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iv. AHOGARSE O EXPLOTAR
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DESPIERTO TOTALMENTE SOBRESALTADA. Mi mano va a mi espalda, intentando tomar una inexistente flecha y luego viaja a mi adolorido abdomen. Apenas mis sentidos se activan por completo, siento un entumecimiento recorriendo todo mi cuerpo y gimo del dolor. Aprieto con fuerza las sábanas sobre mí, contrarrestando el ardor y me doy cuenta que no me encuentro tirada en el campo de batalla de Jotunheim. En realidad, estoy recostada en la cama de mi habitación, con una camisa y una falda larga, ambas de color azul y con una gruesa venda cubriendo mi vientre. En Asgard. ¿Cómo había llegado aquí?
Lo último que recuerdo es haber sido gravemente herida y no logré pararme cuando intentamos escapar de allí. Mi cabeza comienza a dolerme cuanta más fuerzas hago para recordar, por lo que dejo de pensar en eso. Muy lentamente, logro ponerme de pie y me paro frente a mi espejo. Suspiro al sentir un pinchazo en el costado y hago presión allí, rezando para no desangrarme de nuevo. Mi rostro tiene algunos cortes provocados por el hielo y estoy más pálida de lo normal. También me siento débil, mis piernas tiemblan un poco, cansadas por solo sostenerme, pero sé que en poco tiempo ya estaré recuperada. Esas son las ventajas de ser una Diosa supongo. Lo que aún no desaparece es el dolor de estómago vaticinador de futuros desastres. Voy a empezar a mentalizarme para asumir que este me hará sufrir durante toda una semana o más. Y sigo sin tener ni una pista sobre lo que va a ocurrir. Una posibilidad es que se trate sobre lo ocurrido en Jotunheim, pero el malestar ya se habría desvanecido.
Una ola de nervios se me viene encima al pensar en mi mayor miedo en estos instantes. Mi madre. Probablemente ya me ha visto y debe estar enterada de nuestra aventura en el reino de hielo. No pude ver su reacción al llegar, pero no hace falta, con mi imaginación me basta y sobra. Algunas ideas se me vienen a la mente: gritos de que me curaran inmediatamente, amenazas hacia mí que no fui capaz de oír y un próximo castigo que vendrá más pronto que tarde por mi actitud antes obediente, y ahora, insurrecta. Para escapar (mi cobardía ya no me sorprende), pienso que tal vez debo desaparecer por un rato del radar de Freyja e irme a mi lugar de tranquilidad, alejada del Palacio Dorado y de todo lo demás que logra perturbarme. Aquellos planes se desmoronan al ver la ausencia de mi collar. Mi cuello está vacío, el cuarzo rosa no lo adorna como suele hacerlo.
