Capítulo 16: No pienso, luego meto la pata hasta el fondo

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Jueves 14 de febrero, 10:52 de la mañana. 
Dos días más para cumplir dos semanas en este mundo.

Físicamente, me encontraba en mi tercera clase de Filosofía en el aula de 5°B. Mentalmente, en las espesas nubes de mis preocupaciones e infinitos razonamientos.
Recordaba con detalle la conversación que había tenido esta mañana con Pachón sobre el estado mental en el que se encontraba Lula. Anoche, ella tuvo algunas alucinaciones sobre una niña llamada Karen que salía del espejo y la amenazaba con matar a todos sus seres queridos. Como Pachón en ningún momento me vio desangrándome la noche pasada, ambos pensaron, incluyendo a la aludida, de que fue una parte más de la alucinación de Lula. Por lo que, el mantener como real esa ilusión y aprovecharse del crítico momento, fue la mejor opción en opinión de mi compañero y mía.
Ya han tenido suficiente. No se merecen una carga extra.
Por otro lado, el estado mental de Lula realmente me preocupaba. Se la veía como una buena persona y no creo que se mereciera vivir algo así.
"No es por ti, Víctor. Eso tenlo claro"—me había dicho Pachón cuando nos quedamos él y yo a solas después del desayuno. El canino se había pasado toda la noche en vela junto a Lula, intentando tranquilizarla y apaciguar así sus constantes delirios—. "Ella ya llevaba unos días así antes de que tu vinieras. Han estado pasando cosas horribles últimamente y estamos un poco desesperados. Pero prometo que, cuando todo esto pase, haremos todo lo posible para ayudarte a encontrar una vida mejor. Todo va a estar bien, Víctor. Te lo prometo". En ese momento, se me pasó por la cabeza la frase de: "no hagas promesas que no puedas cumplir". Sin embargo, me tragué mis palabras y asentí con la cabeza.

En un momento dado de la clase a la que apenas estaba prestando atención, las palabras del profesor se convirtieron en audibles y mis recuerdos se esfumaron.
—...y así chicos, tras dedicarle gran parte de su vida a esta pregunta que desembocó en la raíz de su principal pensamiento, creó la famosa frase que todos conocemos: "cogito ergo sum", o más reconocible como: "pienso, luego existo".
Ante la breve explicación del profesor, mi cabeza hizo un click y mi cerebro comenzó a prestar total atención al profesor que segundos antes ignoraba.
—Su nombre es Fèderic Çark, defensor del racionalismo.
¿Qué? No, eso es imposible. Esa frase es de Descartes, no de ese hombre con el nombre tan extraño. Sé a la perfección que esa frase es de René Descartes porque esa misma frase ha marcado gran parte de mi vida. En esto no van a conseguir engañarme.
—Çark nació en el Reino de los Mossa y, por muy inusual que parezca, fue un pensador muy importante para la historia. Como bien todos sabemos, la población de los Mossa no es una gente muy pensadora. Son muy perezosos por la mañana, muy activos y atléticos por la tarde y excelentes cazadores por la noche. La gran mayoría de ellos son estupendos atletas de élite, en especial, en natación. Pero no suelen destacar en razonamiento tal y como son los campos de ciencias, filosofía, idiomas o economía. Digamos que esta población es más atlética que cerebrito. No obstante, este filósofo fue una de las excepciones más importantes de los Mossa.
No me lo explico. ¿De dónde ha salido ese nombre, identidad, lugar y...especie?

El profesor continuó con la explicación del racionalismo y del porqué ese filósofo fue tan importante para el día de hoy. Hasta que sonó la campana que marcaba las once y cuarto, lo que significaba que era la hora de salir al recreo.
El dilema del filosofó se perdió en mi memoria en cuanto comencé a hablar con Red.
—Ya tengo la estrategia y todo—me dijo Red cuando nos reunimos en el mismo lugar donde comenzamos a congeniar. Se refería a aquel maldito torneo psicótico. Por poco se me había olvidado. Por muy, muy poco—. Yo soy buen atacante y tu tienes pinta de ser un buen defensa. Podríamos trabajar para reforzar esos aspectos y crear movimientos conjuntos y posturas como la de "espalda con espalda" que nos permitan tener ventaja frente al rival. Así seremos el  equipo perfecto y ganaremos—un atisbo de duda pareció pasarle por la cabeza por un insignificante instante—. Porque...Irás conmigo, ¿no?
—Claro que sí, Red—afirmé con una falsa alegría. Seguramente no participaría en ese macabro torneo, pero no iba a ser yo quien le quitara esa ilusión tan pronto—. ¿Con quién iba a ir sino?
Él esbozó una sonrisa complacida y continuamos ideando entre los dos (aunque él hablaba más que yo) una estrategia con la que patear a nuestros contrincantes. Él me había mencionado algunos de sus poderes que, como era lógico, tenían estrecha relación con el fuego. Además, me aseguró, sin un ápice de humildad, que él era el más poderoso de su escuela y que quizás del instituto también.
—He entrenado muy duro durante toda mi vida además de pertenecer a un linaje bastante fuerte—me contó inflando el pecho—. Sé controlar mi temperatura corporal, mis llamas y todo mi cuerpo con movimientos extremadamente precisos. Ya lo verás por ti mismo—sonrió enseñando sus blancos y puntiagudos dientes—. Si hubiera sido por mí, ya hubiera participado varias veces en este torneo y habría ganado en todas ellas. Sin embargo, no me dejaban participar porque no cumplía la edad necesaria ni tenía un compañero de batalla. Nadie quería ponerse junto a mí—dijo sin cambiar el tono de voz ni su alegre modo al contarlo. No obstante, yo percibí su leve tristeza sumamente escondida—. Esto era porque, a parte de la edad, debías tener una pareja con la que luchar en el torneo juvenil para participar. ¡Pero ya constamos de ambas! Así que no hay que preocuparse. Vamos a ganar, eso tenlo por seguro. Y no voy a dejar que te toquen ni un pelo. ¡Lo llevan claro!

