Quien con fuego juega 4

43 7 0
                                    

La semana siguiente la pasé a oscuras en mi apartamento, compadeciéndome de mí mismo o bebiendo hasta perder la razón. Porque, ¿qué más daba todo ahora? Había vuelto al punto de partida, a ese instante en el que todo me daba igual, en el que me movía por pura inercia, por instinto, solo que ahora mis sentidos habían sido "activados" y el dolor y la angustia habían sustituido a la antigua apatía e indiferencia. ¿Qué sentido tenía poder experimentar algo tan intensamente si luego el golpe era peor? Había sentido una emoción desconocida, como caminar por el borde de un acantilado: el vértigo y los nervios ante el peligro floreciendo dentro de mí, pero haciéndome sentir más vivo que nunca. Y de repente, mis sentimientos recién descubiertos se habían convertido en un lastre, en un peso que me había hecho perder el equilibrio y caer al vacío.

Ya solo podía esperar —deseaba— el final.

Pero lo que llegó fue una llamada, o eso creo, demasiado borracho —y puede que drogado— para distinguir la realidad de mis deseos más profundos. Y poco después un fuerte agarre en mi muñeca que me hizo bajar de nuevo a tierra firme aterrizando ante él, tan malditamente guapo, y alto, y con esos preciosos ojos oscuros que me miraban juzgándome y con preocupación. Y le odié, por haberme hecho sentir, por haberme hecho débil. Y a continuación pasé a odiarme a mí mismo por las mismas razones.

—¿Qué haces aquí? —pregunté alejándome de él con brusquedad—. ¿Has vuelto para terminar alguna de las cosas que dejaste a medias? ¿Para terminar tu trabajo? —solté con veneno en la voz.

—Estás borracho.

—¿Y qué si lo estoy? No es algo que deba importarte ...

Quise alejarme, juro que lo intenté, pero al final me vi enfrentándome a él, furioso, con todo mi cuerpo de repente en tensión. ¿Qué es lo que pretendía? ¿No podía dejarme en paz? ¿O acabar con todo de una vez, como le había rogado antes?

Pero él me habló con calma, tomándome de las muñecas, del rostro, con delicadeza, gestos que no había conocido nunca, que nadie había utilizado conmigo —¿mi madre cuando era pequeño, quizá?— y me rendí. Ya no podía ni quería pensar más. Mi lucha era inútil, un gasto de energía absurda, por lo que mi mente volvió a su estado de embriaguez anterior.

Como si fuese un sueño en el que el control está fuera de nuestro alcance, me vi arrastrado a sus brazos, protegido entre su abrigo y su pecho, reconfortado por su olor y sus palabras, y de repente, en un salto en el tiempo, estaba apoyado contra una fría puerta de metal, manteniéndome a duras penas de pie. A pocos metros le vi dejar ko a un tío y, tras escupir un poco de sangre, pegarle un tiro como si nada. Me puse duro ante tal visión y a continuación me escurrí por el frío metal al suelo donde, antes de quedar casi inconsciente, vomité.

*

Desperté desorientado en una cama extraña, con mal cuerpo y la garganta seca, pero antes de que pudiese centrarme por completo vi a Jacob acercándose a mí, la luz de colores que entraba del exterior bailando en su atlético cuerpo, al igual que en un teatro de luces y sombras.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó.

—Tengo sed —conseguí graznar.

Jacob me dio la espalda, para volver al instante y sentarse junto a mí mientras me ofrecía un vaso de agua. Lo tomé y bebí hasta el fondo y, tras hidratarme, el cansancio volvió a apoderarse de mí. El sueño me llamaba y, envolviéndome en el edredón, me arrojé a sus brazos sin resistencia alguna. Pero pronto fui consciente de que me faltaba algo, el calor de otro cuerpo, sentir otro latido junto al mío...

—Tengo frío —exclamé con voz melosa, como un niño caprichoso que demanda atención de su madre. Al no obtener respuesta inmediata repetí mi solicitud—. Tengo frío. Ven a darme calor...

Saqué un brazo y agarré su muñeca, tirando con suavidad de él. No se resistió, pero tampoco se movió.

—No podemos andar perdiendo el tiempo —contestó con tono amable—. Hay cosas de las que deberíamos hablar...

Tiré de él un poco más insistentemente, sintiendo su pulso bajo las yemas de mis dedos.

—Mañana.

—Ya es mañana.

—Pues más tarde.

Por fin le noté ceder, momento que aproveché para enterrarle conmigo entre las sábanas. Trepé sobre él, enredando mi cuerpo con el suyo, enterrando mi rostro en su cuello...

—Más tarde —susurré en un bostezo. Y con un cálido sentimiento creciendo en mi interior al notar sus brazos cerrándose en mi espalda caí dormido otra vez.

*

Una brillante claridad fue abriéndose paso en la habitación, sacándome poco a poco de mi tranquilo sueño. Lo primero que noté fue el calor de su cuerpo pegado al mío y el peso de su brazo aún rodeándome de la cintura. Con una sonrisa me acomodé sobre su pecho, siguiendo el movimiento de su respiración y observando su rostro dormido. Parecía dormir profundamente, aunque tenía el ceño algo fruncido, como si incluso en sueños la preocupación le acompañase en cierta manera. Rocé con mis dedos la zona amoratada e hinchada de su pómulo, y bajé suavemente dibujando el contorno de su mandíbula, hasta acariciar sus labios. El ligero contacto le hizo estremecerse y cerrar con más fuerza los ojos, emitiendo un suave sonido de queja, pero no despertó.

«Es increíble como en un momento todo puede cambiar», pensé sonriendo más fuerte. «¡Quién me iba a decir ayer que a estas horas despertaría entre sus brazos!».

Pero no era un iluso, aún había incógnitas, cosas de las que hablar y temas que resolver. ¿Qué había cambiado? ¿Podría ser todo solo una mera ilusión, un descanso antes del acto final? Agité el rostro con fuerza, mandando lejos los pensamientos negativos que amenazaban con tragarme de nuevo. Con un mero roce de mis labios en los suyos me levanté, intentando molestarle lo menos posible y me encerré en el baño.

Salí de la ducha más relajado y con las ideas más claras. Si lo que había presenciado anoche no había sido un sueño —y el estar en esa habitación de hotel con un Jacob con la cara magullada me decía que no lo fue— todo indicaba que mi tío había contratado a alguien nuevo para acabar conmigo, y por algún motivo, también con Jacob.

—¡Vaya una mierda! —exclamé con un suspiro a mi reflejo mientras me desenredaba el cabello.

No sabía si reír o llorar ante la situación en la que nos encontrábamos. «Por lo menos estamos juntos», pensé abriendo la bolsa de Jacob para buscar algo seco que ponerme. Saqué una suave y vieja sudadera con capucha que olía a él y, junto a ella, un estuche de piel. «Yo soy fuerte», abrí la cremallera del estuche y miré en su interior, «y él lo es más que yo, esto puede salir bien». Una sonrisa acudió a mi rostro mientras jugaba con un brillante escalpelo, haciéndolo girar entre mis dedos. Tenía una segunda oportunidad, inesperada por completo, y pensaba aprovecharla al máximo.

Un gruñido proveniente de mi estómago me recordó que no habíamos comido en horas así que, tras vestirme y guardar todo de nuevo en su bolsa —a excepción del escalpelo que escondí en el bolsillo de la sudadera— salí silenciosamente de la habitación con la importante misión de conseguir algo para comer. 

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora