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—A ver, explícamelo mejor para que yo lo entienda. —Hyejin dio una calada a su cigarrillo y puso aquel gesto tan suyo de sospecha—. Dices que volviste a casa después de estar conmigo en la discoteca, ¿y Yong te dijo que se larga?

—Así es. El miércoles de madrugada. A las cinco cero, cero. Eso dijo.
Byulyi no deseaba darle más vueltas. Prefería hablar de otro tema. Del buen tiempo o del próximo videojuego que planeaba comprar. Pero Hyejin regresaba una y otra vez a él.
Casi se arrepintió de que su refresco estuviera a medias. Quería acabarlo cuanto antes, regresar a casa y pasar tiempo con Yong. ¿Por qué había aceptado tomar algo con Hyejin si lo que deseaba era estar en otro lugar?
Pero no debía engañarse a sí misma. Últimamente, cada vez que estaba a solas con Yong, quedaba atrapada en una sensación incómoda, como si un gigantesco tabú pendiera sobre sus cabezas. Parecía que ninguna de ellas quería abordar el tema y, al mismo tiempo, tampoco eran capaces de hablar de otra cosa. A poquitos, Byulyi se estaba ahogando entre las cuatro paredes de su apartamento. El techo le parecía más bajo. Las estancias, más pequeñas. El aire le resultaba denso, irrespirable. Por eso agradeció que Hyejin le propusiera salir a tomar algo. Pero ahora se estaba arrepintiendo de haber aceptado. Las dos amigas habían caído en el mismo agujero negro y Byulyi cada vez sentía más ansiedad. Quería zanjar el tema, pero no sabía cómo.

—Pues no lo entiendo. Parece que está huyendo.

—Eso he pensado yo. —Byulyi suspiró, no pudo evitarlo—. Pero, ¿quién sabe? A lo mejor se trata de veras de una extraterrestre.

—¿Tú crees?

—No, pero a estas alturas ya todo me parece posible.

—Tengo mis dudas de que sea una extraterrestre, Byul —razonó Hyejin.

—Pero, si no lo es, entonces está loca.

—Pues sí. Y tú te habrías enamorado de una loca. Teniendo un padre psiquiatra, ¿no te parece algo poético? —Hyejin apagó el cigarrillo en el cenicero que reposaba sobre la mesa de la terraza y empezó a limpiar los cristales de sus gafas de sol en el faldón de la camisa—. ¿Sabes? No creo que debas preocuparte. Yo creo que Yong siente lo mismo por ti. Se quedará.
Se puso las gafas de sol y extendió la mano para atrapar la de su amiga. Era su manera de tranquilizarla.

—Ya, ¿pero y si se va?

—No se irá.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Hazme caso por una vez en tu vida, ¿quieres? Yong no se irá a ninguna parte. Y tal vez, en el futuro, tengas la oportunidad de saber la verdad sobre ella. Relájate, ¿vale?

—Pero…

—¡Que te relajes, coño! Te juro que cuando te pones así de histérica me sacas de quicio. —Hyejin la miró fijamente—. ¿Tú la quieres?

—Sí.

—¿Aunque no sepas nada de su pasado o quién era antes?

—Su pasado me da igual. Lo que importa es quién es ahora.

—Pues ya está, te tienes que centrar en eso. Adelante, siempre mirar hacia adelante. ¿Qué más da lo que sea si te hace feliz? Y ahora, vámonos, paso de que me contagies tu nerviosismo. ¿Me llamas el miércoles? Aunque sea de madrugada. Me gustaría saber cómo acaba la cosa.
Byulyi asintió, aunque no estaba segura de poder cumplir su palabra.

***

Lo intentó de veras. Seguir los consejos de Hyejin y permanecer tranquila. Se dijo a sí misma que, de todos modos, era algo que se escapaba a su control. Yong se iría si así lo deseaba y al igual que no se puede controlar una tormenta o un maremoto, ella no podría hacer nada por evitarlo. Pero aun así le costaba aceptarlo.
Se encontraban sentadas en el sofá y no conseguía relajarse. La televisión estaba encendida, pero no prestaba atención al programa. De todos modos, no le interesaba. Se trataba de un concurso de aspirantes a cantantes, uno de tantos, ya daba igual quién ganara, sería un milagro si alguno de ellos conseguía una carrera musical. En cambio, Yong parecía fascinada por el formato televisivo. La música en su planeta era muy diferente o eso fue lo que dijo. A Byulyi estas apreciaciones de su compañera ya le traían sin cuidado, se estaba acostumbrando a sus historias sobre naves, planetas, estrellas. Una idea fija ocupaba su mente: eran las once y media de la noche. Se suponía que en pocas horas Yong se marcharía. Sin embargo, la miró y vio que parecía tranquila. Había colocado sus escasas pertenencias junto a la puerta. La antena estaba apagada y la cesta de fruta reposaba, ufana, al lado del par de bolsas que Yong pretendía llevarse consigo. Byulyi deseó ser una piña, un trozo de sandía o una pequeña y rosada fresa. Cualquier forma de fruta serviría si con ello podía emprender aquel viaje a su lado.
Mientras tanto, Yong no parecía darse cuenta de que, si se marchaba, sería como clavarle una daga en el corazón, y su actitud despreocupada conseguía irritarla.
Al final no pudo aguantarlo más. Se levantó del sofá y fingió tener sueño:

Mi amor que llegó de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora