El sábado por la mañana, Jennie se despertó a las nueve y media, mucho más relajada que en las últimas semanas. Tumbada cómodamente entre almohadas, dedicó un rato a pensar en la noche anterior.
Siempre había sido una persona cuidadosa, organizada y disciplinada; nada que ver con la mujer que hacía unas horas se había desnudado para masturbarse con un consolador, mientras se excitaba manteniendo una sexual conversación telefónica con una voz desconocida. Y, sin embargo, no recordaba haber estado así de encendida antes, ni siquiera cuando se había acostado con Jisoo.Después de salir con Kim Jisoo durante cuatro meses, ella la había dejado, justo antes de que ella cumpliera los treinta. Tres semanas después, Jisoo había empezado a salir con Rosé, su hermana pequeña. Y ahora iban a casarse, otro pequeño notición que le había costado aumentar otros dos kilos a Jennie, quien, desde entonces, no había vuelto a acostarse con nadie. No es que hubiera estado enamorada de Jisoo. En realidad, estaba bastante segura de que no lo había estado, pero lo de dejarla y empezar justo entonces a salir con su hermana pequeña la había destrozado.
Jennie no podía dejar de preguntarse si lo de su sobrepeso habría sido una de las razones por las que a Jisoo se le habían quitado las ganas de estar con ella. Después de aquello, la idea de desvestirse delante de un amante potencial le resultaba insoportable. Puede que aquello explicara lo fantástica que había resultado la noche anterior. Había sido capaz de disfrutar al máximo sin sentirse en absoluto avergonzada. Bueno, por lo menos no hasta que todo hubo terminado. Ansiosa por olvidar todo lo que había ocurrido, se levantó de la cama de un salto y fue directa a la ducha. Tenía recados que hacer y había quedado para comer con sus amigas Irene y Nayeon a las doce. Puede que, si tenía tiempo, se pasara por el Museo de Arte y se diera una vuelta por la exposición barroca.
Jennie ya esperaba sentada en la terraza del D'Maggío's de cara a la entrada cuando Bae Irene entró como una exhalación. El maître y los camareros acudieron pronto para atender a Irene; nada que ver con el rato que Jennie había tenido que esperar para que alguien se percatara siquiera de su presencia.
En fin, Irene no era precisamente de las que seguía de modo pasivo al maître, sino, más bien, de las que atravesaba el restaurante a grandes zancadas con el jefe de camareros tras su estela, como si se tratara de un remolcador a la zaga de un ligero velero surcando los océanos. Irene, una pelinegra estupenda y segura de sí misma, solía llamar la atención del resto de comensales, especialmente la de los varones.Siempre había sido así. Jennie e Irene se habían conocido en el instituto cuando a esta última la habían cambiado de centro a mitad de curso. Hija del millonario Bae Jong Jung, un empresario dueño de una revista, Irene era un marimacho desgarbado que pasaba de todo lo que interesaba a las chicas de su edad. En lugar de escuchar rock, prefería el jazz, y en vez de convertirse en animadora, decidió participar en el periódico escolar. En unos días, se había convertido en el objetivo preferido para la pequeña camarilla de adolescentes que controlaban la vida social de la gente de dieciséis años.
Lo único que Irene consiguió con su indiferencia ante el ostracismo al que la sometían fue motivar a las abejas reinas para que la atormentaran aún más.
Al final de la primera semana en el instituto, las otras chicas también le hacían el vacío bajo estricto mandato del grupillo de las populares. Indolente ante los comentarios desagradables y las miradas maliciosas que le lanzaban a su paso en el comedor, Irene se había sentado con su bandeja en la mesa en la que se encontraba Jennie, sola, enfrascada en la lectura de una novela.— ¿Te importa si me siento? —le había preguntado.
Eran amigas desde entonces.—Buenas, mejor amiga —saludó Irene—, ¿llevas mucho rato esperando?
—No, no, ¿qué tal estás?-
Irene se sentó en el asiento que le ofrecían y aceptó también el menú.—Liada, como siempre, ¿y tú?-pegunto
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Voyeurver
FanfictionLa tímida asistente social Jennie Kim sólo tenía un vicio: al oscurecer, espiaba a sus vecinos durante sus momentos más desinhibidos. Noche tras noche, detrás de cada ventana, en cada dormitorio anónimo, Jennie encontraba material para sus fantasías...