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Cuando Jennie oyó los ruidos de Turner al aporrear la puerta de la habitación, sacó el brazo del agujero, agarró la portezuela de la trampilla y la bajó hasta encajarla de nuevo con la punta de los dedos.
Justo a tiempo. Acto seguido escuchó el sonido de la madera astillándose y los pasos apresurados del matón.

—¡**** sea! ¡Se ha escapado por la ventana! —gritó Turner.

—Bueno, ¿pues a qué esperas? ¡Ve a buscar a esa zorra! —la voz de GD sonaba rabiosa.

A Jennie se le encogió el estómago. El suelo vibró por encima de su cabeza.
Alguien había entrado en el cuarto de baño. Jennie había dejado el armario abierto con la esperanza de que nadie lo examinara con detenimiento.


Oyó que abrían el armario de debajo del lavabo. Quienquiera que fuese se encontraba a unos centímetros de su escondite. ¿Olería el hedor que había salido de aquel pasadizo? ¿Oiría los frenéticos latidos de su corazón? «Por favor, Señor, no dejes que me encuentren. Si lo hacen, GD me arrancará la piel como si fuera una uva.» La persona que había entrado en el baño se alejó. Jennie trató de escucharlo moverse. Nada.

¿Cuánto tiempo pasarían fuera buscándola? ¿Volverían enseguida? ¿Debería ella quedarse allí o huir? ¿Estaría mejor si esperaba allí a que ellos volvieran a Dallas? ¿Y si les llevaba días?


El miedo la tenía paralizada. Era incapaz de decidir qué hacer. Luego escuchó un ruido de hojarasca a su derecha. Volvió lentamente la cabeza y visualizó un par de ojos color naranja que la miraban fijamente en la oscuridad. «¡Dios santo! ¡Una rata!» La decisión estaba tomada. Abrió la portezuela y salió del agujero; al hacerlo se arañó con una astilla. «Genial, ahora necesitaré una inyección antitetánica.»


Arrojó la sábana por el agujero y volvió a cerrar la portezuela de la trampilla antes de abandonar el baño. Fue de puntillas hasta la puerta del dormitorio y escuchó.
Nada.


Todavía desnuda, caminó hasta la entrada de la casa. Aunque fuera se oían las voces de los hombres que se gritaban unos a otros, todo estaba en silencio en el interior. Lo primero que tenía que hacer era encontrar un teléfono. Luego debería ponerse algo d ropa y calzado. Y quizá debería hacerse con un arma. O incluso con las llaves de la limusina.


Agachada para que no la viera nadie desde el exterior, recorrió el cuarto de estar en busca de un teléfono. Al no ver ninguno, se dirigió entonces a la ciña. Allí, en la pared, había un teléfono. Justo cuan se disponía a descolgar el auricular, oyó un ruido detrás de ella. Al darse la vuelta se encontró a Nana. La chica la observaba con unos ojos muy abiertos y asustados que oscilaban entre el salón y ella. Ambas se miraron fijamente durante un rato.

—Por favor —rogó Jennie—, déjame avisar a la policía. ¡Te lo suplico!
Nana asintió parsimoniosa y se dirigió al salón pasando al lado de Jennie, que contuvo el aliento mientras la chica se dirigía hacia la puerta principal de la casa, la que daba al porche. No llamó a nadie. Sólo trataba de poner el máximo espacio posible entre las dos. Después de saber cómo era GD, Jennie no podía culparla.

Ahora sí, descolgó el auricular, que cayó y casi le da en la cabeza. Lo recogió y esperó hasta escuchar el tono para marcar el teléfono de emergencias.
No había tono. Se figuró que tendría que colgar y volver a descolgar, de modo que se incorporó ligeramente, apretó el botón para reactivar el teléfono y volvió a colocarse el auricular en la oreja. Nada.
Empezó a marcar números. El cero para hablar con algún operador, el de emergencias de nuevo. Nada.

—Jennie.
Jennie se volvió y vio a Cabrini en el salón. Agarraba a Nana por el brazo y la apuntaba a la cabeza con un arma. Dejó caer el teléfono —Ya te dije que tenía instinto —empezó—. Como no te veía yo a ti corriendo por los bosques tal y como viniste al mundo, mandé a Gordon, a Turner y a Seungri a buscarte y yo me quedé en el porche esperando. —GD acarició la mejilla de Nana con la punta del arma presionándola contra la piel de la chica. El roce le produjo un arañazo tremendo en el rostro —. Imagina mi sorpresa cuando te vi a ti llegar a la cocina agachada y luego a mi dulce Nana salir de allí sin avisar a nadie — entonces sacó la lengua y lamió la sangre que resbalaba por la mejilla de la chica—. Me has decepcionado tanto, Nana.

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