La curiosidad mató al gato 8

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Desperté de la mejor forma posible, con suaves besos recorriendo mi pecho. Sonreí y abrí un ojo. Alec besaba con dulzura cada uno de los moretones que empezaban a aparecer en mi cuerpo, pequeños pensamientos malvas floreciendo sobre mi piel.

—Estás hecho unos zorros —susurró al verme despierto. Se alzó un instante, todo piel desnuda y clara, y acarició con delicadeza la zona dolorida de mi pómulo. Entonces, tras un rápido beso en los labios, se acomodó sobre mi pecho, ocultando el rostro en el hueco de mi cuello.

—¿Y de quién es la culpa? —pregunté divertido rodeándole con los brazos.

Su risa vibró a través de todo mi cuerpo, como hondas sobre un lago, arrastrándome a mí con ella.

Nos quedamos un rato en un cómodo silencio, con la fría y pálida luz del atardecer entrando por la ventana. Su cálido aliento me hacía cosquillas en la sensible piel de mi cuello, mientras que enredaba los dedos de una de sus manos con los míos.

—Ya lo sabías —expuse de repente, acariciando la suave piel de su espalda. Cada vértebra de su columna iba siendo descubierta bajo la palma de mi mano. Alec se movió, apoyando la barbilla en mi pecho—. Me preguntaste que si iba a terminar el trabajo ...

—Sí —susurró jugando distraídamente con el vello de mi pecho. Sus ojos evitaban los míos, concentrados en el movimiento de sus dedos.

—¿Desde cuándo?

—Desde el principio...

—¿Qué? —no pude evitar incorporarme un poco. Alec me abrazó más fuerte, impidiendo que me levantara —. Pero ... ¿cómo?

Sentí como se encogía de hombros.

—No eres el primero...

—¿Qué no soy el ...? —Eché la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, pellizcándome el puente de la nariz—. ¡Esto es una locura! —Volví a abrir los ojos, solo para encontrarme con los suyos, por fin, fijos en mí. Mientras mi cabeza daba vueltas se había incorporado hasta estar completamente encima de mi—. ¿Y aún así me buscaste?

Alec me sonrió y asintió, acercando su rostro al mío, su pelo cayendo a los lados como ligeras cortinas y ocultándonos de cuanto nos rodeaba.

—¿Y querías esto? —jadeé acariciando su mejilla. Cerró los ojos ante el contacto y besó mi mano con dulzura.

—Desde el principio ... —volvió a susurrar las mismas palabras que me había dicho poco antes.

—¿Por qué...? —La pregunta salió sola de mi garganta, mi lengua más rápida que mi cerebro, lanzada al azar. En el torbellino de mis pensamientos no sabía qué preguntar o por dónde empezar, como si mi mente se hubiese transformado en un enorme ovillo de lana del que no encuentras el extremo con el que empezar a trabajar. Quizás con un poco más de tiempo para ordenar mis ideas... Pero Alec no lo permitía, su presencia embotando todos mis sentidos. Sus labios se unieron a los míos, húmedos, hambrientos, tomando lo que querían, mientras sus caderas chocaban lentamente contra las mías.

—Mi tío ... —dijo incorporándose, sentado a horcajadas sobre mí y con las manos sobre mi pecho.

—Lo sé —contesté sujetando y acariciando los huesos de sus caderas—. Pero ¿por qué? —repetí teniendo por fin algo a lo que anclarme de momento.

Alec bajó la vista, con el ceño fruncido.

—Para él es muy importante la imagen —dijo al fin, claramente cuidando sus palabras—. El honor, la familia ... Huir de los escándalos ...

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora