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Lisa permaneció en la esquina situada junto a la panadería y volvió a llamar a Jennie por teléfono, aunque sin éxito. El conserje la había visto salir del portal hacia las cinco y cincuenta, pero aún no había regresado.


Por su parte, la dependienta de la panadería reconoció a Jennie por la descripción de Lisa. Le explicó que había estado allí comprando una docena de donuts y que se habría marchado hacía aproximadamente un cuarto de hora.


«¿Estaría en el ático de G. D? Si la hubiera secuestrado, ¿sería tan estúpido como para llevársela a su propia casa? No, no era ningún estúpido, aunque sí lo suficientemente arrogante para hacer algo así.»
Acortó la distancia cruzando por la avenida McKinney en dirección al edificio de G. D.


El conserje leía el periódico de la mañana, sentado en un taburete alto tras la mesa de la recepción. Zeke le mostró la placa policial.

—¿Está G. D en casa?
El hombre —en cuya insignia se leía Guy— echó una ojeada a la identificación, dobló el periódico y cogió su carpeta. Lisa giró sobre sus talones mientras el viejo se concentraba en leer las hojas de entrada y salida.

—Aquí dice que el señor G. D se marchó anoche a las nueve y cuarenta y que no volverá hasta mañana.

—Ya sé que salió anoche, pero ¿lo ha visto usted desde entonces?

—No —respondió el conserje con la cabeza—, pero podría haber entrado por el garaje y haber subido directamente. Los residentes tienen una llave del ascensor que les permite saltarse la recepción. Las visitas, en cambio, han de pasar antes por aquí.

—Vamos —indicó Lisa mientras apuntaba a los ascensores—, hay que registrar su apartamento.

—Yo no sé nada de eso —Guy se humedeció los labios con nerviosismo—, ¿no necesita usted una orden?

—No sí creo que alguien puede estar en peligro. Venga —Lisa pensó que por su aspecto y su forma de hablar debía de parecer una loca, pero no le importaba.


Mientras subían al piso, se acordó del equipo de vigilancia por primera vez. La habrían visto entrar en el edificio de G. D. «Diablos, ¿Qué es lo que me pasa? Diablos. Bueno, si Jennie no está en casa de ese mañoso, yo misma llamaré al teniente. Si quiere despedirme, que lo haga. Pero tengo que encontrar a Jennie.»


En cuanto se detuvo el ascensor, Lisa apremió al conserje para que fuera hasta la puerta de Jennie.

—Adelante. Ábrala.
Guy se sacó el llavero del bolsillo, escogió una llave y se quedó parado, claramente indeciso.

—A lo mejor debería llamar a mi jefe.
Lisa le arrebató la llave de las manos y la introdujo en la cerradura.

—¡Oiga! —protestó el conserje—. Usted no puede...

Lisa se sacó la pistola de la funda y Guy salió corriendo hacia el ascensor.
Después de respirar profundamente y con la automática preparada, abrió la puerta de par en par. La casa estaba vacía. Registró con rapidez el apartamento. Allí no había nadie.

—¡Diablos! —maldijo mientras echaba un vistazo al dormitorio principal.
Había llegado el momento de informar al teniente y a la capitana Torres de la desaparición de Jennie. Se sacó el móvil de la chaqueta y empezó a hacer las llamadas oportunas.

***
La limusina negra circulaba ahora por la 145. Lena logró mirar el reloj.
Llevaban más de una hora de viaje. Cabrini había mencionado una cabaña de pescar, pero ¿Dónde estaría? La carretera 145 conectaba Dallas con Houston, que, junto con la vecina Galveston, se situaba justo en la parte superior del golfo de México. ¿Se referiría Cabrini a alguna cabaña de por allí? Miró a su captor, que llevaba kilómetros sin hablar, aunque sin dejar de mirarla un momento.

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