Capítulo 2: Silva electrocefaríico

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Con la respiración entrecortada y el terror infiltrado en mis venas, observé tembloroso hacia arriba para descubrir los rostros de aquellas dos temibles figuras.

Los soldados aprovecharon mi momento de parálisis para levantarme del suelo y apresarme.
Me sujetaron por los dos brazos, preparados para esposarme y darme fin. 
Intenté liberarme, sin éxito. A cambio, conseguí que los dos guardias presentes me apuntasen con sus armas.
Sus cascos vibraron y una voz distorsionada que no conseguí entender lo que les decía, resonó por dentro de sus cabezas. A juzgar el tono con el que les hablaba, yo juraría que les estaba dando órdenes.
"Lo necesito vivo", fue lo único que creí llegar a oír. 

Fue mi turno de jugar con la misma moneda: me aproveché de la situación.
Con un ágil gesto, logré apretar el gatillo del arma de uno de ellos que, distraídamente, apuntaba a su compañero.
El proyectil atravesó el casco dejando paso al líquido rojo que salía a borbotones de su armadura.
Resulta que era una bala real.

No pensé en las consecuencias ni me detuve a meditar mis precipitadas acciones. En cuanto noté que uno de mis brazos habían sido liberados, tiré del otro para correr de inmediato a los interiores de aquel callejón. El soldado no opuso resistencia. Es más, me soltó para auxiliar a su compañero.

Corrí todo lo rápido que pude, con las piernas ardiendo y el corazón latiendo a tal velocidad, que sentí que en algún momento me daría un infarto.
Solté una exclamación al oír el sonido del arma junto con sonidos resignados y maldiciones furiosas.
No dudé en seguir en adelante.

Las pisadas metálicas resonaban a mi espalda y los distintos proyectiles zumbaban por el área para ser luego estrellados contra el suelo o alguna que otra pared. Parecía haber olvidado su cometido, pues sus balas no querían evitar los puntos vitales.
Suerte que la puntería no era una de sus habilidades.

Llegué hasta un camino de piedra que ofrecía un cruce de dos caminos.
Había un cartel plantado en el medio del cruce, que leí con agilidad.
En estos momentos, me alegré de que me haya apasionado tanto la lectura desde muy pequeño.
El camino de la izquierda indicaba Luxen terra, mientras que el de la izquierda decía Umbrehem terra.

Sin embargo, yo me percaté por la tercera opción: El Silva electrothefaríico.
Corrí siguiendo todo recto, adentrándome en un oscuro y siniestro bosque.
Tanto mi mente como el mismo bosque, me susurraban una y otra vez que esta no había sido una buena idea meterme en ese sitio.
No obstante, mi instinto les rebatió y siguió en adelante con esa ocurrencia.

No me atreví a mirar de nuevo hacia atrás. Tan solo me limité a seguir con los ojos enfrente, sin rumbo ni destino; corriendo como pollo sin cabeza y esquivando las ramas, árboles y algún que otro pequeño charco que obstruían a mi paso.
Algunas ramitas rasguñaron mi piel, dejando pequeños arañazos y los pequeños charcos me salpicaban y me mojaban los calcetines.

A lo lejos, vi un puntito rojo que, a medida a la que me iba acercando, se veía más nítido y se agrandaba. No tardé en descubrir qué era.
Era una casa. Una casa de madera de color rojizo y se la veía bastante vieja.

Seguí corriendo hasta ella con las escasas fuerzas que me quedaban.
No pude más y, sin aliento, me apoyé en la pared de la antigua casita que me recordaba a los típicos hogares humildes de los leñadores de las películas.

Mi pecho subía y bajaba violentamente mientras notaba como todo mi cuerpo temblaba y chorreaba de sudor.
Afortunadamente, el horrible ejército de máquinas, no me seguía. Para mi alivio, no vi ni un solo  resplandor metálico a lo lejos.
No habían entrado en el bosque. Había algo aquí que les impedía entrar.
Eso me causó terror.
Ajeno a la situación, me permití sentarme en la hierba y apoyar la espalda en la anticuada madera. Estaba demasiado cansado como para volver a encontrarme al dichoso ejército y tener que reanudar mi huida.

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