Capítulo 4

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Ana

El primer día de clases se supone que es estresante, pero el segundo es aún peor porque te das cuenta de que has vuelto a comenzar el curso. Recuerdo que Nina solía odiar estos primeros días, no sé por qué sigo pensando en ella... es algo que no termino de entender.

Anoche estuve pensando en todo esto y en cómo me siento, he perdido al que creía el amor de mi vida y a mi mejor amiga. Me siento sola. Pero algo ha empezado a cambiar.

Ahora es momento de empezar una nueva etapa, voy a trabajar y a hacer nuevos amigos. Desayuno antes que mis padres y les digo que nos vemos allí en clase.

Al salir veo a Sandra que está en su móvil leyendo algo. Decido no preguntar y solo saludar.

Emprendemos el camino y al llegar a la puerta las chicas están con sus móviles, me saludan efusivamente y cuando toca el timbre entramos. A primera hora tenemos matemáticas y eso significa aguantar a mi padre que es el profesor. Es el primer día así que hoy haremos algo más relajado para conocernos e ir entrando en calor con el curso.

Nos da los porcentajes de las notas y hacemos juegos de lógica.

Está intentando ganarse el cariño de los alumnos.

Andrés me pasa un papel en un momento en el que mi padre se gira y yo lo abro discretamente.

Te espero en el recreo.

Su letra es ilegible.

Parece la de un niño de ocho años, pero creo que cualquier niño que está en el parque de infantil lo haría mejor que él.

Guardo el papel en el bolsillo de mi chaqueta y Anabel me mira, está mordiendo el capuchón del bolígrafo y levanta una ceja con una sonrisa divertida, yo le copio la sonrisa y me pregunta.

—¿Qué quiere ese contigo?

—Nada, solo que necesito dinero y voy a trabajar para él.

Ella asiente con gracia y me toca la mano como lo haría una madre, me hace gracia el gesto.

—Si necesitas gorritos de fiesta me los puedes pedir a mí, también puedo conseguirte la pastilla del día después más barata.

—No es ese tipo de trabajo, doña comedia. —le digo y me empiezo a reír en silencio y algunos compañeros nos miran.

Ella me guiña un ojo antes de volver a mirar a la pizarra, están resolviendo un juego de lógica, yo sé la respuesta porque desde pequeña jugamos a estas cosas. En los viajes en coche siempre empieza con estos juegos y consigue que me lleve todo el viaje pensando en la resolución del enigma. Este, en concreto, me lo sé, pero no le voy a estropear la sorpresa.

La mañana pasa lenta y más las demás clases, mi estómago ruge y necesito comer algo. Por fin suena el timbre del descanso y al salir Sandra y Laura nos esperan a Anabel y a mí en el pasillo.

Me disculpo con ellas y espero a Andrés, tarda bastante en salir, se ha quedado dentro de la clase hablando con la profesora de economía, sale con un aire despreocupado del aula y me mira, sonríe y me coge de la mano.

Empieza a tirar de mí por todo el pasillo y yo le pregunto varias veces el motivo de la carrera de fondo que estamos haciendo. No entiendo nada sobre este chico. Es muy raro. Me suelto rápidamente, no sé por qué, pero no quiero que mis padres me vean de su mano. Lo que me falta es que ahora me molesten con que tengo novio y se pongan pesados. Además, me incomoda un montón.

—¿A dónde vamos? —le pregunto por decimocuarta vez.

Quizás no hayan sido catorce veces las que le haya preguntado, pero dicen que siempre hay un número que sueles usar para exagerar una cifra y en mi caso siempre es el catorce.

A T A R A X I A  [1]   A La VentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora