A la mañana siguiente, Gonzalo despertó, deslumbrado por la luz del día, como un bello durmiente.
—Gonzalo, ¡ya despierta, no seas flojo! —Lo despertó William, plantándole un beso en los labios.
—Cinco minutos más, ¡por favor! —Rogó Gonzalo, tapándose la cara como si fuera a evitar el sol con ella.
—Nada de cinco minutos, ya levántate, son las diez de la mañana. —Respondió William, quitándole la frazada con un gesto teatral. Umm... parece que algo está despertando por abajo. —Se rió al notar que algo de su cuerpo había crecido.
—No seas pesado. —Dijo Gonzalo, sonrojado y a la vez un poco molesto. Le quitó la frazada y la envolvió nuevamente alrededor de su cuerpo.
—Te ves tan lindo cuando te enojas, pareces un angelito con las mejillas rojas.
—No te burles de mí.
—No me burlo, en serio. Eres guapo, solo que... —William le echó una mirada evaluadora— estás muy flaquito, deberías engordar un poco.
—¿Así? Pues así me conociste. —Dijo Gonzalo, mientras intentaba hacerse el indiferente.
—Sí, pero ahora te voy a poner en forma. No te preocupes, yo te enseño a hacer ejercicios. Te vas a sentir mucho mejor. Y a mí, ¿sabes qué me gusta? Agarrar carnecita, no puro huesito. —Le dijo, comenzando a hacerle cosquillas en la barriga.
—¡Entonces búscate a otro, porque a mí me aburren esas cosas!
—Mentira, pequeño. Me gustas tal cual eres. Así me enamoré de ti. Pero ya levántate, que el desayuno está listo. —Se acercó a darle otro beso, y Gonzalo le respondió con un piquito rápido.
William le pasó una toalla y un cepillo de dientes nuevo que había comprado cuando salió a comprar el pan. Gonzalo se dio un baño rápido, y tras disfrutar del desayuno que William había preparado con todo su esmero, se fueron a la Feria del Hogar. Querían recorrer todo el lugar y asegurarse de conseguir un buen sitio para ver la presentación de su salsero favorito, Lalo Rodríguez.
El día pasó entre risas y exploración. Recorrieron casi todo el recinto: artefactos nuevos, decoración moderna, juegos educativos, el salón de los espejos, la zona de caricaturas, Lima en miniatura. Se subieron a varios juegos del Play Land Park, vieron el show de Yola Polastry en el auditorio y, finalmente, disfrutaron del gran estelar. Fue en la fila para entrar al salón de los espejos cuando, por casualidad, se encontraron con Natalia y Luciano, de quienes no sabían que eran pareja. Lo dedujeron en cuanto los vieron besándose. Aunque se sintieron un poco incómodos al principio, pronto se relajaron y continuaron conversando con naturalidad.
—¡Hola, chicos! Qué sorpresa verlos aquí. —Les saludó Natalia con una sonrisa, dándoles un beso en la mejilla.
—¡Hola, Naty! Qué casualidad. —Respondió William, encantado de verlos.
—Sí, es una sorpresa muy agradable. ¿Cómo estás, Natachita? ¡Buenas tardes, jefe! —Saludó Gonzalo, bromeando con Luciano.
—¡Hola, chicos! Qué alegría verlos. Y nada de "jefe", ¿eh? Llámenme por mi nombre, no estamos en el trabajo. —Respondió Luciano, entre risas. —Aunque si estuviera en el trabajo, igual me pueden llamar por mi nombre. —Agregó con un tono relajado.
—Está bien, Luciano. ¡Hola! —Dijo Gonzalo, sonriendo mientras se sentían todos cómodos.
—Qué bueno verlos juntos de nuevo. —Comentó Natalia con un tono de complicidad.
—Te lo dije, danos tiempo y las cosas volverían a ser como antes. —Respondió Gonzalo, con una sonrisa satisfecha.
—Bueno, chicos, les quiero pedir un favor. —Dijo Luciano en tono serio, pero con una mirada pícara. —No digan nada de que nos vieron aquí juntos, ¿sí? No quiero que los chismes lleguen a la tienda.
—No se preocupen, lo que vimos aquí, aquí se queda. —Dijo William con firmeza, guiñando un ojo.
—Ustedes tampoco se preocupen, no vimos nada. —Respondió Luciano, lanzando una mirada cómplice a William.
Por la forma en que lo dijo, Gonzalo y William supieron que Luciano se había dado cuenta del beso que se dieron en la casa de Alberto, y probablemente Natalia ya estaba al tanto también. Al parecer, no les importaba y estaban completamente de acuerdo con lo que sucedía entre ellos.
—Chicos, ¿hasta qué hora se quedan? Podemos encontrarnos más tarde para ir al gran estelar. —Preguntó Natalia con entusiasmo.
—Sí, también venimos para eso. —Respondió Gonzalo, haciendo una señal con la mano.
—Perfecto, nos encontramos a las cinco para entrar juntos. —Dijo Luciano.
Después de recorrer gran parte de la feria y probar los famosos pollos broaster, se reunieron nuevamente con Luciano y Natalia. Disfrutaron de un concierto espectacular, pero sobre todo, lo que realmente les encantó fue pasar tiempo juntos. Se hicieron inseparables, tanto que después de ese día, continuaron saliendo en grupo. Ya fuera al cine, a disfrutar de alguna presentación en vivo, o simplemente para pasar el rato en el departamento de Luciano, quien vivía solo en Surquillo. En esos momentos, se conocieron más y forjaron una bonita amistad. Luciano, aunque tenía más de treinta años, se comportaba como un jovencito más, siempre lleno de energía y bromas, mientras que Natalia, a pesar de su imagen seria en el trabajo, tenía un carácter cálido y cariñoso. Ellos también sentían lo mismo por Gonzalo y William. Nunca hubo necesidad de definir lo que eran; simplemente, cada pareja tomaba su propio camino cuando llegaba el momento, y se retiraban para disfrutar de su tiempo a solas.
Continuará...
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AMOR DE NADIE
Historia Corta¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...