Pasó el tiempo, y Gonzalo y Arturo ya estaban en quinto de secundaria. Gonzalo seguía guardando en secreto el amor que sentía por su amigo, pero disfrutaba tanto de su compañía que se sentía genuinamente feliz solo por estar a su lado. Consciente de sus propios sentimientos, Gonzalo sabía que su amor por Arturo no era solo un afecto pasajero; era profundo y sincero, una conexión que él solo imaginaba posible con Arturo.
Al inicio del año escolar, Arturo le pidió a Gonzalo que lo acompañara a cuidar la casa de su tía, quien había tenido que salir de viaje de urgencia. Los padres de Gonzalo, confiando en Arturo y en su familia, le dieron permiso para pasar la noche allí. Gonzalo no olvidaría esa noche, no solo por lo que sucedió, sino porque Arturo, aun teniendo enamorada, eligió pasar ese tiempo con él.
Esa noche, Arturo llevaba una camiseta blanca y unos jeans que destacaban su porte seguro y atractivo. En el ambiente íntimo de la casa, Arturo sacó algo de licor que había llevado en su mochila, y, entre charlas, risas y música, ambos se relajaron. Sentados en la alfombra de la sala, entre las sombras de la noche y el cálido murmullo de sus voces, Arturo se acercó a Gonzalo, rodeándolo con un abrazo. Gonzalo sintió su corazón acelerarse, sin saber exactamente qué esperar.
—¿Sabes, causa? Te quiero mucho —dijo Arturo, mientras le acariciaba la barbilla con ternura—. Eres una de las personas más importantes para mí, alguien que siempre voy a cuidar y defender.
Gonzalo, profundamente conmovido, le devolvió la mirada con ojos brillantes.
—Yo también te quiero, amigo. Siempre estaré para ti —respondió, sintiendo cómo cada palabra resonaba en él de manera intensa.
Arturo, envalentonado por el momento y el ambiente, le sostuvo el rostro por un instante y, casi sin pensar, se inclinó y le dio un beso suave en los labios. Gonzalo sintió que el tiempo se detenía; no esperaba aquel gesto, pero significaba todo para él. Devolvió el beso, tímido al principio, luego con más confianza, permitiéndose experimentar un instante que había soñado en silencio.
La tensión en el aire era palpable. Gonzalo sentía cómo su corazón latía con fuerza mientras se miraban a los ojos. El ambiente, cargado de una conexión profunda, los envolvía. Arturo, acercándose lentamente, comenzó a acariciar con suavidad el rostro de Gonzalo. Sus manos, gentiles pero llenas de deseo, recorrían su piel, mientras sus labios se encontraban de nuevo en un beso tierno, pero cargado de una emoción que ninguno de los dos podía negar.
Gonzalo, impulsado por la necesidad de sentir más cerca a Arturo, comenzó a explorar con sus manos, buscando esa cercanía que anhelaba. Arturo, entregado al momento, también respondía con caricias, sin palabras, solo gestos, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido. El roce de sus cuerpos, la cercanía de sus respiraciones, todo parecía llevarlos a un punto sin retorno, un lugar donde el amor y el deseo se entrelazaban en un abrazo silencioso, pero significativo.
Sin embargo, cuando todo parecía estar a punto de desbordarse, Arturo, de repente, se separó de Gonzalo, como si algo lo hubiera detenido. Su rostro, antes lleno de deseo, reflejaba una lucha interna. Arturo se levantó, dejó que el espacio entre ellos se hiciera más grande, y sin decir más, salió de la habitación, dejando a Gonzalo con el corazón en la mano, sin saber si lo que había compartido había sido real o solo un sueño efímero.
Después de unos minutos que parecieron eternos, regresó, pero evitaba mirarlo a los ojos.
—Discúlpame, Gonzalo... No sé qué me pasó —murmuró Arturo, visiblemente afectado—. Tal vez fue el alcohol, o no sé... pero creo que será mejor que te vayas.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Gonzalo, intentando acercarse y buscando respuestas en sus ojos.
