William: El primer amor (Parte 1)

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Después de repetir el quinto de secundaria y finalmente terminarlo con éxito, Gonzalo se encontraba en un momento de su vida donde las decisiones parecían abrirse frente a él como caminos sin fin. Una amiga de su hermana, que trabajaba en una oficina de empleos, le ofreció una oportunidad que no podía dejar pasar: una vacante urgente en una tienda en una zona privilegiada, y con un sueldo que se ajustaba a sus expectativas. Sus padres, conscientes de que aún era menor de edad, le dieron toda la libertad para decidir, con la condición de que él tendría que asumir la responsabilidad de sus elecciones. Así que Gonzalo, con algo de incertidumbre y un brillo en sus ojos de quien empieza a descubrir el mundo de los adultos, decidió aceptar la oferta de trabajo por un año, con la promesa de que después se enfocaría en sus estudios universitarios.

Las fiestas navideñas y de fin de año pasaron rápido, y Gonzalo se encontraba ya con el uniforme de la tienda puesto, dispuesto a comenzar su nueva vida laboral. La tienda no era ni un mini-market ni un supermercado, pero tenía un tamaño considerable, ubicada en uno de los distritos más acomodados de Lima: Los Álamos de Monterrico. En sus primeros días, trabajó como apoyo en ventas, luego pasó a ser vendedor regular, y pronto se ganó la simpatía de todos los empleados, desde el gerente hasta los demás trabajadores. La mayoría eran mayores que él, la mayoría pasaban de los veinticinco años, y Gonzalo, recién llegado a los diecisiete, se sintió como el hermano menor del grupo. Había algo que le atraía de esos chicos, mayores y experimentados en la vida. Como Marcos, el almacenero cajamarquino, fuerte y de buen cuerpo, pero ya casado. O Gabriel, el vendedor simpático, un poco gordito, pero con una mirada cálida y unos ojos de color caramelo, que, lamentablemente, también estaba casado. Y Luciano, el administrador, alto, moreno, atractivo y divorciado, cuya vida amorosa parecía mucho más compleja de lo que Gonzalo imaginaba.

Por otro lado, también conoció a los empleados de seguridad, quienes trabajaban para una empresa externa. Todos los días, una camioneta llegaba a la tienda para dejar al personal de vigilancia. Uno de esos guardias era Ramiro, un hombre robusto que había trabajado allí por varios meses. Sin embargo, todo cambiaría un día, cuando Gonzalo llegara tarde a su turno.

Un imprevisto, hizo que saliera de su domicilio un poco más tarde de lo normal, así que, en el camino cogió una cabina telefónica y llamó a Luciano para avisarle. Sin embargo, al llegar a la entrada de personal, se encontró con un guardia de seguridad nuevo, que no lo reconoció.

—Joven, la entrada a la tienda es por la otra puerta —dijo el guardia, con una voz firme pero suave.

—Yo trabajo aquí —respondió Gonzalo, con tono de cansancio.

—Disculpa, no puedo dejarte pasar. No te conozco. —El guardia lo detuvo, interponiéndose entre la puerta y él.

—Oye, yo trabajo aquí. ¿Qué te pasa? —le contestó Gonzalo, levantando la voz en un primer impulso. No le gustaba que lo frenaran sin razón.

—Déjame consultar al administrador. Por favor, espera un momento —respondió el guardia, esta vez con un tono más conciliador.

Gonzalo ya estaba perdiendo la paciencia.

—Si no entro ahora, voy a marcar tarde mi entrada. ¿No entiendes? ¿Dónde está Ramiro? —preguntó, ya algo irritado.

—Ramiro ya no trabaja. Ahora estaré yo. —El guardia habló con más firmeza.

Luciano, que estaba cerca, escuchó la discusión y salió para intervenir.

—Seguridad, déjalo pasar, él también trabaja con nosotros. Se llama Gonzalo. Me olvidé decirte que llegaría tarde. —dijo Luciano con calma, mirando al guardia, quien aliviado se apartó.

—Disculpe, no lo sabía, solo estaba cumpliendo con mi trabajo —se disculpó el guardia, visiblemente avergonzado.

—Está bien, no te preocupes —respondió Luciano, dándole una sonrisa tranquila.

Gonzalo, aún molesto, murmuró para sí mismo:

—Con Ramiro, estas cosas no pasaban...

Luciano lo escuchó y se acercó para calmarlo.

—Ya, Gonzalo, tranquilo. Ponte rápido tu uniforme y ve a trabajar. Ya no marques tu tarjeta, me la traes para firmártela después. —Luciano le hizo un gesto con la mano, como si todo estuviera solucionado.

Gonzalo asintió con la cabeza, sin decir nada más, y corrió al vestuario. En menos de cinco minutos ya estaba en su puesto, listo para seguir con su día.

Ese fue el primer encuentro con el nuevo seguridad de la tienda, pero también el primer destello de lo que sería una relación diferente en su vida. Aquella interacción, aunque breve y aparentemente trivial, marcó el comienzo de algo más profundo, una historia que se iría desarrollando con el paso de los días.

Continuará...

AMOR DE NADIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora