Arturo y Gonzalo vivían relativamente cerca. El colegio donde estudiaban la primaria estaba en otro distrito, así que cada día iban y volvían en bus. Durante los primeros años, Gonzalo solía pasar las vacaciones en la playa con su madrina, hasta que un incidente con el hijo mayor de ella lo llevó a no regresar. Desde entonces, Gonzalo se quedaba en Lima y aprovechaba para pasar el verano junto a Arturo. Los tres meses de vacaciones se llenaban de actividades: paseos en bicicleta, idas a la playa, clases de guitarra y cine, y hasta un taller de matemáticas para reforzar sus conocimientos. Hacían todo juntos.
Con la secundaria, llegó el cambio de colegio. Los padres de ambos, Beatriz y Sebastián, padres de Gonzalo, y Luis y Carmen, padres de Arturo, habían hecho también una fuerte amistad, por lo que no dudaron en conseguir cupos en una gran unidad cerca de sus casas para que ambos siguieran juntos. Luis, el padre de Arturo, veía con cariño la camaradería entre los dos chicos y solía bromear al decir que Arturo y Gonzalo parecían hermanos. Por su parte, Beatriz y Carmen se preocupaban de tenerlos siempre en casa a salvo, asegurándose de que ambos tuvieran un espacio donde confiarse y compartir.
Arturo, un joven alto de cuerpo atlético y ojos marrón claro, había heredado la buena apariencia de su familia, originaria de Oxapampa, una colonia alemana en el noreste del país. Era un muchacho con una madurez que parecía superar su edad. Mientras tanto, Gonzalo, con su estilo más reservado, encontraba en Arturo una calma y seguridad que no experimentaba con nadie más.
Cuando llegaron a tercero de secundaria, Arturo tenía quince y Gonzalo catorce. Estudiaban en un colegio de varones, pero justo al frente había uno mixto, y ahí fue donde Arturo comenzó a interesarse en una chica. Pronto, ella aceptó salir con él, y Arturo, emocionado, se lo contó todo a Gonzalo. Al oírlo, Gonzalo experimentó por primera vez una punzada de celos que no supo cómo disimular. Arturo notó la reacción, aunque no comprendió la razón.
—No te preocupes, aunque esté con alguna chica, siempre estaré aquí para ti, Gonzalo. Somos amigos para siempre —le dijo Arturo, sonriendo con esa mirada que siempre lograba tranquilizarlo.
—Lo sé, no tienes que decirlo. Ya sé que no puedes vivir sin mí —respondió Gonzalo con una sonrisa que intentaba ocultar su incomodidad.
Esa tarde, mientras conversaban los amigos, en el fondo del jardín, Luis y Sebastián los observaban desde lejos, conversando sobre el futuro de sus hijos. La complicidad de ambos padres también fortalecía la relación de los chicos.
—¿Y a ti te gusta alguna chica? —preguntó de pronto Arturo, después de reírse con la respuesta de Gonzalo.
—No... —respondió Gonzalo, algo incómodo y sin querer mirarlo a los ojos.
—¿Cómo qué no? ¡Si también eres popular! Serás el terror de las chicas del frente, te lo aseguro —dijo Arturo, riendo fuerte. Beatriz y Carmen, que estaban en la cocina de casa de Gonzalo, intercambiaron una mirada divertida al oír las risas de los chicos, sin saber la importancia de lo que estaba pasando entre ellos.
Entonces Arturo, curioso y sin malicia, le hizo una pregunta que dejaría una marca en Gonzalo.
—¿Entonces te gusta algún chico? —dijo Arturo, agarrando el rostro de Gonzalo con ambas manos y levantándole la cara para que lo mirara directo a los ojos.
Gonzalo sintió que su corazón latía más fuerte, como si temiera decir lo que realmente sentía. La sinceridad y dulzura en los ojos de Arturo lo hicieron confiar.
—Sí, amigo... me gustan los chicos, soy gay —confesó Gonzalo, bajando la mirada.
Arturo le dio un fuerte abrazo, ignorando por completo cualquier diferencia.
—Ven, amigo, no bajes la mirada. No tienes por qué avergonzarte de ser quién eres. No estás solo —le dijo Arturo con firmeza.
Luis y Sebastián, que estaban haciendo la parrillada, en una parte del jardín de la casa, observaban la emoción en sus hijos. Sin entender del todo, se sintieron tranquilos al ver la amistad tan pura que compartían.
—Gracias, Gonzalo, por confiar en mí. Somos hermanos y no voy a defraudarte. Esto queda entre nosotros —le aseguró Arturo.
Esa tarde, los padres de ambos chicos intercambiaron miradas de aprobación. Sabían que Arturo y Gonzalo podían contar uno con el otro, siempre serian como hermanos, y esto los hacía sentir aliviados.
Después de ese día, la amistad de Gonzalo y Arturo se volvió más sólida. Pasaban largas noches en casa de uno u otro, hablando de todo, proyectando sus sueños y riendo. A veces, Beatriz y Carmen los oían desde la sala, comentando lo afortunados que eran de tener a sus hijos tan unidos.
Esa conexión profunda entre ambos se convirtió en un pilar fundamental en sus vidas, alimentado no solo por sus propios secretos y sueños, sino también por el amor y el apoyo silencioso de sus familias.
Continuará...
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AMOR DE NADIE
Nouvelles¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...