Un par de horas después estaban las tres metidas en el coche camino del apartamento que la madre de Byulyi tenía en la playa.
Hyejin seguía enfadada por haber tenido que esperar tantas horas. Byulyi, sentada al volante, apenas articulaba palabra. La tensión entre las amigas podía palparse en el ambiente. La única que parecía encantada con la excursión era Yong, quien les amenizó el viaje con múltiples exclamaciones.
«¡Qué bonita la autopista! Es más rudimentaria de lo que pensaba».
«¿Eso de ahí es una fábrica? ¿Creén que los trabajadores tienen un salario digno?».
«¿Y qué fabrican? ¿Fabricarán misiles ahí?»
«¿Se han fijado en las luces del peaje? ¡Son alucinantes!».
Y así las casi dos que transcurrieron hasta que llegaron a Wolmido en Incheon. Corría el viento cuando se bajaron del coche y se dirigieron hacia el bloque de apartamentos. Byulyi tuvo que luchar para apartarse el pelo de la cara y recoger su mochila del maletero. Gruñó con enfado al intentar coger a pulso la maleta de su amiga.-¿Qué has metido dentro?¿Un burro?-rezongó tras dejar caer la maleta. Hyejin puso los brazos en jarra.
-Si vamos a estar aquí casi una semana, tengo que estar preparada.
-¿Preparada para qué? ¿Una alarma nuclear?
Hyejin no se molestó en contestar. Se dirigió a Yong. Le dijo: «Es por aquí» para indicarle el camino, pues le dio la sensación de que estaba algo desorientada. Yong contemplaba el horizonte como si nunca hubiera visto nada parecido. Los colores se difuminaban. Anaranjados y rosas indicaban que el sol empezaba a morir en brazos del mar. Pronto se retiraría para volver a nacer justo en el otro extremo del planeta.
-¿Yong? -le preguntó Hyejin acercándose a ella con lentitud.
Se colocó a su lado en silencio y las dos mujeres permanecieron unos segundos admirando un mar embravecido por el viento. Hacía remolinos en la arena y encrespaba las olas provocando que rompieran con furia contra la orilla.-Nunca me cansaré de mirarlo.
-¿El mar?
-Sí, es tan impresionante... En Lux 2 no tenemos nada parecido. Podría quedarme mil vidas lux contemplándolo.
Hyejin esbozó una sonrisa. No podía calcular cuántas vidas serían mil vidas lux, pero tampoco le interesaba demasiado entrar a debatir estas rarezas de su nueva amiga. Aunque Yong estaba en lo cierto, el mar se encontraba rabiosamente precioso ese día. De un azul añil y grisáceo que luchaba por confundirse con el horizonte. Rodeó con su brazo a su amiga y la estrujó un poco contra ella:-Si te quedas a vivir aquí, podrás contemplarlo tantas veces como quieras -le dijo-. Venga, movámonos o despertaremos a la fiera -añadió señalando a Byulyi, que luchaba para arrastrar el pesado equipaje hasta la entrada del edificio.
El apartamento de playa de la madre de Byulyi era perfecto para ellas. Tenía tres habitaciones, por lo que no hizo falta plantear el sempiterno debate de quién dormiría con quién. Cada una ocupó una alcoba y Byulyi se instaló en la principal. Dejó su mochila y su ordenador sobre la cómoda y se tumbó en la cama, estirando todo el cuerpo.
Se encontraba agotada. El día había sido muy largo y sintió que podría pasar sin cenar y dormir sin interrupciones hasta el día siguiente. Pero Hyejin estaba hiperactiva. A pesar de su humor taciturno, a los pocos minutos de haber llegado a la casa golpeó con los nudillos la puerta demandando su atención.-¿Nos vamos a cenar o qué? ¡Estoy muerta de hambre!
Byulyi se llevó las manos a la cara. Tenía que trabajar, debía hacerlo, pero no encontraba las fuerzas necesarias para frenar el huracán Hyejin. «¡Ya va!», replicó con enfado. Se incorporó de mala gana y salió a la zona común del apartamento.
Su amiga ya tenía el bolso en la mano, la estaba esperando. Yong no estaba por ninguna parte.-¿Dónde está Yong?
-En su habitación, contemplando el mar. La tiene hipnotizada.
-Será mejor que vaya a avisarle.
Byulyi fue hasta la alcoba que ocupaba la supuesta extraterrestre y se encontró la puerta entreabierta. Yong había dejado su bolsa de equipaje sobre la cama, se fijó en que ni siquiera la había vaciado. La vio de pie frente a la ventana, estaba abierta y una suave brisa hinchaba las cortinas de hilo y revolvía su bonita melena retirándola hacia su espalda. Era una escena preciosa, casi como contemplar a la mujer que Van Gogh había inmortalizado en un lienzo, pero Byulyi se sintió como el polizón que se cuela en un sitio al que no ha sido invitado.
Yong se encontraba tan absorta en su contemplación del mar que carraspeó para hacerle notar su presencia. Esto provocó que se girara y le dedicara una radiante sonrisa.