8. Malo para tu salud

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La fiesta siguió su curso y se estaba haciendo tarde, pero las tres copas que había bebido le hacían sentir achispada y Byulyi perdió muy pronto la noción del tiempo. A causa del alcohol, sentía una despreocupación impropia de ella, un ánimo distinto al habitual que destruía todas sus barreras defensivas. Ya ni siquiera le importaba que la música estuviera demasiado alta o la letra de esa última canción, que versaba: «Eres mía, mía, mía, solo mía». Unas horas antes habría tachado a su solista de emocionalmente agresivo, ¿pero qué más daba ahora? Por primera vez en mucho tiempo estaba socializando. En una fiesta. Lejos de la luz artificial de su apartamento o los destellos brillantes de su televisión. Le costaba recordar el último sábado que no había pasado sentada en su butaca favorita, jugando a la consola o navegando por Internet, y eso le hacía sentir bien, viva, diferente. Incluso su ligera embriaguez le pareció maravillosa.
Byulyi perdió la vista en las azoteas de los edificios de enfrente y de manera involuntaria pensó que le hubiese gustado que su ex pudiera verla en ese preciso momento, justo ahora, quizá así se tragara sus propias palabras, en especial las que más dolieron. «¡Si es que eres una pesada! ¿Quién querría estar con alguien como tú?», le había gritado Irene en una de sus últimas discusiones, antes de agarrar un zapato y lanzárselo con todas sus fuerzas.
El recuerdo le hizo encogerse de dolor, como si un cuchillo bien afilado acabara de penetrar en sus entrañas, obligándole a doblar el tronco ligeramente. Por suerte, en ese momento Hyejin se acercó a ella, le puso una mano sobre el hombro y la apartó de sus funestos pensamientos. Su amiga se abanicó con un plato de plástico. Tenía las mejillas sonrosadas de haber estado bailando. Le ofreció un trago de su copa.

—No, gracias. Creo que he tenido suficiente.

—¿Y qué? ¿Estás más calmada? ¿Ya te has convencido de que no es una asesina en serie? —dijo Hyejin, señalando el punto donde Yong se encontraba charlando con un par de chicas.
Byulyi sonrió.

—No creas, todavía tengo mis dudas.

—Pues serías pésima como detective privada, te lo digo yo. Extraterrestre o no, esa no mataría ni a una mosca.

—Es posible —concedió Byulyi—, pero entonces, ¿a qué viene tanta mentira?

—¡Y yo qué sé! ¿Delirios? ¿Trastorno de la personalidad? A lo mejor solo ha sufrido un episodio traumático y está atravesando una fase rara. A algunas personas les pasa eso. —Hyejin sacó un cigarrillo de su pitillera. Inspiró la primera calada y expulsó el humo, que le dio en la cara a Byulyi—. Perdona —se disculpó, abanicando la zona con el plato al ver que su amiga gesticulaba con disgusto.

—Deberías dejarlo. Es malo para la salud.

—Y también lo es no tener sexo, y mírate, aquí estás, fresca como una lechuga. Yo creo que es sano tener algún vicio. Me parece un aburrimiento no tener ninguno.

—Yo ya tengo vicios. Pero más sanos.

—¿Como cuál? ¿Jugar al WoP ese hasta que se te saltan los ojos? Sí, súper sano.

—Se dice WoW y hace mil años que no juego.

—Wop, wow, qué más da. Eso es de raros.
Byulyi prefirió no entrar a debatir la salubridad de sus vicios. Simplemente sonrió enternecida. Ellas dos no podían ser más diferentes, cara y cruz, ying y yang, agua y aceite. Pero sospechaba que ese, precisamente, era el motivo de que fueran amigas. No podía imaginar a Hyejin relacionándose con un grupo de personas exactamente igual a ella. Se perdería. Acabaría enredada en alguna adicción. O peor aún: en la cárcel. Byulyi le aportaba una buena porción de tierra firme bajo sus pies, y Hyejin, a su vez, conseguía teñir su vida de colores. Ambas se encontraban así a salvo, como los pesos a ambos extremos de una balanza. Con que solo faltara uno de ellos, la situación se desequilibraba.
Byulyi hizo entonces un gesto con las cejas en dirección al grupo que bailaba. En el centro, estaba la cumpleañera.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora