esperándolas en el portal y todavía no había tenido ocasión de hablar con Yong acerca de su futuro.

—La verdad es que no tengo plan —le confesó Byulyi, suspirando mientras observaba a Yong, que ahora se balanceaba en un columpio del parque infantil bajo la mirada atenta y desconcertada de algunos niños y de sus padres—. Quería buscarle un hotel, pero luego ha pasado todo lo de mi padre, nos hemos puesto a jugar a la consola y, no sé, estoy bloqueada.
Hyejin arqueó una ceja y puso gesto escéptico.

—¿Qué? ¿Por qué pones esa cara?

—Por nada.

—No, ahora dime, no te quedes callada.
Hyejin dio un sorbo a su cerveza y se limpió la boca con el dorso de la mano. Había un brillo malicioso en sus ojos, una forma de mirar que Byulyi conocía muy bien.

—Yo creo que lo que ocurre es que en el fondo no quieres que se vaya.

—No digas tonterías. Mírala, es como una niña. Y yo me comporto como si fuera su madre.
Hyejin dirigió la vista hacia el parque infantil. Los niños parecían encantados con la compañía de Yong. Había empezado jugando con uno de ellos y ahora estaba rodeada de una pandilla entera. Los infantes tiraban de sus mechones bicolor, la agarraban de la mano para reclamar su presencia bajo la atenta mirada de sus padres que no acababan de comprender por qué una mujer adulta estaba jugando con sus hijos como si fuera una más.

—Pero a lo mejor es precisamente por eso, porque te hace sentir, no sé, útil. ¿No lo crees? — apuntó Hyejin.

Byulyi no supo qué contestar. Era plenamente consciente de que si no se sintiera a gusto con Yong, la habría echado mucho antes de su casa, tal y como había hecho en Busan. Desconocía porqué todavía no la había invitado a irse, y sin embargo, sospechaba que el motivo era algo tan simple como que se sentía a gusto en su compañía.

—¿Te has planteado la posibilidad de que tu padre le eche un vistazo? Para que le diagnostique su tipo de demencia, más que nada —sugirió en ese momento Hyejin.
Byulyi descartó la idea con un suave movimiento de la mano.

—Lo pensé, pero ¿para qué? ¿Para que le ponga nombre a lo que tiene? Si está loca, está claro que no es una loca peligrosa.

—O para que la medique. Tiene que haber algo que ayude en estos casos. O a lo mejor le convendría estar interna una temporada, no sé.

—Sí, eso puede ser —respondió Byulyi con cierta melancolía. A veces se le olvidaba lo desorientada que estaba Yong. Era como si en el fondo albergara la esperanza de que en algún momento su coraza se rompiese, acercarse tanto a ella que esto la ayudara a tomar contacto con la realidad, aunque sabía que sería imposible si realmente sufría alguna enfermedad mental—. Pero ya sabes cómo es mi padre. No estoy segura de que sea la mejor persona para tratar este caso.
Hyejin asintió. Ella conocía de sobra al señor Moon. Había tenido bastante trato con él durante su época escolar, cuando las dos amigas jugaban en el cuarto de juegos de la casa de Byulyi. A Hyejin le encantaba ir a casa de su amiga porque tenía más juguetes que nadie que conociera, pero, al mismo tiempo, le daba miedo la presencia de su progenitor, pues el señor Moon insistía en darles lecciones de anatomía cuando vestían y desvestían a las muñecas.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora