La curiosidad mató al gato 10

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Alec despertó de nuevo una hora después. Se estiró relajado, casi ronroneando, para después sentarse de lado, mirándome con una sonrisa. Alcé una ceja, divertido.

—¿Qué?

Se encogió de hombros.

—No sé por qué me dejas dormir tanto —dijo bebiendo un trago de agua de una de las botellas que había comprado. A continuación se puso a juguetear de nuevo con las emisoras de la radio—. Me consientes demasiado.

Reí. Sabía que era cierto.

—¿Cuánto queda? Tengo ganas de salir de este coche por más que unas pocas horas...

—Poco menos de una hora —contesté mirando por el retrovisor. Una luz se acercaba a gran velocidad.

A pesar de la época del año y que nos encontrábamos en una zona apartada y alejada de grandes poblaciones, era natural que nos cruzáramos con algún coche de vez en cuando. Pero eso no evitaba que todo mi cuerpo se pusiese alerta. Alec debió de notar mi inquietud porque miró hacia atrás con curiosidad. Estábamos en mitad de la nada, en una carretera secundaria y de noche bajo un aguacero interminable, por lo que no pudimos distinguir el coche que se acercaba hasta que casi lo tuvimos encima.

Era un todoterreno.

Sopesaba mis opciones cuando, en un controlado y ágil movimiento, se movió al carril contrario, nos pasó veloz y, volviendo de nuevo al lado correcto, desapareció engullido por la oscuridad a toda velocidad.

—¡Vaya un flipado! —exclamó Alec—. Con la que está cayendo sería fácil perder el control.

Asentí, relajando mis manos en el volante. Los nudillos se habían vuelto blancos por la presión.

Condujimos unos kilómetros sin más contratiempos, cruzándonos únicamente con un par de coches más que iban en dirección contraria. Reduje la velocidad al llegar a un nuevo desvío, una curva algo cerrada y de poca visibilidad.

—Ya queda poco —anuncié terminando de tomar la curva—. El pueblo está tras esa colina...

Sin previo aviso, una luz nos deslumbró desde el lado izquierdo, seguida de un fuerte golpe que me hizo perder el control del vehículo.

*

El todoterreno golpeó en el punto exacto de nuestro coche.

La inesperada colisión, unido a una calzada resbaladiza tras las eternas horas de lluvia, me hicieron perder el control del vehículo, enviando el coche directamente al arcén. Y de repente solo fui consciente de un brusco tirón tras el que me vi envuelto en una especie de nube negra que bloqueaba todos mis sentidos.

Tras muchos esfuerzos conseguí abrir los ojos. Mil rayos parecieron atravesar mi cerebro y un agudo pitido empezó a resonar en mis oídos. Pero a pesar del dolor y el mareo me obligué a mirar en torno mío. El coche debía de haber chocado con un árbol a solo un par de metros de salirnos de la carretera, impidiendo que volcásemos y haciendo saltar los airbags. Junto a mí Alec gimió.

—Alec —exclamé desabrochándome con torpeza el cinturón de seguridad y volviéndome hacia él. En la casi total oscuridad solo podía distinguir un atisbo de su cabello rubio. Le toqué la cara y el pecho, con desesperación, buscando cualquier indicio de lesión grave.

—Jacob... —susurró a su vez, temblando bajo mis toques. A tientas buscó una de mis manos y entrelazó sus dedos con los míos.

Pero mi alivio duró poco.

De improviso me vi tirado fuera del coche, a la fría lluvia, por dos fuertes brazos, Y con el tirón, mi precario contacto con Alec desapareció. Intenté revolverme del agarre de mi opresor, pero en un abrir y cerrar de ojos me tenía fuertemente aferrado del cuello, dejándome casi sin respiración. Retorciéndome además el brazo, me empezó a arrastrar hasta el arcén, donde la luz del único faro del todoterreno que había sobrevivido a la colisión iluminaba débilmente unos metros ante él. Una pequeña isla de luz en medio de la oscuridad de la noche.

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora