Jennie giró de nuevo a la derecha en dirección a la avenida Spring. Conducía como si llevara activado el piloto automático: tomó el camino que la llevaba de vuelta al centro de Dallas. Asustada ante la idea de que alguien —ya fuera la policía o los hombres de G. D— estuviera siguiéndola, miraba continuamente por los espejos retrovisores.
«Vale, necesito pensar con calma en todo esto. G. D ha intentado secuestrarme en medio de la calle y a plena luz del día. Si lo ha hecho una vez, puede volver a hacerlo. No puedo irme a casa», se dijo.Le costaba hacerse a la idea del descaro con que G. D se saltaba las normas.
«Sabía que era un narcisista, pero ¿esto? No hay quien pueda predecir lo que vendrá después. Tengo que contarle todo lo ocurrido a Lisa. No tengo elección.»
Miró el reloj del salpicadero: eran las dos y media. Los hombres de G. D debían de haberla seguido hasta la casa de Prudie. Aquello significaba que, además de saber dónde vivía, ahora también sabían dónde trabajaba. No podía volver ni a su piso, ni a la oficina.
«¿Y qué hago? —se preguntó—. No tengas miedo, Jennie. Piensa.» Se detuvo en un semáforo. «Lo primero es lo primero. Llama a la oficina para decirles que no te encuentras bien y que te vas a casa.» Jennie localizó el móvil e hizo la llamada.
«Y, ahora, ¿qué?» El semáforo se puso en verde. Sin embargo, Jennie no sabía a dónde dirigirse. «¿Llamo a Lisa? ¿Y qué hago? ¿Se lo cuento todo mientras está en el trabajo? No, no puedo; no mientras esté en su turno.»
El coche que había detrás de ella tocó el claxon. Jennie aceleró y condujo de vuelta a Dallas. «Tengo que encontrar algún sitio en el que esconderme, algún sitio en el que pueda pedirle a Lisa que quede conmigo para poder contárselo todo.»Tomó el desvío que llevaba al centro.
Al igual que la mayoría de los habitantes de Dallas, solía admirar con orgullo los luminosos rascacielos de la ciudad. Aquella tarde, sin embargo, el nerviosismo le impedía apreciar aquel imponente conjunto arquitectónico.
«No puedo ir a casa. No puedo ir al trabajo. No me atrevo a ir a casa de mi madre. ¿Y si G. D sabe dónde vive? Quizá debería quedarme en un hotel.»
Delante de Jennie apareció un cartel que indicaba la dirección hacia Oak Cliff y que le llamó la atención. «¡Oak Cliff! Claro, puedo ir a casa de Irene.»
Cuando Bae Irene lanzó su revista electrónica, la oficina central de Heat existía únicamente en la realidad virtual. El personal trabajaba disperso por la ciudad de modo que las reuniones se celebraban on-line o por teléfono. Tras un año de cuentas favorables con la revista en funcionamiento, Irene le había pedido a Nayeon que le buscara un local donde instalar las oficinas. Aunque Heat era una publicación electrónica, Jennie quería buscar la sinergia que surge cuando el personal creativo trabaja junto y en equipo.Nayeon le había encontrado un edificio de ladrillo de cuatro pisos en Oak Cliff, una zona deprimida del sur de la ciudad que estaba aburguesándose. Irene había comprado la propiedad por el equivalente a nada y había acabado gastándose una fortuna en las reformas. Una de las cosas en las que invirtió más dinero fue en hacer diez habitaciones en el tercer piso para que el personal que tuviera que quedarse en la oficina para cumplir plazos tuviera un sitio donde descansar y dormir un rato. Los dormitorios contaban con una cocina completa y servicio de limpieza.
Cuando inauguraron el edificio, el Dallas Moming News publicó un artículo sobre Heat y el personal de jóvenes troyanos que hacía funcionar la revista. En él se hablaba extensamente del «lugar de trabajo-patio de recreo», como denominaban a las instalaciones del tercer piso del edificio de Irene, insinuando que se usaban más para echar polvos que para trabajar. Cuando pidieron a Irene unas declaraciones, ella —consciente del valor de la publicidad— respondió: «Mientras Heat salga adelante, no pienso preocuparme de si mi equipo aprovecha para animarse un poco.»
Efectivamente, el artículo y el eco que éste produjo le proporcionaron a Irene unas cuantas entrevistas en la televisión nacional y sirvieron para que la revista llamara la atención del público.

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Voyeurver
Hayran KurguLa tímida asistente social Jennie Kim sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormitorio anónimo, Jennie encontraba material para sus fantasías...