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N1: Para mayores de 18, bastante smut... Muy descriptivo.
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Lisa se quedó mirándola, cautivada al verla allí colgada, indefensa. Tuvo que contenerse para no agarrarle las piernas, enganchárselas alrededor de la cintura y penetrarla directamente. Resultaba de lo más excitante; era como si Jennie se exhibiera en un mercado de esclavos y ella pudiera hacer con ella todo lo que le apeteciera.

Cuando Jennie había mencionado lo del juego de dominación, a ella no le había parecido excitante. Como poli, había conocido a tantas mujeres violadas que lo de obligar a una mujer a follar con ella no le resultaba agradable, ni siquiera aunque fuera algo fingido en un juego erótico. Había presenciado muchas escenas en las que las prostitutas, o sus chulos, aparecían encadenados a una cama o a una mesa en habitaciones de motel, de modo que lo de atar a una mujer a un somier no le llamaba demasiado la atención. Esto, en cambio…

—Ahora mismo vuelvo —dijo.

— ¡Lisa, espera! ¡No me dejes así!

—No, tranquila, vuelvo en un segundo. —Lisa quería que se quedara un rato pensando en la idea de estar encadenada y absolutamente a su merced.
Fue al cuarto de estar y recogió los juguetes que había seleccionado de la caja, de donde también provenían las viejas esposas niqueladas que la 

Unidad Policial de Dallas había desechado para pasar a emplear, en su lugar, tiras de plástico, más modernas, en la detención de sospechosos. Al preparar la caja, había metido sus dos pares de viejas esposas.

Cogió también las pinzas de los pezones, una venda y una larguísima pluma de color morado. También había un instrumento con forma de mariposa azul, pero aquello prefería reservarlo para más adelante.
Se dirigió a la cocina y llenó un cuenco con hielos.

— ¡Lice! —gritó Jennie.
«Estupendo, se está impacientando.»

—Ya voy —respondió.

Cuando regresó, notó que Jennie estaba nerviosa. Había salido de la bañera y estaba de pie sobre la alfombrilla del baño.

— ¿Dónde estabas? —se quejó.

—Buscando los accesorios que vamos a emplear —contestó mientras colocaba todo en la encimera del lavabo.

Deseosa de enterarse de lo que preparaba, Jennie deslizó las esposas a lo largo de la barra de la ducha para poder verla mejor. Lisa se hizo con uno de los cubitos de hielo y se dio la vuelta hacia ella.

— ¿Qué vas a hacer?

—Lo que me dé la gana.
Jennie abrió los ojos y se alejó de ella hasta toparse con la bañera.

—Lisa, ¡no!

—Jen, ¡sí! Voy a repetir tus palabras: «Alguna vez me he preguntado cómo sería someterme a los deseos de alguien, dejar que tomara el control de mi cuerpo.» Bien, encanto, pues aquí estoy. A veces se obtiene lo que se desea.

Jennie se mordió el labio superior, en un claro signo de preocupación. Lisa le pasó un brazo por la cintura para atraerla hacia si y presionarle el pecho izquierdo con el cubito de hielo. Jennie suspiró antes de que un escalofrío la atravesara de la cabeza a los pies. Lisa no quiso creer que aquella reacción proviniera exclusivamente de la temperatura del cubito, el cual continuó girando en círculos cada vez más cerrados a medida que se aproximaba al centro. El pezón aumentó de tamaño y se oscureció hasta adquirir un suave tono violeta. Lisa escuchaba la fuerte respiración de Jennie, consciente de la tensión en que estaba sumida. Luego tiró el cubito y, con los dedos índice y pulgar, empezó a retorcerle el pezón.

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