Sebastián Montero y su familia, por motivos laborales, se vieron obligados a mudarse a la capital. La empresa de Sebastián lo había transferido a una nueva sede, y con ello llegó la necesidad de cambiar de residencia. Era el mes de junio cuando se mudaron, y el pequeño Gonzalo, de siete años, tuvo que cambiar también de colegio.
Gonzalo era un niño tranquilo, algo tímido y muy sensible. Estaba acostumbrado a la calma de su antiguo barrio, donde conocía a todos y se sentía seguro. Su madre, Beatriz, trató de tranquilizarlo mientras organizaba las cajas de la mudanza, pero su hijo seguía preocupado. Aquella mañana, cuando lo dejó en la puerta de su nuevo colegio, Gonzalo no pudo evitar las lágrimas. Todo era nuevo: los niños, los pasillos, el aula... incluso el aire parecía diferente. A sus ojos, todo le parecía extraño y distante.
—No te preocupes, cariño. Todo irá bien —le dijo Beatriz, acariciando su cabello con ternura, antes de despedirse con un beso.
Gonzalo trató de sonreír, pero el miedo y la tristeza no lo dejaron. Su madre lo abrazó por última vez antes de dejarlo en manos de la profesora, quien lo llevó hasta su nueva clase.
Era un momento difícil para él. Los pocos amigos que tenía se habían quedado en su antiguo colegio y en su viejo barrio. En ese nuevo espacio, todo parecía desconcertante y él se sentía perdido. Aun llorando, se quedó junto a la profesora, mirando a los niños que jugaban o conversaban entre ellos.
Fue entonces cuando un niño se acercó. Tenía un aire tranquilo pero seguro, con una sonrisa cálida que hizo que Gonzalo sintiera una chispa de esperanza. Le tendió la mano con una suavidad que contrastaba con su mirada decidida.
—No llores, yo te cuidaré —dijo el niño, con voz calmada, como si supiera exactamente cómo hacerle sentir mejor.
Gonzalo, entre tímido y aliviado, miró esos ojos sinceros y respondió, casi en un susurro:
—Gracias.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el niño, mostrando una sonrisa franca.
—Mi nombre es Gonzalo —respondió con una tímida sonrisa, la primera que asomó ese día.
—Mucho gusto, Gonzalo. Yo soy Arturo —se presentó, estrechando su mano con firmeza, unas manos pequeñas pero llenas de confianza—. Desde ahora, eres mi amigo.
Gonzalo lo miró sorprendido y, sin pensarlo demasiado, lo abrazó. El gesto fue espontáneo, un impulso que no podía controlar. En ese abrazo, buscaba más que un amigo; buscaba consuelo, seguridad, algo que solo las personas cercanas podían ofrecer. Arturo, sin dudar, le devolvió el abrazo con la misma calidez.
Ese día, Arturo se convirtió en el primer amigo de Gonzalo, en aquel colegio. A partir de ese momento, el niño se convirtió en su protector, siempre dispuesto a defenderlo de cualquiera que intentara hacerle daño. Arturo, con su carisma y su energía, rápidamente se había ganado el cariño y respeto de todos en la clase. No solo era el niño popular y el deportista que todos admiraban, sino también el amigo leal que siempre estaba ahí cuando alguien lo necesitaba.
A pesar de ser un niño introvertido, Gonzalo comenzó a sentirse más cercano y en confianza con Arturo. No le gustaba mucho el fútbol, prefería dibujar o jugar con sus soldados de plomo, pero Arturo lo animaba a unirse a los juegos. A veces, hasta lo persuadía para practicar deportes como el boxeo, aunque Arturo siempre dejaba claro que no era para pelear, sino para defenderse si era necesario.
Los padres de Gonzalo, aunque muy cariñosos, no lograban entender del todo la naturaleza tan reservada de su hijo. Beatriz, su madre, trataba de estimularlo a socializar más, mientras que Sebastián, su padre, preocupado por los cambios que Gonzalo estaba enfrentando, solía decirle:
—Todo va a estar bien, hijo. Es solo cuestión de tiempo. Aquí tienes nuevas oportunidades.
Pero no era tan fácil para Gonzalo. El cambio de colegio, el traslado a una ciudad tan diferente, le hacía sentir que todo estaba fuera de su control.
Por otro lado, la familia de Arturo era muy distinta. Su madre, Carmen, era una mujer extrovertida y carismática, siempre llena de energía, mientras que su padre, Luis, era más tranquilo y reservado. Arturo, influenciado por el ambiente en casa, era un niño extrovertido y siempre rodeado de amigos. Los padres de Arturo, al igual que él, recibían con los brazos abiertos a Gonzalo, y aunque él era más callado, nunca le faltó el apoyo y la comprensión que necesitaba. La familia de Arturo se convirtió en un segundo hogar para Gonzalo, un refugio en el que podía sentirse aceptado y querido.
A medida que pasaban los años, la relación entre Gonzalo y Arturo se fortaleció, pero también comenzaron a surgir preguntas dentro de Gonzalo. Durante el último año de primaria, empezó a notar que sus sentimientos por Arturo eran diferentes a los que sentía por otros amigos. Se sentía atraído por él de una manera que no entendía, pero que no podía ignorar. A veces, esa atracción lo confundía. No sabía cómo manejar esos sentimientos, y aún más, no sabía si Arturo los compartía.
Fue en sexto grado cuando un incidente hizo que Gonzalo viera a Arturo con nuevos ojos. Un niño de segundo de secundaria, molesto por un pequeño accidente en el que Gonzalo le manchó el uniforme con gaseosa, trató de agredirlo. Arturo, aunque más pequeño que el otro, no dudó ni un segundo en defender a su amigo. Se enfrentó con valentía al niño mayor, logrando que el agresor se alejara. Para Gonzalo, ese acto de coraje fue el momento en que empezó a verlo como su héroe, y por primera vez, la relación entre ellos adquirió un matiz diferente.
A partir de ese momento, las emociones de Gonzalo empezaron a volverse más complejas. ¿Qué significaba esa admiración? ¿Era solo una amistad, o había algo más? Gonzalo no sabía cómo interpretar esos sentimientos, pero lo que sí sabía era que Arturo seguía siendo su refugio, su amigo, y por encima de todo, alguien en quien podía confiar.
Aunque aún estaban lejos de comprender por completo lo que el futuro les depararía, los dos vivían su amistad con total ingenuidad, ajenos a las complicaciones que el amor y el deseo podrían traerles en los años venideros. En su mundo, el amor seguía siendo algo lejano, una idea abstracta que aún no podían comprender del todo. El tiempo, sin embargo, se encargaría de mostrarles su verdadero significado.
Continuará...
ESTÁS LEYENDO
AMOR DE NADIE
Historia Corta¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...