Con tanta actividad, el tiempo pasó volando en las horas que siguieron. Lisa y Jennie fueron hasta la Central de Policía, que se encontraba en el número 1.400 de la calle South Lamar. Por el camino, él le aconsejó:
—Cuéntales la verdad, pero no digas nada sobre tu afición a espiar a los vecinos.
Una vez allí, la condujo a la unidad de seguridad ciudadana para que presentara una denuncia y se quedó a su lado mientras relataba lo sucedido. Jennie siguió su consejo y contó todo a los hombres que la interrogaban, excepto lo relacionado con sus actividades nocturnas.
Los agentes le enseñaron unas fotos extraídas de los archivos electrónicos policiales vinculados a G. D y a sus colaboradores conocidos, pero ninguno de los rostros correspondía al que tenía pinta de ex marine ni a su acompañante.
Luego se entrevistó con un caricaturista a quien describió a los dos matones.Pasadas las nueve de la noche, Jennie y Lisa se reunieron por fin con un ayudante de la fiscalía del distrito y con la persona encargada de la unidad de seguridad ciudadana. Las noticias que traían no eran buenas.
—Señorita Kim, ¿está usted segura de que los dos hombres no mencionaron en ningún momento el nombre de Kwon Ji Young? —preguntó la capitana de la unidad, apellidada Torres.
—No —dijo Jennie moviendo la cabeza—, pero no fue necesario. Yo sabía de sobra quién los había enviado.
El ayudante de la fiscalía, Jackson Green, un corpulento afroamericano, gesticuló extrañado.—Me temo que eso no va a ser suficiente. No tenemos nada que vincule directamente al señor G. D con la agresión.
—¿Qué está usted diciendo? —Preguntó Lisa—. El hombre la amenazó ayer y hoy les ha enviado a sus dos matones.
—Eso será según usted —replicó Green, quien, consciente de la agresividad en la voz de Lisa, continuó—, y estoy convencido de que tiene razón. El problema es que no tenemos motivos suficientes que justifiquen su detención.
—Sí, pero seguro que sí hay los bastantes como para invitarle a responder a unas cuantas preguntas —insistió Lisa, que miraba a la capitana Torres en busca de apoyo.
—Eso sí podemos hacerlo, ¿no? —Torres miró al ayudante de la fiscalía.
—Por supuesto. Sólo quiero que tengan en cuenta que G. D no es ningún idiota. Llamará a su abogado, y éste aparecerá aquí en menos de una hora — advirtió Green mientras reclinaba la silla hasta dejarla apoyada contra la pared.
—Telefonearé al teniente Jenkins para pedirle las grabaciones de Cabrini que ha conseguido tu equipo, Lisa —propuso Torres antes de que el policía pudiera intervenir—. A lo mejor Jennie reconoce a los matones en las imágenes.
Ella reaccionó de inmediato.—Muchas gracias, capitana, y a usted también, señor Green. Les agradezco mucho el tiempo que le están dedicando a este asunto.
—Parece agotada —sonrió Torres—. Vaya a tomar algo con su novia. Nos pondremos en contacto con ustedes en cuanto hayamos hablado con G. D
El camino hasta casa fue muy tranquilo. Lisa, que estaba al volante, parecía estar absorta en sus pensamientos. Jennie se debatía entre la curiosidad por saber qué estaría pensando y el miedo de que él estuviera enfadado con ella. En cuanto cruzaron el río Trinity y dejaron atrás Oak Cliff, preguntó:
—¿Adónde vamos?
Claramente sorprendida al oír su voz, Lisa volvió a la realidad y miró a su alrededor.—Pues no lo sé. Supongo que iba con el piloto automático puesto —explicó, y miró la hora—. Es bastante tarde, ¿Dónde quieres que cenemos?
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Voyeurver
أدب الهواةLa tímida asistente social Jennie Kim sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormitorio anónimo, Jennie encontraba material para sus fantasías...