—Por favor, solo vete. No puedo explicarlo ahora, pero no quiero hacerte más daño —respondió Arturo, poniendo una distancia entre ellos que Gonzalo no entendía.
A pesar de no querer irse sin aclarar lo que había sucedido, Gonzalo finalmente se marchó, con el corazón roto y sin comprender del todo.
Al día siguiente, Gonzalo intentó buscar a Arturo para hablar, pero este lo evitaba. Los días se convirtieron en semanas, y Arturo, sumido en su propio conflicto, terminó cambiándose de colegio. Gonzalo, por su parte, intentó continuar como si nada hubiera pasado, pero su tristeza era evidente. La partida de Arturo lo afectó tanto que, sorprendentemente para sus padres, repitió el año.
Beatriz y Sebastián notaron el cambio en Gonzalo e intentaron hablar con él, aunque él apenas respondía. Una noche, Sebastián decidió hablar con Carmen, la madre de Arturo, buscando alguna explicación.
—Arturo está cambiado desde entonces —dijo Carmen—. No entiendo qué le pasa, pero casi no habla de Gonzalo, ni siquiera conmigo. Algo cambió, y no sé qué hacer.
Esa conversación dejó a ambas familias sumidas en la misma tristeza y en una sensación de impotencia que nadie sabía cómo resolver. El impacto de aquella noche dejó una profunda marca en ambos, una herida que Gonzalo no estaba seguro de poder sanar. Dolido y desilusionado, juró en su interior no volver a enamorarse. Sin embargo, en su corazón sabía que, a pesar de la distancia, aquel amor perdido sería un recuerdo que lo acompañaría siempre.
Los padres de Gonzalo y Arturo nunca supieron exactamente lo que ocurrió ese día en que sus hijos, siendo adolescentes, cruzaron una línea invisible que los cambió para siempre. Nadie había hablado de eso, ni en el momento ni después. Ambos chicos, aún inmaduros y temerosos de las consecuencias de su amor, decidieron guardar el secreto, con la esperanza de que el tiempo borraría el dolor y las confusiones.
Sin embargo, con el paso de los años, y a medida que ambos se fueron aceptando a sí mismos, la verdad quedó guardada en sus corazones como una cicatriz que nunca se borraría del todo.
Epílogo de la historia entre Gonzalo y Arturo
El final entre Gonzalo y Arturo no fue el que Gonzalo había imaginado en sus días de donde todo era felicidad a su lado. Arturo, que en un principio representó todo lo que Gonzalo deseaba, eligió alejarse de forma abrupta y sin explicaciones claras. Para Gonzalo, esta separación marcó el inicio de una herida emocional que tardaría años en sanar.
Tras su partida, Arturo se convirtió en un recuerdo envuelto en nostalgia y preguntas sin respuesta. Pero Gonzalo, aunque herido, demostró su capacidad para levantarse. La experiencia con Arturo lo enseñó a valorar la transparencia y a comprender que no siempre las personas están listas para ofrecer el amor que prometen.
En sus momentos de reflexión, Gonzalo entendió que el alejamiento de Arturo no fue un reflejo de su propio valor, sino de las limitaciones de Arturo para enfrentar sus miedos. Aceptar esto fue el verdadero cierre para Gonzalo, más allá de cualquier palabra que Arturo pudiera haber dicho.
La figura de Arturo, aparentemente, deja de ser un ancla para Gonzalo y se convierte en una lección crucial en su camino hacia el amor propio y la resiliencia. Aunque el amor que pudieron haber compartido no tuvo un "felices para siempre", sí dejó un impacto que moldeó a Gonzalo para enfrentar los desafíos y las oportunidades que la vida le presentaría más adelante.
Este desenlace no solo reafirma el crecimiento personal de Gonzalo, sino que también pone punto final a una etapa de su vida, dándole espacio para abrirse a nuevas historias, nuevas personas y, sobre todo, a un amor más honesto y correspondido.
FIN DE ESTE CAPÍTULO
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AMOR DE NADIE
Historia Corta¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...