Arturo: El amor platónico (Parte 3)

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La amistad entre Arturo y Gonzalo seguía creciendo, tan profunda y sincera que ni la distancia podía quebrarla. Cuando Arturo viajaba con su familia a Oxapampa en vacaciones, ambos se mantenían en contacto a través de cartas. En ellas, se contaban sus actividades diarias y anécdotas, describiendo cada detalle como si compartieran el momento en persona. Arturo solía decirle que le encantaba cómo escribía, que su manera de expresarse hacía que sintiera su presencia cercana. En una de sus cartas, incluso le sugirió a Gonzalo que considerara estudiar literatura, y le pidió que nunca dejara de escribir, asegurándole que tenía el potencial para ser un gran escritor.

Ambos ya eran adolescentes, dejando atrás la inocencia de la niñez y entrando en la etapa efervescente de los descubrimientos y los cambios. Arturo, con su atractivo juvenil y su personalidad desenvuelta, había logrado llamar la atención de muchas chicas. Con frecuencia, alguna de ellas se le insinuaba, y Arturo no perdía la oportunidad: aprovechaba los momentos en que sus padres, Luis y Carmen, llegaban tarde del trabajo, para llevar a alguna chica a su casa. Gonzalo, por su parte, había tenido su primera experiencia con un vecino de su barrio, alguien mayor que él, y se sentía más tranquilo al compartir estos detalles con Arturo. Ambos hablaban de sus vivencias con franqueza y se daban consejos desde sus propias perspectivas, como verdaderos confidentes.

Una tarde, en medio de una conversación en el parque, Gonzalo se armó de valor para preguntarle algo que llevaba tiempo pensando.

—¿Te avergüenza ser mi amigo? —preguntó Gonzalo, intentando parecer despreocupado.

Arturo soltó una risa breve, mirándolo con sorpresa.

—¿Por qué tendría que avergonzarme? —le contestó—. ¿A ti te da vergüenza ser amigo de este "puto", como me llamas? —"Puto" lo llamaba a manera de broma por la fama de conquistar a más de una al mismo tiempo.

Gonzalo sonrió, negando con la cabeza.

—No, claro que no. —Le devolvió una sonrisa.

Arturo lo miró con esa honestidad que siempre le transmitía paz y seguridad.

—Entonces, no vuelvas a preguntar eso nunca más. Somos amigos y punto —dijo, dándole un abrazo fraternal y un beso en la frente.

Fue en ese momento cuando Gonzalo lo supo con claridad: estaba enamorado de Arturo. No era solo una atracción física; se dio cuenta de que amaba a su mejor amigo, con una mezcla de admiración y ternura que iba mucho más allá de lo que alguna vez había sentido.

La confianza entre ellos era tan profunda que, una tarde, decidieron probar juntos un porro de marihuana. Bajo el efecto de la droga, se rieron sin cesar, sintiéndose libres y despreocupados. Arturo rompió el silencio después de unos minutos, con una seriedad inesperada.

—¿Sabes, Gonzalito? —le dijo, mirándolo con una expresión tierna y sincera.

—¿Qué pasa? —contestó Gonzalo, intrigado.

—Te admiro mucho, hermano. Tener el valor de aceptar quién eres y confiarme tu secreto requiere mucha fuerza. Además, eres de los tipos más estudiosos y divertidos que conozco. Me la paso increíble contigo.

Gonzalo sonrió, sintiendo que esas palabras llenaban su corazón.

—Gracias, amigo. Yo también te admiro, y la paso muy a gusto contigo.

Arturo lo miró fijamente, con una mezcla de cariño y seriedad.

—Quiero que me prometas algo, Gonza.

—Dime, sabes que lo que sea te lo prometo.

—Si algún día ya no estoy a tu lado, por cualquier razón, quiero que seas fuerte. No dejes que nadie te haga sentir menos. Prométeme que te defenderás y que caminarás siempre con la cabeza en alto. Tú vales mucho, y nadie tiene derecho a hacerte dudar de eso.

Gonzalo asintió, conmovido.

—Te lo prometo. Pero, ¿por qué lo dices? Parece como si te estuvieras despidiendo.

Arturo sonrió, intentando aligerar el ambiente.

—No, creo que es el efecto de esta cosa. Me está haciendo decir tonterías —respondió, riéndose a carcajadas.

Ambos estallaron en risas, dejando atrás las palabras serias mientras el efecto de la marihuana comenzaba a disiparse.

A pesar de la aceptación y la mentalidad abierta de Arturo, Gonzalo sabía que sus sentimientos eran un secreto que debía guardar. Sabía que vivían en una sociedad conservadora, y temía que expresar su amor pudiera romper el vínculo especial que compartían. No quería que una insinuación, por más sutil que fuera, arriesgara su amistad de casi hermandad.

Cada vez que lo veía, Gonzalo se debatía internamente, deseando expresar lo que sentía y, al mismo tiempo, temiendo las consecuencias. En el fondo, también temía cómo la sociedad reaccionaría si llegaban a enterarse de sus sentimientos. Era consciente de que vivían en un entorno donde la incomprensión y el juicio fácil podían ser devastadores. Sin embargo, el apoyo constante de Arturo y la complicidad entre ambos le daban la fuerza necesaria para seguir adelante y mantener la esperanza de que su amistad, al menos, permanecería intacta.

Y así continuaban, cada uno con su propio secreto guardado en lo más profundo del corazón, encontrando en su amistad un refugio en el que podían ser auténticos y sentirse seguros, sabiendo que, pase lo que pase, siempre estarían allí el uno para el otro.

Continuará...

AMOR DE NADIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora