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Lisa salió del coche y reptó hasta el parachoques trasero. Tal y como el sheriff había dicho, el lago quedaba justo delante. Observó la casa detenidamente desde detrás de la rueda. Parnell se encontraba en la puerta de entrada y llamaba delicadamente con los nudillos.
Lisa cogió el móvil y llamó a Torres, que respondió a la primera.

—Está en la puerta —susurró—, dadle un par de minutos.

—De acuerdo.
Colgó y marcó el número de Jenkins.

—Está en la puerta —repitió—. Torres entra dentro de dos minutos. Síganla ustedes cuando la oigan.

—Entendido —contestó el teniente.

El protocolo habitual requería que el agente llamara a la puerta y se presentara, si traía consigo una orden. En este caso, el ruido metálico de los arietes equivaldría a la llamada.
Parnell estaba tardando mucho y Lisa no alcanzaba a ver a quién se dirigía.

—Vamos, date prisa —susurró.
Por fin escuchó al sheriff decir:

—Ahora podrá disfrutar de la estancia. Hasta luego.

—Gracias por pasarse por aquí —replicó una voz masculina.
Parnell volvió hacia el coche patrulla, pero antes de que hubiera avanzado apenas diez metros, Lisa oyó el primer ruido de la incursión. El segundo se produjo tan seguido que pareció que se trataba del eco más que de otra entrada.

El sheriff se tiró al suelo y Julia salió corriendo de detrás del coche patrulla en dirección a la casa. Esperaba que le dispararan desde la puerta de entrada, sin embargo, el tipo allí apostado levantó las manos y dio un paso al frente.

—No dispare, no dispare. No voy armado. Yo sólo soy el chófer.
Lisa lo agarró, lo hizo echarse en el suelo y estaba a punto de ponerle las esposas cuando el sheriff apareció tras él.

—Yo me ocupo de éste, usted vaya a por su chica.
Lisa se introdujo rápidamente en la casa. La vivienda, enorme, estaba decorada con numerosos y pesados muebles de piel en tonos oscuros. No había nadie ni en el cuarto de estar ni en la cocina. Escuchó voces y corrió al lugar de procedencia del ruido. En el vestíbulo se encontró con cuatro miembros del Equipo de Especiales que habían atrapado a dos tipos enormes a los que habían esposado ya.

—¿Dónde está GD? —gritó Julia a los agentes especiales.

Uno de ellos señaló al fondo de la sala y Lisa corrió en la dirección indicada. Un grupo de policías conducía a GD fuera de la habitación. Llevaba las manos esposadas y una expresión de rabia en la cara. Miró a Lisa y la reconoció enseguida.
Lisa lo agarró por la camisa y se lo acercó.

—¿Dónde está? ¿Le has hecho daño?
El mafioso contrajo la cara en un gesto de sorna.

—Tu gorda pu**** está en mi sala de juegos. Es una lástima que hayas llegado ahora. En sólo diez minutos la habría tenido rogándome que le dejara chupármela.
Antes de que nadie pudiera hacer nada, Lisa le asestó un puñetazo en la cara.
Cuando iba a darle un segundo golpe, los miembros del equipo le sujetaron.

—Vamos, Lice. No pierdas el tiempo con esta basura. Tu chica te necesita ahí dentro. El jefe de Especiales lo separó de GD y lo llevó a la entrada de la habitación.

En los años en que había trabajado como policía anticorrupción, Lisa había visto muchas salas de sadomasoquismo y dominación, de modo que el tono gris del cuarto no lo sorprendió. Lo único que le importaba era ver a Jennie.

La encontró desnuda y atada a una especie de camilla médica. Gómez y otro de los policías estaban a su lado. Lisa saltó hacia ella.
Jennie tenía la expresión congelada, como si sufriera algún tipo de shock. Lisa se situó a la derecha de la camilla y se inclinó para que ella pudiera verlo.

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