Capítulo 16

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Andrés

Me quedé embobado mirando a Ana fumando, admiré su cuerpo relajado y sereno tras ese momento, yo estaba fumando también, pero desde la penumbra.

No sabía lo que eran los celos hasta que vi a Tomás acercarse, pero claro, hacía mucho que no sentía algo así por alguien por lo que era normal en mí toda esta inocencia y desconocimiento.

Puedo ver cómo brilla el collar de mi madre en su cuello, siempre lo usaba, fue un obsequio que le hizo mi padre a mi madre cuando nací y el color es idéntico al de mis ojos.

Tienen una conversación normal y distendida, parece bonita.

Pasan los minutos y Carla viene buscándolo para bailar, quiere pagarme con la misma moneda, pero no será así porque yo estoy aquí y tengo algo mejor que ver.

Me sorprendo pensando en Carla, compartí momentos con ella, desde chicos nuestros padres han sido socios y el sueño de ambos es vernos al frente de una empresa, pero Carla es una hermana para mí, lo que pasó aquella noche fue un error y nunca volvería a hacerle daño a mi mejor amigo.

Alguien más entra en el balcón a fumar, es Hugo. Le he conseguido una entrada a sus padres. Su madre ha conseguido ascender en la empresa por su brillante trabajo y les he dado el día libre.

Me mira y se acerca, le pido silencio y él susurra.

—¿Sabes dónde está Tomás? Necesito pedirle una cosa.

Yo le cuento susurrando lo del baile y él asiente, mira a Ana y me sonríe divertido, sí, me gusta.

—Muy normal lo de comprarle un collar para ganártela. —me dice y yo le empujo de broma con una sonrisa.

—Tácticas antiguas, nunca fallan.

—Ya veremos, amigo, parece difícil.

Yo me río de su broma y se despide. En realidad, borro mi sonrisa en cuanto se va, le gusta también, pero espero que me respete un poco.

Nunca me ha caído bien, solo lo aguanto porque es el mejor amigo de toda la vida de Tomás.

Se ha presentado con unos pantalones formales y una camisa demasiado informal, nunca se pone un traje de chaqueta, desde que le conozco no le he visto nunca arreglarse.

Yo dirijo de nuevo mi mirada a ella, sigue apoyada en la barandilla observando la ciudad.

Ella se queda unos minutos en silencio y no puedo creer que me esté enamorando de verdad de una chica que no conozco y que trabaja en casa, pero no puedo evitar pensar en lo bonito que hubiera sido besarla tras el baile, porque esa canción me recordaba a ella y es que podría pasarme horas bajo su casa si con eso consigo cinco minutos a su lado. Lo lógico es que me casara y tuviera hijos con una de las hijas ricas de amigos de mi padre y continuar con el legado puro de los ricos, somos como una dinastía monárquica, nos casamos entre todos con el fin de mantener nuestro imperio.

Pero Ana me transmitía locura, novedad, intriga... con ella veía un futuro que no era certero, que requería esfuerzos e improvisación, algo que es imposible que ocurra con estas chicas, porque ellas tienen un plan en la vida.

Pero yo no quiero un plan de vida, quiero vivir cada día como el último y pensar solo en lo que haré mañana, no tener estrés por incumplir un objetivo del día.

Quería una vida normal, un trabajo común y una casa de clase media, no quería grandes pisos ni coches de lujo.

Quería una vida estable y sin lujos, no quiero la vida que tengo y siempre me he sentido así.

No me doy cuenta de mis pensamientos hasta que un chico con esmoquin aparece y Ana se sorprende y se queda estática.

No sé de qué hablan, pero a ella no le gusta.

Ambos miran la ciudad y se quedan en silencio mientras él le toca la mano, alguien entra en el balcón y él se gira, entonces veo que es él, es Miguel, el idiota del que ella está enamorada. Aquel que ocupa un lugar en su corazón donde debería estar yo.

Estoy segura de que ha sido Hugo el que se lo ha dicho, ese idiota me va a oír un día de estos.

Ahí fue donde experimenté por primera vez un corazón roto y duele. Duele mucho.


A T A R A X I A  [1]   A La VentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora