William: El primer amor (Parte 6)

7 1 0
                                    

Natalia, quien se había dado cuenta de la indiferencia de ambos, una mañana mientras esperaban a que llegaran el resto de sus compañeros, al verlos a cada uno por su lado, los llamó:

- ¡Chicos, vengan! Quiero conversar con ustedes.

- Sí, dinos Naty, ¿qué sucede? – Preguntó un poco preocupado William.

- Miren chicos, ustedes son unos chicos lindos, me caen súper bien, y es por eso que me atrevo a darles un consejo. – Empezó diciendo.

- ¿Qué pasa? No nos asustes. – Preguntó un nervioso Gonzalo, pensando que les diría que los había visto el día que ambos se besaron.

- Me he dado cuenta de que ustedes están alejados y ya no conversan como antes. Por favor, que nada de lo que les digan esos cavernícolas de los otros chicos afecte esa linda amistad que ustedes tienen.

- No, no nos pasa nada. – Dijo William.

- Pero ya no son como antes, han perdido esa chispa que tenían, la tienda sin su alegría no es la misma.

- Gracias Naty, pero de verdad no nos pasa nada, como tú dices, estamos tratando de acabar con esos chismes. Pero fuera de aquí somos los mismos amigos de siempre. – Mintió William.

- Así es, Natachita, no te preocupes, ya pronto regresaremos recargados. – Mintió también Gonzalo. Natachita era el apodo cariñoso que le ponían debido a un personaje de una telenovela popular en esa época.

- Bueno, así espero. Miren que hasta Luciano también lo ha notado y está preocupado por ustedes.

- Volveremos a ser los mismos, Natachita, solo danos unos días.

- Así espero chicos. Y ya saben, no hagan caso a lo que hablen estos cavernícolas. Son molestosos, pero son tan buenos chicos como ustedes. – Les dijo al ver llegar la camioneta del señor Alberto con algunos de ellos.

Con esa actitud, continuaron unos días más, pero la verdad es que ya no aguantaban estar así. Ambos necesitaban conversar sobre lo que había pasado aquella tarde.

A la siguiente semana, se celebraban las fiestas de la independencia del Perú. El gerente, el día 27 de julio, cerró la tienda al mediodía y los llevó a todos a almorzar a un restaurante, ya que 28 y 29 no trabajarían. Eran otros tiempos, en los que se respetaban los días feriados. Allí, compartieron un delicioso almuerzo e hicieron el respectivo brindis. A una hora prudente, se despidieron y cada uno se iría a su casa.

En medio de las celebraciones, también coincidían los cumpleaños de William y Gonzalo, quienes nacieron cerca de esas fechas, por lo que su compañero, Luciano, organizó un pequeño brindis extra, y los felicitó frente a todos.

- Bienvenido a la legalidad Gonzalo, muchas felicidades para ti también William, ¡salud por los dos! – Les dijo Luciano.

- ¡Salud! – dijeron todos.

William se sonrojó ligeramente, y Gonzalo agradeció con una sonrisa, pero en el fondo sabía que no era solo el cumpleaños lo que lo tenía nervioso.

Gonzalo, William, Susana y algunos más estaban afuera del restaurante conversando cuando, de repente, Alberto, uno de los choferes que hacía reparto a domicilio, les propuso seguir celebrando en su casa. Algunos compañeros confirmaron en ir, pero a Gonzalo y a William, por ser los más jóvenes, les preguntaron si deseaban ir con ellos. No los obligaban, pero si querían unirse, eran bienvenidos.

William y Gonzalo se miraron mutuamente y dijeron que sí, que también irían con ellos, aunque fuera un rato.

Alberto era el chofer de una de las camionetas, y tanto él como Mario, el chofer de la otra, se llevaban los vehículos hasta su casa. Con el permiso del gerente, cada uno jalaba a algunos compañeros hasta cierto punto, para que de allí tomaran su bus o micro a sus domicilios. Alberto vivía en el cono norte y Mario en el cono sur. Esa tarde, fueron a la casa de Alberto un grupo de once personas, divididos en las dos camionetas. Las chicas se acomodaron en los asientos y los varones en la parte de atrás, en la tolva, la cual era cerrada. En la parte de atrás de la camioneta que manejaba Alberto, fueron Luciano, Vladimir, William y Gonzalo. William se acomodó al costado de Gonzalo.

Ya el licor, a pesar de no haber sido mucho, los había desinhibido de sus temores e inseguridades. Gonzalo iba conversando con Vladimir y con Luciano, cuando sintió que William juntó su mano con la suya. Gonzalo se quedó inmóvil y no hizo nada, solo lo miró en medio de la penumbra. William le sonrió, y Gonzalo devolvió esa sonrisa, que fue una especie de aprobación de lo que estaba pasando. Luego de eso, William montó su mano sobre la de Gonzalo, para posteriormente entrelazar sus dedos con los suyos.

Justo pasaron por un túnel, y el ambiente se tornó extremadamente oscuro. La oscuridad fue aprovechada por William, quien se acercó a Gonzalo. Estuvieron unos segundos muy pegados, solo fueron segundos, pero lo sintieron muy especial. La cercanía, el calor, y las emociones acumuladas hicieron que ese momento fuera aún más intenso.

De pronto, la camioneta se detuvo, lo que hizo que sus manos se soltaran y sus rostros se separaran rápidamente.

Continuará...

AMOR DE NADIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora