A la hora del refrigerio, entre la una y las dos de la tarde, la tienda cerraba sus puertas brevemente para que los empleados pudieran ir a almorzar. Algunos traían su comida de casa y se dirigían al comedor en el segundo piso, mientras que otros preferían salir al parque cercano o a algún restaurante, cuando no traían su refrigerio. Ese día, Gonzalo no había traído nada, así que decidió salir a comer a un restaurante cercano. Justo cuando iba a salir, escuchó una voz que lo llamaba.
—¡Gonzalo! ¡Espera! —gritó la voz, y Gonzalo, algo sorprendido, se dio vuelta. Era el guardia de seguridad, William.
—¿Qué hice ahora? —le preguntó Gonzalo, fastidiado, sin comprender qué quería.
—Nada, hombre. Solo quería preguntarte, ¿dónde hay un lugar para almorzar? —respondió William, sonriendo de una manera que parecía sincera, pero también algo nerviosa.
—Ah, ya. Pensé que no podía salir a almorzar. —Gonzalo respondió con un tono sarcástico, restándole importancia.
—Oye, disculpa por lo de esta mañana, solo estaba cumpliendo con mi trabajo. —William se disculpó, esta vez con una sonrisa más cálida, mostrando sus dientes perfectamente alineados.
—No te preocupes, ya pasó. —Gonzalo lo miró, observando más detenidamente su rostro. William se había quitado el gorro. Su cabello corto tipo militar, castaño claro, se veía ordenado. Gonzalo notó sus ojos marrones, ligeramente achinados, y la mandíbula firme, con labios que apenas se asomaban. También se dio cuenta de que William había dejado la parte superior de su uniforme, mostrando su pecho tonificado bajo el polo que llevaba.
—Por aquí cerca hay un sitio donde almuerzo a veces. Estoy yendo para allá. —Gonzalo dijo, sin dejar de mirarlo, aunque intentó disimular.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó William, con una mirada algo ansiosa, como si se sintiera un poco fuera de lugar.
—Por mí, no hay problema. El lugar es público. —respondió Gonzalo, mientras comenzaba a caminar hacia el restaurante.
—Ah, por cierto, me llamo William. —dijo, extendiendo su mano en un gesto amigable.
—Mucho gusto, William, ya sabes, yo soy Gonzalo. —respondió Gonzalo, estrechando su mano. Un pequeño gesto que sentía más significativo de lo que esperaba.
Caminaron por una cuadra, y llegaron al pequeño restaurante. Se sentaron en una mesa cerca de la ventana y comenzaron a almorzar mientras conversaban. A pesar de que su primer encuentro había sido un poco tenso, el ambiente ahora era más relajado. William le contó a Gonzalo que era de Trujillo, en la costa norte, y que había llegado a Lima a los diez años. Le contó que tenía dieciocho años, y que pronto cumpliría diecinueve, que estuvo estudiando electrónica, pero había tenido que dejar sus estudios temporalmente para poder ganar algo de dinero. El trabajo de vigilante no era lo que más le gustaba, pero lo hacía por necesidad, con la esperanza de poder cambiar de trabajo pronto.
Por su lado, Gonzalo le contó que él pronto cumpliría los dieciocho, y aunque ya había terminado el colegio, no había decidido aún qué hacer con su vida. Su familia le había dado libertad para elegir, y tras pensar mucho, decidió tomar un descanso antes de entrar a la universidad y trabajar para ahorrar algo de dinero.
—La vida no es fácil —comentó William, mirando su plato sin mucha motivación—. Pero todo es cuestión de paciencia.
Gonzalo asintió, entendiendo perfectamente lo que William quería decir. Aunque sus historias de vida eran diferentes, había algo en ellos que conectaba, algo que los hacía similares, como si la vida los hubiera puesto en el mismo camino para compartir un momento. La conversación fluía naturalmente, y por un rato, Gonzalo olvidó que estaba en su hora de almuerzo.
Aunque en ese momento Gonzalo pensó que William era un chico guapo, no estaba dentro de su prototipo de pareja. Por aquel entonces, Gonzalo solía sentirse atraído por chicos mayores, los que tenían más experiencia. Pero algo en la forma en que William le hablaba, con esa mirada sincera y su sonrisa amable, comenzaba a despertar algo que Gonzalo no había anticipado: una ligera curiosidad.
A medida que la conversación avanzaba, Gonzalo comenzó a ver a William de una manera diferente. Ya no era solo el guardia que se había interpuesto en su camino esa mañana. Era una persona con sus propios sueños, con su propio pasado, y, aunque no se daba cuenta aún, alguien con el que compartiría más que un simple almuerzo.
Al terminar la jornada laboral, Gonzalo se despidió de William con una sonrisa, algo que no solía hacer con personas que apenas conocía. William, con un gesto relajado, le devolvió la sonrisa y le dio las gracias por compartir el almuerzo.
—Nos vemos mañana, Gonzalo. —dijo William, mientras este se alejaba hacia la salida.
Gonzalo, ya en el umbral de la puerta, no pudo evitar pensar en lo que acababa de suceder. Algo en William lo había impactado, pero aún no estaba seguro de qué era. Solo sabía que, aunque no lo esperaba, ese encuentro había marcado el comienzo de algo.
Continuará...
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AMOR DE NADIE
Short Story¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...