22. Inciertas Certezas

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Soñó que estaba despierta. Era el momento previo a lanzarse de cabeza a una piscina. Se situaba en el borde, los pies juntos, muy derechos, los brazos extendidos y el cuerpo ligeramente inclinado al vacío, dibujando un ángulo perfecto.
Advirtió la familiar sensación de vértigo que nos ahoga antes de saltar, pero tenía una imperiosa necesidad de hacerlo. Antes de impulsarse al vacío, miró a su alrededor buscando una cara conocida, pero se encontró con un paisaje silencioso y desolador. Los alrededores estaban desiertos, no había nadie. Solo ella, las hojas de los árboles rozándose como si lucharan de manera violenta, el agua y un silencio perturbador.
Su respiración se agitó justo en ese momento y se arrojó al vacío de un salto que le pareció ejecutado a cámara lenta. Se sumergió en el agua, estaba fría y sus músculos parecían contraerse con su contacto, pero permaneció un buen rato buceando con los ojos abiertos. La visión borrosa de una mujer se perfiló ante sus ojos cuando su cabeza quebró la superficie del agua. La estaba saludando con la mano. Sus dedos se agitaban en un gesto de despedida mientras en el aire flotaban las notas de una melodía tétrica, fantasmagórica. El miedo aceleró los latidos de Byulyi.

—¿La escuchas? Es la música de los dosluxianos. Vienen por mí.

—¡No te vayas!—le pidió Byulyi con desesperación—. ¿Es que no lo ves?¡Soy tu mitad! Tu mitad. La mujer sonrió, pero sus ojos  la contemplaban con tristeza. Le pareció que le decía:

—Ellos no consentirán que me quede aquí con una humana que ha presenciado tanto.
La mujer se dio la vuelta entonces, el viento ondeó su melena rubia. Comenzó a andar, con pasos firmes y cadenciosos, mientras Byulyi nadaba desesperada hacia el borde de la piscina. Una brazada, otra y otra, le faltaba el aliento cuando sus manos tocaron el borde de cemento. Se limpió el agua de los ojos con el dorso de la mano, miró a derecha e izquierda, la buscó de manera desesperada, pero la mujer ya no estaba. A su alrededor el silencio solo lo interrumpía el crujir de las hojas.
Ella se había ido, aunque todavía retumbaba el eco de sus palabras:
…con una humana que ha presenciado tanto.

Byulyi se despertó con el corazón anudado en la garganta, manos temblorosas y un fino rastro de sudor perlando su nuca. Se temió lo peor, pero una brizna de esperanza comenzó a latir en su interior cuando contempló el otro lado de la cama. Yong no estaba y las sábanas se encontraban revueltas, pero pudo constatar con la palma de la mano que seguían calientes.
Consultó la hora en su teléfono móvil y el miedo se rizó en su estómago, convirtiéndolo en un tenso amasijo de vísceras.
Apenas quedaban quince minutos para las cinco de la madrugada.

—¿Yong?
Quizá estaba en la cocina, preparando algo. En el baño o en el salón. La llamó en vano y su voz empezó a tornarse desesperada. Se bajó de la cama de un salto y recorrió la habitación en apresuradas zancadas.
Miró el resto del apartamento, pero Yong no estaba y su teléfono móvil ahora reposaba sobre la mesa del comedor, por lo que de nada serviría llamarla.¿Qué hacer? ¿Adónde ir?
Probó el exterior del apartamento, pero se encontró los pasillos de la corra la vacíos y oscuros.
Los vecinos dormían, a la espera de que despuntara un nuevo día.
Byulyi no sabía dónde buscar. ¿Tal vez fuera? ¿En la calle? No, era demasiado descabellado. Trató de imaginar una nave espacial intentando aterrizar en los alrededores del río Han y, a pesar de su angustia, estuvo a punto de sonreír. Casi pudo ver los descabellados titulares y telediarios del día siguiente:
Un objeto volador no identificado aterriza en Seúl ante el asombro de basureros y taxistas.
«Juro que lo vi con mis propios ojos», asegura un trabajador de la zona que acababa en ese momento su turno de noche. «Era grande y redondo, ¡volaba!, había una chica rubia esperándolo».
Esa chica sería Yong y temía que desapareciera para siempre si no se daba prisa. Byulyi se detuvo para consultar sus próximos movimientos con sus tripas. Buscaba tener una premonición, un augurio, algo que guiara sus pasos para encontrarla e impedirle que se fuera. ¿Y entonces qué? ¿Qué le diría? Eres maravillosa, conectamos, por favor no te vayas de mi vida, no ahora que te he encontrado.
Las palabras rodaban por su mente en espirales concéntricas mientras subía las escaleras que conducían a la azotea, llevada por un súbito impulso. Casi se diría que una mano invisible la estaba conduciendo a lo alto del edificio, ven, ven, es por aquí, le decía, mientras Byulyi subía atropelladamente los escalones.
Abrió la puerta y al principio solo vio las prendas de ropa que sus vecinos se habían dejado olvidadas en la azotea. De las cuerdas pendían pijamas, toallas y mantelería de brillantes colores que resplandecían con la plateada luz de la Luna. Flanqueó las prendas para ver mejor la azotea y entonces advirtió el contorno de su silueta, unos pasos más allá: una mujer que portaba una gigantesca cesta de fruta en la mano. Eran las cinco menos cuatro minutos de la madrugada y su corazón latía como el segundero de un reloj enloquecido.