Su actitud repentina tan protectora me extrañó por un instante. Sin embargo, su eufórica e inquieta actitud no me dejó replantearlo por mucho tiempo cuando me lanzó una nueva pregunta.
—Y dime, a parte de convertirte en ese punteado bicho de color naranja, ¿qué más puedes hacer?
La pregunta me pilló por sorpresa. No sé controlar apenas mis poderes y casi no los conozco. Fer y Cheetah me aseguraron que serían extremadamente fuertes y variados. Sin embargo, ahora...
Decidí que lo mejor era irse a lo seguro y lo conocido hasta el momento.
—Pues yo es que he tenido un problema con mis poderes—contesté, inseguro de mi respuesta—. Aparecieron hace relativamente nada y aún estoy descubriéndolos y aprendiendo a utilizarlos.
—¿Aparición de poderes a los nueve años? Dios, eso sí que es raro—hizo una mueca—. No me gustaría ser tú. Tenerlos a tan tardía edad te va a costar bastante adaptarte a ellos. Es una putada de las gordas—reconoció con frustración. Red era extremadamente honesto y, a veces, asustaba su cruda realidad. Sin embargo, se preocupaba por mí, a pesar de conocernos desde hace nada. ¿Este efecto de generarles a las personas tanta confianza en mí en tan poco tiempo también es un poder que tengo o cómo va esto?—. Bueno, si quieres algún día podíamos entrenar juntos y así te enseño algún truco que me hizo aprender más rápido.—Asentí ante la estupenda idea—. Eso sí, tengo que saber qué poderes tienes. Al menos, los que has descubierto hasta ahora.
—Ay es verdad—dije dándome cuenta que había esquivado la pregunta sin intención de hacerlo—. Pues poderes específicos tengo dos: el animal morphing, que es el poder de transformarme en algunos seres como cuando me viste en forma de guepardo y un escudo-burbuja hecho a base de mi energía. Aunque ninguno de los dos los controlo a plena consciencia y es por eso que...
—Espera un momento—me cortó Red, asombrado por algo que escapaba de mi cabeza—. ¿Has dicho que te puedes convertir en guepardo?
—Sí. Hasta ahora me he convertido en guepardo y en águila. Aunque esta última solo lo he hecho una vez.
—Guepardo y águila—Red repitió los animales probando la sensación que provocaban sus propias palabras en su boca. Por mi parte, no comprendía qué era lo que le tenía tan ensimismado—. El águila sí que se lo que son, conozco a cuatro, aunque creía que eran únicas en su especie, no sé—se encogió de hombros, confuso—. Pero, ¿guepardo? No lo he oído en mi vida.
—¿Nunca? Pero si es muy común.
—Bueno, yo no he viajado más allá del Umbrehem terra y aquí no hay de esos. Por cierto, ¿por dónde vivías tú? Para ir algún día y así me enseñas más de esos seres.
Mierda, había olvidado que me encontraba en un mundo con animales y lugares muy distintos a la Tierra.
—Bueno yo...es que...—La he cagado pero bien—. Resulta que no me acuerdo de mucho sobre aquel lugar porque mis padres se mudaron cuando yo era muy pequeño aquí y, bueno, mis padres están...muertos.
—Joder, lo siento tío—se apiadó enarcando las cejas—. El mío también está muerto para mí. Pero creo que lo más importante es continuar viviendo y no dejar que ese abismo te atrape y te prive de sus objetivos.
—¡Pero no te preocupes! Estoy bien—me apresuré a decir—. Lula y Pachón me adoptaron y ahora vivo con ellos tan felizmente.
—Me alegro por ello entonces—Apoyó su espalda en la pared y dejó caer levemente parte de su peso sobre ella. Red quiso deshacer ese mal ambiente y retomó la anterior conversación—. De los poderes que me hablaste, se tratan de los específicos, ¿verdad? Bien. ¿Y qué hay de los generales?
—Pues tengo habilidades fortificadas como la fuerza, la resistencia o la velocidad, sentidos más agudizados de lo normal y autocuración—dije sin mencionar el posible "poder" que mencionó Fer sobre el aprendizaje de otros poderes distintos al realizar un entrenamiento determinado o al derrotar a un enemigo y que nuestro cuerpo "decidiera no rechazarlo y comprobar que esté paralelo a nuestra personalidad, forma de ser y estilo de batalla".
—¿¡Tú también tienes habilidades sobrenaturales y autocuración!?—Se sorprendió Red, apartándose de la pared con un salto—. Tío, yo también. Somos los mejores y vamos a ganar, ¡ahora sí que sí!—Decía con más emoción que incluso antes—. Eso prácticamente nos hace indestructibles a ambos, así que no hay nada por lo que debamos preocuparnos.

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