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xxiii. LA HIJA PRÓDIGA REGRESA
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NO HAY NADA MEJOR QUE UNA BATALLA para descargar las emociones. Sin embargo, siguiendo con la línea de suerte que me persigue este último tiempo, no me encuentro con mi arco y mis flechas en medio de una pelea a muerte para proteger mi hogar. Observo la escaramuza desde lo alto del Palacio de Plata, por una ventana que distorsiona las dimensiones de los combatientes y con mi abuelo sentado en su trono a mis espaldas. Están atacando Vanaheim y lo único que se me permite hacer es ver y no actuar.
Njörd teme que aproveche el descontrol y me escape sin que Heimdall pueda arrojarme el Bifrost encima. Mostró reticencia al comunicarle la noticia de mi urgente partida, pero no insistió en que me quedara o en concretar una reunión con Odín para convencerlo de que es mejor que permanezca aquí. Él no quiere ir a la guerra y no lo tienen amenazado con que decapitarán a una persona que ama si no cumple ciertas demandas. Va a dejar que me vaya, vigilando mi partida y no sin antes hablar del tema que no me deja dormir por las noches.
—No me agrada la idea de que te vayas sin un collar —su voz siempre había sido un sinónimo de sabiduría, pero desde que me enteré sobre Génesis, solo se ha transformado en un antónimo de confianza.
—Estaré bien, no lo necesito cuando mis poderes están bajo control.
Cuando no lo estén tampoco lo querré, ya que la idea es que nada los contenga.
—Es más seguro si tienes uno.
—No lo recuerdo así la última vez —farfullo con una mano acariciando mi cuello. El cuarzo rosa se perdió en las profundidades de las aguas de Midgard, pero la sensación de tenerlo no se irá por un buen tiempo, al igual que el recuerdo de su intento de ahorcarme.
