Byulyi empleó los siguientes días en darle un empujón a la maldita aplicación de los Nam. Había intentado contactar con su jefe por correo electrónico para preguntarle un par de dudas al respecto, pero enseguida recibió una respuesta automática:Me encuentro de vacaciones hasta el próximo lunes. Responderé todos los e-mails a mi vuelta.
Gracias por tu comprensión.Se quedó de piedra durante unos segundos, observando el correo electrónico atontada, no podía creerlo. Ella tenía que sacrificar sus preciadas vacaciones mientras él no dudaba ni un segundo en tomarse unos días libres.
Furiosa, tomó su móvil y estuvo a punto de marcar el número de Park. Tenía un par de cosas que decirle. Pero ninguna de ellas resultaba aceptable o aconsejable para dirigirse a un jefe, así que respiró hondo, dejó el móvil a un lado y desvió la mirada hacia el otro extremo del salón.
Yong estaba concentrada en atornillar un trozo de metal a su monstruosa creación. A Byulyi todos los elementos que la extraterrestre empleaba para construir su antena le parecían un amasijo de hierros ensortijados, chatarra, material de vertedero; estaba convencida de que se trataba de un trasto inservible y sin embargo Yong dio en ese momento un gritito de emoción.—¡Funciona!
—¿Funciona? —se sorprendió, incorporándose de golpe.
—¡Sí!
Se acercó a ella con cierto recelo. Sentía pánico de rozar siquiera aquel amasijo de hierros por temor a electrocutarse. Yong se puso unos cascos de color rojo y empezó a transmitir señales con una especie de consola que le recordó a la de un telégrafo.—¿Has contactado con ellos?
—Es solo una prueba para asegurarme de que mis hermanos reciben la señal.
Byulyi asintió con la cabeza. Era una verdadera locura, pero como tantas otras cosas en Yong, y prefirió desentenderse por completo.
Fue hasta la cocina y bebió un vaso de agua pensando en la evolución de la aplicación de los Nam. Aunque trabajara de manera incansable los próximos días, sería imposible realizar todos los cambios a tiempo. Byulyi calculó mentalmente sus horas de sueño. Si las reducía a dos diarias… Como mucho a tres… Morirás en el intento y ni siquiera así serías capaz de conseguirlo. Estaba tan malhumorada que cuando sonó el telefonillo de la casa contestó de malas maneras.—¿Qué?
—Telepizza.
—No hemos pedido ninguna pizza —repuso.
—Soy yo, idiota. Ábreme.
Byulyi puso los ojos en blanco y le dio al botón para dejar entrar a Hyejin. Su visita era lo último que necesitaba en aquel momento. Rozaban las once de la noche, tenía hambre, sueño, estaba cansada, no sabía qué pensar sobre el invento de Yong pero le molestaba todo resultado que arrojara: si funcionaba, mal: ella se iría; si no funcionaba, mal: tendría que llamar a alguien para que viniera a retirar toda la chatarra. Con suerte, a lo mejor podría venderla a un amante del arte moderno, pero dudaba mucho de que alguien estuviera interesado.
En resumidas cuentas, Hyejin no podía haber elegido peor momento para presentarse. Dejó la puerta abierta y se derrumbó sobre el sofá poniéndose el portátil de nuevo sobre sus muslos.—¿Llego tarde a la fiesta? —dijo Hyejin cuando asomó la cabeza y se encontró con una escena desoladora: Byulyi mirándola con cara de pocos amigos y unas preocupantes ojeras bajo los ojos; Yong subida a una escalera y haciendo sonidos extraños, clic clic clic, en su todavía más extraño aparato. En comparación un manicomio le pareció un hotel de cinco estrellas—. Vaya, veo que se lo están pasando en grande. Qué pena no haber llegado antes —ironizó.
—¡Hola, Hyejin! —la saludó Yong con simpatía.
—Hola, encanto, ¿qué tal va tu cacharro?