Capítulo 18: Lo que el universo decidió hacer con ese par de meses

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Domingo, 3 de abril del 2016.
4:05


Ya hacían dos meses y un día que convivía con los monstruos de este planeta. Desde la cacería del guepardo, pasaron unas pocas cosas, pero no lo suficientemente importantes como para darlas una total relevancia.
Aquella amiga de Lula, Amy, conoció a un nuevo chico llamado Adrik. No supe con total seguridad si se habían hecho pareja, pero en mi cabeza ellos estaban juntos dado a cómo se trataban en las pocas veces que les vi juntos.
Pachón dejó de comportarse de la misma forma tan cariñosa con Lula como antes lo hacía cuando sus alucinaciones se redujeron considerablemente. Por el contrario, el perro-vampiro empezó a bromear con una chica llamada Sophie. A Lula no le hacía gracia; esa chica le caía terriblemente mal, pero tampoco es que estuviera en posición de hacer nada.
Es verdad que sus alucinaciones y sueños extremos se habían reducido una barbaridad en comparación a los inicios. Sin embargo, algún que otro día, continuaba soñando. Ya no estaba allí Karen ni sufría episodios en el baño. Por ello, Pachón dejó de tranquilizarla por las noches, dejándose infundir así por el profundo sueño. 
En algunas noches, Lula hablaba dormida. Yo, que estaba despierto gran parte de la noche a causa de mi horrible insomnio, siempre la escuchaba. Decía muchos nombres. Algunos, completamente desconocidos. Otros, peligrosamente conocidos.
Karen, Sarah, Hasken, Matt, Mark, Mort, Mawiee, Lex...
Y luego estaba aquella noche que mencionó el nombre de Cheetah.

Mi insomnio se intensificó razonadamente estos dos últimos meses, de ahí que oyera las constantes conversaciones de Lula. No obstante, esta última semana, se había acentuado aún más que cualquiera de las anteriores.
El guepardo que convivía conmigo, tampoco podía dormir, por lo que salíamos afuera y entrenábamos. Los dolores metamórficos ya no eran lo que decían ser y los animales dejaron de ser simples formas para convertirse en nuevas entidades; en una alternativa de escape.
—No quiero seguir así. 
La voz se me hizo lejana. Hacía algo menos de un mes que no la escuchaba en absoluto, por lo que se me hizo muy extraño oírla ahora.
—Mis lagunas se han vuelto repetitivas y más agresivas—dijo agotado, a pesar de que no hubiéramos dado comienzo al entrenamiento de hoy—. Las pocas noches que consigo conciliar el sueño, tengo pesadillas. Y a cada día que pasa, siento con más profundidad ese primer cansancio del que una vez te hablé.
—Me da igual tus recuerdos y tus pesadillas—respondí fríamente. Ambos nos habíamos acostumbrado a las conversaciones tan gélidas como rápidas. Mi inicial intención fue que ésta no se saliera del canon establecido—. Me da igual tu vida mientras no afecte a la mía, y lo sabes.

El guepardo resopló y se recostó sobre la mullida hierba. Esta vez era él quien se negaba a entrenar.
—Sigo sin entender por qué nos dejamos de hablar de esa forma. Se supone que somos compañeros.
—Mira, si crees que vamos a tener una emotiva charla, vas muy mal porque...
—Ves—señaló el felino con tristeza—. Ya ni siquiera me llamas por mi nombre, como si fuera un completo desconocido o un ser indefinido.
—Así es cómo tú te autodenominaste cuando asesinaste brutalmente a siete personas conmigo delante. Tú mismo dijiste que no tenías nombre. Tú mismo proclamaste tu anonimato y me apartaste de todas las formas posibles del asunto.
Antes de que me diera cuenta, ya había caído en el trapo: Él había conseguido continuar la conversación en más de dos palabras.
—No, no lo entiendes, Víctor...
—¡Pues claro que no lo entiendo, maldito parásito!
—¡No me llames así!
—Ah, ¿no te gusta que te diga lo que en verdad eres?—Me acerqué a él amenazante en mi forma de guepardo. Con el paso del tiempo, comprendí que esa forma era solo mía, y no de aquel engendro que intentaba controlarla para hacer cosas horribles—. Lo que tú quieres es seguir controlándome a placer, cuando a ti te dé la gana y que yo baje la cabeza cada vez que lo hagas.
Se levantó y retrocedía a medida que yo avanzaba. Ya no era un niño asustado en un planeta desconocido y él no era un monstruo al que debía tenerle miedo . Ahora controlaba con destreza mis poderes y me había hecho más fuerte. Y no solo hablando físicamente.
—No fue mi culpa, Víctor. Si tan solo me dejaras explicarte...
—¿Que no fue tu culpa?—Me reí sin ganas. Mi ira me jugó una mala pasada y no me dejó pensar con claridad en nada. No me dejó pensar en las consecuencias, ni en mis actos. Y proseguí en adelante, con una mentalidad absolutamente ciega y sorda—. Me mentiste con el control del cuerpo, me llevaste hasta aquella ciudad y me obligaste a presenciar cómo te cargabas a siete cabrones y luego te los comías vivos. ¿Eso no fue tu culpa?
—¡Yo no sabía que podía controlar tanto tiempo tu cuerpo!
—¡Y una mierda!—Le di un empujón que hizo que el guepardo cayera de espaldas al suelo—. ¿Crees que eres el único que tiene pesadillas? Pues alégrate, porque tú eres el culpable de las mías. Tú te quejas de que no puedes dormir bien por las noches. ¿Qué crees, que yo sí que lo hago después de ver todo lo que he visto?

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