Capítulo 6

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Ana

Él se queda rígido y aprieta el volante. Creo que no era la pregunta que se esperaba.

—No la menciones, por favor, ella simplemente no está, es algo difícil de hablar.

Decido no mencionar más el tema y recuerdo aquello que mi madre me dijo una vez de pequeña: cada persona tiene un momento en su vida que le atormenta y lo mejor es no despertar esos sentimientos porque puede dañarlos. Aunque aún no me cae especialmente bien no quiero verlo pasarlo mal.

—De acuerdo, no preguntaré más sobre ella.

Cuando termino de hablar sale del coche y anda cabizbajo, me siento mal, creo que mi pregunta le ha sentado mal.

—Perdona si te he molestado. —le digo de corazón. Él le quita importancia con la mano.

—Sabía que en algún momento lo ibas a preguntar, no me gusta hablar de ella.

Asiento y sigo, en silencio, sus pasos rápidos. Es muy alto por lo que sus zancadas son mucho más grandes que las mías.

Cuando llegamos a la puerta observo a todos los niños con sus padres, salen en masa, ellos sí van con el uniforme ya.

Una chica rubia y otro chaval moreno, ambos de ojos azules, se acercan.

No puedo evitar compararlos con su hermano, ella es más bajita y él es bastante más alto.

Si mal no recuerdo ella se llamaba Lola y el chico, José.

Ambos me miran curiosos.

—Ella es Ana. Pasará con vosotros algunas tardes, es la máxima autoridad así que respetadla. Es joven, como me pedisteis y compañera de clase así que, por favor, no le hagáis la vida imposible.

Ellos me miran y la niña me agarra del brazo.

—Seguro que eres la mejor de todos.

Yo la miro enternecida, el niño sigue mirándome y esboza la misma sonrisa que tiene su hermano.

—¿Sabes cocinar algo más que macarrones? Es lo único que sabe hacer Andrés. —dice.

Yo sonrío antes de asentir y los dos celebran.

—Vamos a casa, hay que comer. —dice Andrés y todos le seguimos hasta el coche.

—Apuesto mi merienda a que ha hecho macarrones con queso de nuevo. —dice José de nuevo.

—No he hecho eso, pesados.

Ellos celebran y Lola me acaricia el brazo.

—Si cocina algo diferente es porque le importas. —dice ella.

Lo ha hecho susurrando para que él no se entere, pero Andrés se gira y sonríe burlón.

—No, solo que no me apetece hacer pasta. —contesta sonrojado.

Llegamos al coche y me dejan el asiento del copiloto.

Por el camino le hablan al hermano contando todas las nuevas cosas que les ha pasado en el verano a sus amigos, a mí me da ternura.

Mi móvil suena y lo miro, es un mensaje de Sandra.

Sandra

Espero que no te haya

secuestrado y si es así,

dime que estás bien.

Le contesto que todo va bien y me centro en el paisaje, volvemos a la avenida donde vivo y me sorprende saber que está cerca. No me di cuenta cuando lo busqué en Internet.

—Eres muy guapa, me gusta tu pelo. —me dice Lola.

—A ver si le enseñas a maquillarse, a veces parece un mapache. —dice José y hasta Andrés se ríe.

Ella le da un empujón suave y José se soba el brazo.

—Gracias, un día puedo maquillarte si te apetece. —le digo mirándola por el espejo retrovisor.

Ella celebra y por fin Andrés entra en un parking subterráneo, todos nos bajamos del coche y me guían hasta el ascensor, ellos dos se pelean hablando de qué serie ver mientras comemos y Andrés les dice que hoy no se ve la televisión porque estoy yo.

El piso no se puede considerar como uno corriente, es enorme y con dos plantas, una pared es de cristal y se ve el río, es precioso.

Me sorprende que esté decorado de un estilo muy moderno, pero lo que más me sorprende es el piano que hay en una esquina, cuando ven que me detengo en él me hablan.

—Aquel trasto es de Lola, a veces lo toca. —dice su hermano José. Yo me río.

—Es bastante bonito.

Hay librerías y una mesa de madera blanca en el centro. A la derecha está la zona del salón con una tele y sofá y en el otro lado hay una barra y la cocina que se mantiene en tonos negros y blancos.

No he subido a la segunda planta, pero la persona que haya decorado esto tiene mucha clase y dinero, claro está.

—Ponte cómoda, ven, te dejo algo. —me dice Lola y me coge de la mano para subir por las escaleras.

—Así estoy bien, no hace falta.

Ella me mira y niega, así que puedo contemplar la segunda planta y es un pasillo con varias puertas, son todas iguales y ella me dice de quién es cada una.

—La del final es la cueva del terror o el cuarto de Andrés, la de al lado es la de José y esta de la izquierda es la mía. Aquella puerta —señala una del principio del pasillo—, es la de invitados, pero a penas la usamos.

Abre la puerta y veo un cuarto mediano, el suelo es de moqueta y la cama es enorme, tiene ese rollo victoriano bastante elegante.

No es sobrecargado ni sobrio, pero me encanta.

Ella desaparece tras una puerta que supongo que es el vestidor y yo me quedo de pie observando a través de la ventana.

Ella sale con unos pantalones deportivos entallados por el tobillo y una sudadera de los Yankees.

—Es lo más cómodo que he encontrado, te dejo cambiarte.

Coge su pijama y sale, yo me cambio y doblo mi ropa, bajo las escaleras y la dejo en una mesa auxiliar cerca de la entrada.

La verdad es que huele muy bien.

Los chicos están en la mesa del centro, yo me giro a la cocina y me arrepiento, Andrés está con el pelo alborotado y un delantal.

Casi puedo oír a Laura hablarme.

"Así luce tras un revolcón en la cama."

Sonrío, parece que la estoy escuchando y él se percata de mi presencia, al principio ignora que le haya estado mirando, pero su sonrisa bobalicona le delata.

—Siéntate, les toca poner la mesa a ellos.

Los chicos se enteran y dejan los móviles, no sin antes quejarse.

Yo observo las redes sociales y él me sirve, está amable después de todo.

Me sorprende todavía que Andrés lleve este estilo de vida en secreto, tiene un piso enorme, vive con sus hermanos y encima tiene un cochazo.

Es como si se avergonzara de quién es realmente.

Es como si se avergonzara de quién es realmente

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A T A R A X I A  [1]   A La VentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora