ENTRAR A UN SALÓN EN EL QUE TODOS me miren con respeto y sin odio es algo de lo que nunca me voy a cansar. Camino con gracia por el estrecho pasillo de mármol que los invitados formaron para conducirme hacia el extremo de la gran habitación de diamante. Los dos tronos espejados me aguardan, uno siendo ocupado por mi abuelo, quien me observa con una expresión similar al orgullo. Si supiera que hace solo unos minutos una de las súbditas de Génesis me visitó, estaría gritando órdenes a los guardias y la fiesta terminaría antes de que hubiera empezado.
Sin embargo, con mi fachada de princesa festiva, nadie sabrá de la visita de Alyssea Tereidel y el motivo de su aparición desaparecerá con el tiempo. Me prepararé para lo que Génesis pretenda hacer y tendré que comunicarme con mi madre por el asunto de la profecía. A menos que mi abuelo también la sepa. Alyssea fue terminante con que le preguntara a Freyja, pero tal vez la respuesta está más cerca de lo que creo.
Respondo a las reverencias con una elegante sonrisa, sin abandonar mi firme postura, ya que en Vanaheim no tengo que inclinarme ante absolutamente nadie. La princesa rehén de guerra que se escapó por un cruce secreto y regresó a su hogar desobedeciendo al Padre de Todo. He oído rumores de personas que creen que se aproxima una nueva guerra, pero lo sorprendente del asunto es que no me culpan para nada. Entienden que si me fui de Asgard fue porque no me quedaba otra, porque debía hacerlo, y están dispuestos a ponerse sus armaduras, tomar sus armas e ir a la guerra por mí. Lo cual no va a llegar a ese trágico extremo, ya que las relaciones con los asgardianos están estables a pesar de mi huida. ¿No?
