Quien con fuego juega 1

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Nadie puede culparme por ser capaz de saber cuándo me están siguiendo y con qué intenciones. Después de cuatro o cinco intentos de "hacerme desaparecer" por parte de mi tío —los primeros muy chapuceros, todo hay que decirlo— he desarrollado el poder de reconocer situaciones o personas peligrosas. Llamémosle don, llamémosle aprendizaje a través de la experiencia o simple y mero afán de supervivencia. Da igual. El caso es que siempre funciona, aunque alguna vez haya sido por los pelos. Es como una pequeña alarma que se enciende de forma inconsciente en el fondo de mi mente y que provoca que todos mis sentidos se pongan de inmediato en alerta. Y esa noche, mientras bailaba en la discoteca, esa alarma iba además acompañada de brillantes e intermitentes luces de aviso.

Miré en torno a mí desde la pista, sabiendo qué buscar, y pronto lo vi, en la barra, mirándome de arriba abajo con curiosidad mientras parecía disfrutar de una copa —¿y de lo que veía?—. He de reconocer que en un primer momento me sorprendí. No era para nada lo que esperaba.

«El tío Derek se ha superado esta vez. ¡Sus buenos billetes le habrá costado!»

Mi tío, el gran Derek Wolfard. Acostumbrado a hacerse con todo lo que desea a golpe de chequera. Y no tenía ninguna duda de que el hombre que tenía ante mí valía cada cero que su ostentosa pluma de acero y oro había trazado sobre el papel.

A pesar de la distancia y de las molestias propias del lugar intenté sacar toda la información que pude de él. Pasaba claramente de los 30, alto y delgado, pelo oscuro, cayéndole con gracia hacia el rostro. Vestía unos pantalones negros de pinza y una camisa oscura de seda, todo de firma y a medida. Le quedaban como un guante. Y su porte mostraba una seguridad inquebrantable. No tardó en alzar la vista y nuestras miradas se conectaron. Si había tenido alguna duda de su identidad esta se desvaneció cuando esos dos ojos oscuros se clavaron en los míos como puñales.

Pareció sorprenderse un instante, apenas un temblor en el ceño, pero enseguida volvió a su estado de confianza y tranquilidad anterior. Y en vez de apartar la mirada, o incluso desaparecer entre la multitud, se quedó en el sitio, observándome. Entonces me sonrió. Una enorme y preciosa sonrisa que suavizó todo su rostro y que consiguió que por un instante en la abarrotada sala todo quedase en silencio y solo estuviésemos él y yo.

Ridículo, ¿verdad?

«Creí que estas cosas solo pasaban en las películas».

Noté como una tonta sonrisa afloraba en mi rostro en respuesta a su entusiasta gesto, por lo que, antes de que fuese demasiado tarde, volví mi atención —ya dividida— a uno de mis amigos.

*

Había pasado aproximadamente una hora y, con la hora de las brujas más cerca, el local empezaba a llegar a su máximo aforo, lo que me dificultaba cada vez más ser testigo directo de lo que ocurría al otro lado del local. Entre los cuerpos contoneándose en la pista, la gente que no dejaba de pasar y los que se acercaban a la barra a pedir, solo pude atisbar fragmentos sueltos. Aunque no había que ser un lince para ver lo que había sucedido. Chica guapa ve a chico atractivo, bien vestido y claramente con dinero en la barra, solo y se acerca a él. Para él habría bastado únicamente una de sus radiantes sonrisas para tenerla en el bote. Y poco después, bajo los dulces efectos del alcohol, palabras bonitas y promesas de una noche de sexo inolvidable, estarían riendo y negociando a casa de quién ir a continuación.

«¡Bingo!».

Vi como ella se levantaba, tropezando algo mareada y agarrándose al brazo de él en busca de apoyo. Sus rostros se acercaron un instante, para oírse mejor seguramente, y tras compartir un casto beso, ella se alejó en dirección al ropero mientras él recogía su abrigo y se dirigía a la salida.

La curiosidad mató al gatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora