Capítulo 5

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Ana

Mis padres aceptan la idea casi sin tener que insistir mucho y por la tarde yo me dedico a estudiar. Al día siguiente vuelvo a hacer lo mismo de ayer, desayunar, despedirme de mis padres y salir en busca de Sandra, hoy la veo decaída y me atrevo a preguntar.

—Es complicado. —se limita a contestar.

Me río. Suena tanto a mí hace unos meses que me da ternura.

—Eso solemos decir todas, entiendo que no tengas todavía confianza en mí como para contármelo, pero aquí me tienes.

Ella sonríe antes de mirarme y noto que de verdad está triste.

—Me mola un chico, pero no vamos a poder estar juntos.

—Eso no lo sabes. —le digo sinceramente.

—Ana, lo hacemos todos los fines de semana, después me olvida durante la semana y vuelta a empezar.

—Tiene miedo al compromiso, será mejor que le dejes pasar.

—No puedo olvidarle.

—Al menos no estás embarazada —ella guarda silencio y yo la miro incrédula—. Dime que no.

—No, no te preocupes.

Me callo porque empezamos a llegar y las chicas están cerca.

—Ellas no saben nada de todo esto y es por decisión propia, el chico es bastante... diferente.

Llegamos a donde están las demás que están comentando algo de una misa o algo así que van a hacer en el recreo.

—Hoy por hoy me echan agua bendita y salgo ardiendo. —dice Laura y todas nos reímos.

No me molesta estar en un colegio religioso, supongo que sabía dónde entraba, pero no me apetece escuchar a un abuelito con túnica dando un sermón. Yo ahora mismo en mi mente solo puedo pensar en él y me encuentro, sorprendentemente, buscándole con la mirada.

Está dentro de la clase, lo veo cuando entramos y tiene muy mala cara, pero esta vez de cansancio.

Me mira y vuelve a mirar hacia su libro de inglés, me sorprende que no me quiera ni ver.

Es bastante bipolar.

Anabel se sienta y saca un libro, no puedo evitar mirar lo que lee.

Es de arte.

—¿Qué lees?

Ella despega la mirada y sonríe mostrando la tapa.

—Un libro sobre arquitectura, concretamente del Renacimiento.

Esta chica es interesante.

—¿Te gusta el arte?

Ella asiente, me empieza a hablar de arte hasta que el profesor entra y ambas callamos. La mañana discurre con normalidad, aunque algunos se quejan del trabajo que tenemos siendo la primera semana de clases. Yo solo pienso en que ya es viernes y queda menos.

La verdad es que estoy bastante cansada, cuando salimos de clase y me despido de mis padres se me pasa por la cabeza negar el trabajo e irme con ellos a dormir.

Por si fuera poco, Andrés tarda en salir.

Me saluda con una breve sonrisa de lado bastante atractiva y empieza a andar muy rápido.

Yo le pillo el ritmo y él saca un paquete de tabaco.

Casi me lo tiende, pero niega y yo se lo arrebato.

No está bien, yo lo sé, pero me apetece.

—Que conste que yo he intentado que no recayeras.

Yo me quedo alucinando cuando para frente a un Masserati azul.

En mi humilde opinión, pensaba que era el de hojalata de al lado, pero al darle a un botón, las luces del coche de alta gama empezaron a parpadear.

—Tranquila, no lo he robado, me lo regaló mi padre por mis dieciocho. —dice divertido y se me escapa una risa.

No he preguntado, pero agradezco que me lo diga.

Me monto y el olor a coche rico me embriaga.

El olor a coche rico para mí es ese típico olor a algo nuevo, mezclado con aires de superioridad. Arranca y unas luces azules se encienden rodeando la estructura de cuero de las puertas, en definitiva, la parte interior del coche parecía un prostíbulo.

Él luce incómodo y yo no pregunto, no quiero sonar indiscreta, pero este estilo de coche no pega con la ropa desgastada que él lleva.

Pone la radio y me deja escoger la emisora así que pongo una de pop, la típica donde ponen grandes éxitos.

—¿A dónde vamos?

—Al colegio donde están ellos.

Lo normal es que ellos estuvieran en el mismo que su hermano, pero parece que no es así y tampoco quiero preguntar, aunque nota mi curiosidad y habla.

—Es uno privado y de esos caros en los que son muy estrictos, mi padre cree que eso solucionará los problemas que tienen de comportamiento. Tranquila, solo se portan mal con él.

Genial, son revoltosos.

Solo espero que el trabajo sea fácil de llevar, hoy estoy derrotada y no tengo ganas de nada.

—¿Llevas mucho tiempo aquí, en Sevilla?

Él asiente.

—Desde hace bastante vivo solo, y desde la mayoría de edad con ellos, ha sido complicado adaptarme y vivir con ambos, pero aquí estamos. Me vine con una ex mía que era mayor de edad. Una locura. Siempre he estado viniendo desde pequeño, pero nunca me he quedado a vivir. Larga historia para contarla, Ana.

Me resulta muy peculiar su acento, es algo innegable, el acento madrileño tiene algo que engancha. Aunque el andaluz y en concreto el sevillano, para mí es especial.

—¿Has conocido algo ya?

—Algo he visto, esto es enorme, en cada esquina hay algo de arte.

—Tengo una amiga que puede ayudarnos de guía. —digo pensando en Anabel.

Siempre habla de su padre, pero nunca de su madre, es como si no existiera. Quizás haya fallecido y por eso es tan estúpido, sería el típico cliché. O quizás solo se lleven mal y punto.

—¿Qué piensas?

Me saca de mis pensamientos y baja un poco la música, según el GPS estamos cerca.

—Cosas mías.

Busca aparcamiento y no nos cuesta encontrar uno.

—Puedes preguntar lo que sea.

—¿Lo que sea? —pregunto cuando veo que se quita el cinturón

Él asiente y yo procedo a preguntar.

—¿Por qué nunca mencionas a tu madre?

—¿Por qué nunca mencionas a tu madre?

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A T A R A X I A  [1]   A La VentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora