Unos segundos después de que se apagó el motor de la camioneta, escucharon un golpeteo en la tolva. Era Alberto.
- Ya llegamos, muchachos, bajen con cuidado. Y por si acaso, el perro no muerde. – Les dijo con tono jocoso.
- Menos mal que ya llegamos. Oye, deberías poner unas almohadas, porque ya no tenemos raya. – Respondió Vladimir, bromeando, mientras saltaba de la tolva.
Bajaron rápidamente, y tal como lo había advertido Alberto, un perro se les acercó, ladrando, pero moviendo la cola, mostrando su naturaleza amigable. Entraron a la casa, que era modesta, pero muy bonita, con ambientes bien distribuidos y un amplio jardín detrás. Como hacía frío, se acomodaron en la sala, que era amplia y acogedora. Entre todos, juntaron dinero para comprar dos cajas de cerveza, mientras que la esposa de Alberto, muy amablemente, les había preparado varios piqueos.
Pasaron un rato entre risas, tomando y bailando. Las chicas, como Natalia, Lucy y Milagros, no dejaban de sacar a Gonzalo a bailar. Se dieron cuenta de lo bien que lo hacía, sobre todo con la salsa.
- Eres flaco, pero bailas increíble. – Le decían ellas, sorprendidas por su destreza.
En un momento, Gonzalo se fue a los servicios, mientras el resto seguía bailando. Al regresar, se entretuvo mirando las plantas del jardín.
- ¿Por qué demoras tanto? Las chicas te están reclamando, no tienen con quién bailar. – Era la voz de William, quien se acercó al ver que Gonzalo no regresaba.
- Me gustan las plantas, me quedé mirando este jardín tan bonito. – Gonzalo se justificó, aunque su mente no dejaba de pensar en lo que había sucedido entre ellos.
- Pensé que me estabas evitando. – Dijo William, con una sonrisa traviesa.
- No, para nada. – Gonzalo se giró hacia él, pero su mirada se desvió, consciente de la tensión que había entre ambos. – Pero, aquí no podemos hablar, no estamos solos.
- Ahora sí estamos solos. – William dio un paso más cerca, mirándolo fijamente. – Y no sabes lo que me muero por besarte otra vez.
Gonzalo se sintió nervioso y excitado a la vez, pero intentó mantenerse firme.
- No aquí. Alguien podría vernos. – Dijo, con la voz entrecortada, mientras sentía cómo su cuerpo respondía a la cercanía de William.
- Todos están ocupados bailando y tomando, no nos verán. – William no dejó de acercarse, sintiendo cómo la atmósfera se cargaba de una tensión irresistible.
- Estás loco. – Dijo Gonzalo, pero su tono fue suave, casi deslizándose en una rendición que no pudo controlar. – Pero... también tengo ganas.
Con esas palabras, algo dentro de Gonzalo cedió. William lo jaló hacia la parte más oscura del jardín, donde la luz era tenue y la sombra los envolvía. El roce de sus labios fue inmediato. Se besaron con la misma locura y desenfreno que la primera vez, con más pasión, más urgencia. El tiempo dejó de existir para ellos en ese momento. Nada más importaba.
La puerta del baño se cerró de golpe, interrumpiendo el beso, y ambos se separaron bruscamente, con el corazón acelerado por la adrenalina. No sabían qué hacer. Se miraron, con el miedo de haber sido descubiertos, pero sin arrepentimiento.
William, en un impulso, salió por la parte del jardín trasero, encendió un cigarrillo para calmarse y luego volvió a entrar por la puerta principal, diciendo que había salido a comprar algo. Gonzalo, nervioso, regresó por el jardín, fingiendo que salía del baño, pero aún con la respiración agitada.
- Señora, tiene un hermoso jardín, me entretuve mirando las plantas. – Gonzalo dijo a la esposa de Alberto, mientras trataba de disimular su nerviosismo.
- Sí, lo vi. Estabas tan entretenido que ni te disté cuenta de que entré al baño. – Respondió Luciano, quien entraba en ese momento a la sala y le dio una palmada en el hombro, como asegurándole que no pasaba nada. Luego le sonrió cómplice.
- ¡Ven, vamos a bailar! Esta canción me encanta. – Natalia, al ver la situación, tomó a Gonzalo de la mano y lo arrastró al centro de la sala. La canción, "Lambada" de Kaoma, estaba en plena moda y no podían dejar de moverse al ritmo de la música.
Mientras Gonzalo bailaba con Natalia, William no podía apartar los ojos de él. Sonreía de forma cómplice, sintiendo la atracción irresistible que todavía los unía. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar y en lo que podría pasar después. La tensión entre ambos seguía palpable, incluso cuando el resto de los chicos los animaban a seguir bailando.
Pasaron las horas y, hacia las diez de la noche, comenzaron a retirarse. Los que vivían en el cono norte se quedaron un poco más, mientras que los que vivían en el cono sur y en el centro tomaron la camioneta de Mario para regresar a casa.
William vivía relativamente cerca de la casa de Alberto, así que Mario lo dejó en un paradero. Desde allí, William tomó el micro a su domicilio. Antes de irse, se acercó a Gonzalo y, en voz baja, le pidió:
- Llámame mañana, por favor. – Su voz era casi un susurro, lleno de deseo y urgencia.
Gonzalo asintió, aunque no pudo evitar sonrojarse. Sabía que al día siguiente seguirían explorando lo que había comenzado entre ellos.
Continuará...
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AMOR DE NADIE
Historia Corta¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...