—¡Yong!
Ella se dio la vuelta, sobresaltada al escuchar su nombre. Sus cejas se fruncieron con dolor al ver aparecer a Byulyi.

—¿Ya está? ¿Así acaba todo? ¿Así acaba lo nuestro? ¿Te vas y ya está? —inquirió, un poco furiosa, acortando las distancias. El timbre de su voz temblaba ahora de rabia y frustración.

—Sabes que no puedo quedarme…

—¿Por qué no? ¿Qué te lo impide?
Yong iba a contestar, pero justo en ese momento una luz cegadora procedente del cielo le hizo cerrar los ojos con incomodidad. Byulyi también los cerró, un poco aturdida y desconcertada, consciente de que un manantial de luz así no podía proceder de ningún cuerpo celeste.
Reculó unos pasos, mientras una corriente de aire empezó a revolver las dos piezas de su pijama. Cuando consiguió abrir los ojos, solo fue capaz de distinguir un potente foco de luz que parecía haber abierto el cielo en dos mitades.
Miró a Yong y vio una expresión de preocupación en sus ojos castaños.

—Ya están aquí. Vienen por mí —anunció en un hilillo de voz.

—¡No! ¡No puedes irte!

—¿Por qué no?
Porque te quiero. Porque puede que lo nuestro sea de otro planeta, o de este, no lo sé, pero deseo averiguarlo a tu lado. Porque si te vas ya nada volverá a ser igual.

—¿Tú quieres irte? —le preguntó Byulyi.
Extendió la mano y Yong se la tomó. Apretó con fuerza para evitar que se marchara de su lado y justo en ese momento una lúgubre melodía empezó a escucharse desde algún lugar sobre sus cabezas. Byulyi sintió un escalofrío recorriendo su piel; era la misma música aterradora de su sueño.

—Ya están aquí—dijo Yong, con la tristeza velando su mirada—. No debo hacerles esperar. Byulyi sintió cómo la desesperación se adueñaba de ella.

—Tus hermanos pueden vivir sin ti, pero yo no —le dijo, sus palabras empapándose de la misma angustia que la atravesaba en dos—. Yo no podría.

Su confesión alteró la expresión de Yong y a Byulyi le pareció que las lágrimas pujaban por rodar por sus mejillas, aunque no supo si de alegría, alivio o puro miedo. En ese momento, el tono de la melodía se elevó a un nivel doloroso y Byulyi se cubrió los oídos. Si hubiese podido, habría resguardado también su corazón de ella, porque sobre él la sentía con mayor dureza. Como si aquella composición fuera la banda sonora del miedo que la atenazaba.

—Son ellos, Byulyi —dijo Yong, angustiada—. No esperarán mucho tiempo.

—Pues no te vayas —le pidió—. Te quiero, Yong, tenía miedo de decírtelo, pero más miedo me da que te vayas. Quiero ser tu mitad, como tú dices. Me da igual lo que seas o de qué planeta vengas. Me da igual todo. Te quiero a ti, como eres, porque soy tu mitad.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —Yong temblaba muerta de miedo—. ¿Y cómo sabes que somos compatibles o que funcionará?

—Nadie puede saberlo con certeza, pero es parte de la magia. Yo estoy dispuesta a saltar —replicó Byulyi y recordó una vez más el sueño que había tenido. La piscina y sus brazadas furiosas para alcanzarla.

—Si me quedo, estarías en peligro.

—¿Qué peligro?

—Ellos no consentirán que me quede aquí con una humana que ha presenciado tanto. He de irme para convencerlos de que no eres una amenaza.
Con una humana que ha presenciado tanto…
Byulyi sintió vértigo. La advertencia de Yong, la melodía tétrica, ¡Soy tu mitad! Todos los elementos parecían repetirse como si formaran parte de una profecía maquiavélica.
En el sueño Byulyi no conseguía darle alcance, pero se negaba a tener miedo otra vez. Ya no. Estrechó sus manos de nuevo, las dos a la vez, como invitándola a que descubriera en sus ojos lo que las palabras no eran capaces de transmitir.
Le pareció ver que Yong movía los labios, que le estaba hablando, pero Byulyi no consiguió escuchar ni una sola palabra, porque en ese instante las notas de la melodía alcanzaron un umbral casi insoportable, notaba sus estridentes notas colándose en su interior como si pretendieran quitarle la vida. De la nada, una vaporosa espiral brotó frente a ella, cegándola. Primero fue el gris, después el marengo, hasta evolucionar al negro de una noche privada de estrellas que acabó con su cuerpo en el suelo.
Yong, Yong, Yong…
Una mitad. Una. Para siempre. Fundamental, Moon. Fundamental.

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora