Después de las sospechas de Gonzalo sobre lo que podría estar sintiendo William, dejó de insistir en salir con las chicas. Ya ni siquiera le interesaba la idea de tener algo con Roxana, al menos no más allá de la amistad. Las salidas seguían, eso sí, pero con un cambio en la dinámica. Algunos días, después del trabajo, se quedaban con las chicas y sus amigos, pero al final, siempre se iban los dos solos. Algo se había transformado en la relación de Gonzalo y William. Ya no solo eran amigos; la conexión entre ellos se estaba tornando más cercana, más fraternal, como si fuera una amistad profunda, pero con algo más debajo de la superficie.
Pasaban más tiempo juntos, antes, durante y después del trabajo. La gente los veía como buenos amigos, pero ambos sabían que había algo más, aunque ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso. Lo cierto es que sus compañeros también lo notaban, y aunque se burlaban de ellos de una manera amigable y sin malicia, las bromas solo hacían que el asunto se volviera más complicado. Siempre decían que solo eran buenos amigos y fingían un fastidio para no ser molestados, pero entre ellos siempre quedaba esa mirada cómplice, esa tensión que ninguno de los dos se atrevía a reconocer abiertamente.
Un día, Luciano, el administrador de la tienda, les pidió que arreglaran el almacén en el segundo piso. Mientras organizaban unos paquetes de papel higiénico, uno de los paquetes se les cayó y la bolsa se rompió, dejando que los rollos rodaran por el piso. Lo que comenzó como un pequeño accidente rápidamente se convirtió en un juego. Gonzalo, con su sonrisa traviesa, le tiró un rollo a William, quien, riendo, le devolvió el gesto y le lanzó otro. La diversión, sin embargo, pronto se tornó más brusca. William, que tenía más fuerza, empujó a Gonzalo, quien, intentando defenderse, lo jaló de la camiseta. Ambos cayeron al suelo.
William, estando encima de Gonzalo, lo sujetó con fuerza de las manos, dejándolo inmóvil. Sus cuerpos estaban demasiado cerca, y sus rostros a tan solo unos centímetros. Las sonrisas y las bromas se desvanecieron de repente, dando paso a una tensión palpable en el aire. Las miradas cambiaron, ya no eran juguetonas, sino que estaban llenas de nerviosismo, adrenalina y algo más que ninguno de los dos quería admitir. La respiración de ambos se aceleró, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. William miró profundamente a Gonzalo, y sin pensarlo más, acercó lentamente sus labios a los de él.
Gonzalo, con el corazón latiendo fuerte, cerró los ojos y abrió ligeramente los labios. El primer roce de sus labios fue tímido, pero pronto se convirtió en algo más, en un beso prolongado y lleno de intensidad. Un beso que les hizo olvidar todo lo que los rodeaba, que los desconectó del mundo exterior. Ambos perdieron la noción del tiempo y del lugar, inmersos en ese momento tan inesperado y lleno de sentimientos reprimidos.
Fue solo cuando escucharon los pasos de Natalia subiendo las escaleras que la realidad volvió a ellos. Se separaron rápidamente, como si el tiempo y el espacio hubieran vuelto a encajarse, y se levantaron apresuradamente del piso.
—Chicos, dice Luciano que ya bajen, hay clientes para atender —les dijo Natalia, sin poder ocultar una sonrisa de curiosidad.
—Ya, Naty, acabamos de arreglar esta ruma y bajamos —respondió William, tratando de esconder su rostro colorado.
—¿Y ustedes por qué están rojos? —preguntó Natalia, mirando de manera sospechosa a ambos.
—Es que aquí hace mucho calor —respondió rápidamente Gonzalo, mientras trataba de ocultar su incomodidad.
—Bueno, ya dejen eso acomodado, lávense, arréglense la ropa que la tienen toda desbaratada y bajen —les dijo Natalia, con una sonrisa cómplice que parecía adivinar lo que había ocurrido entre ellos.
Con esa mirada cómplice, Natalia bajó las escaleras, dejándolos a solas nuevamente. Ambos, todavía avergonzados y sin palabras, siguieron arreglando los paquetes sin atreverse a mirarse. Un silencio incómodo los envolvía, pues ninguno de los dos sabía cómo enfrentar lo que acababa de suceder. El beso no solo los había sorprendido, sino que también les había dejado una sensación extraña y nueva que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
Ese día y los siguientes, Gonzalo y William se distanciaron un poco. Ya no hablaban como antes, excepto lo estrictamente necesario y relacionado con el trabajo. La atmósfera entre ellos se volvió tensa, y aunque las bromas seguían, algo había cambiado irremediablemente. Ambos sabían que había algo más, pero no se atrevían a enfrentarlo ni a discutirlo. El recuerdo del beso seguía rondando sus mentes, y ninguno de los dos sabía qué hacer con esos nuevos sentimientos que comenzaban a florecer entre ellos.
Gonzalo y William están atrapados en un torbellino de emociones y dudas. Lo que comenzó como una amistad se ha transformado en algo más profundo, pero la confusión y el miedo a lo que podría significar los mantiene alejados. ¿Qué pasará con su relación? ¿Será este el principio de algo más grande o solo un episodio pasajero?
Continuará...
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AMOR DE NADIE
Short Story¿Es posible conocer el amor sin enfrentarse también a la indiferencia, el dolor, la decepción y el desengaño? Amor de Nadie explora esta pregunta a través de la vida de Gonzalo, un hombre cuya historia está marcada por amores fugaces pero intensos...