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xvi. EVITAR LO INEVITABLE
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LA ADRENALINA QUE USUALMENTE SE HACE PRESENTE en mi cuerpo antes de un importante enfrentamiento es sofocada por mi agónico dolor de estómago. Con cada minuto que pasa este aumenta y aunque hago todo lo posible por ignorarlo, siento el sabor de la sangre en mi boca al haber apretado con tanta fuerza mis dientes sobre mi labio. Debo estar pálida y ojerosa porque nunca me había sentido tan descompuesta en toda mi vida. No tengo idea de dónde estoy obteniendo la fuerza de voluntad para mantenerme de pie y sostener mi espada, preparada para enfrentarme contra un monstruo que le aterroriza a todas las personas del Helicarrier. El carcaj con mis flechas me pesa en mi espalda y la cuerda de mi arco es incapaz de quedarse en una posición que me resulte cómoda.
El miedo se multiplica a medida que es transportado por mi helada sangre. No quiero sentirlo, intento hacerlo desaparecer, pero este se niega a irse. Jamás un mal presentimiento me había causado esta agonía y el insondable terror de que se deba a una muerte cercana me consume. ¿Cómo advertirles? Mi madre siempre me dice lo mismo con respecto a mis secundarias habilidades de precognición: revelar el futuro para evitar que ocurra solo consigue que este se concrete y, a veces, hasta con peores finales. Por lo que debo permanecer en silencio. Guardar mi conocimiento y esperar lo mejor. Considerando el dolor que estoy sufriendo, tal vez no existe un "mejor" por el que aguardar.
—Layla, ¿qué tienes?
Makena me mira con más preocupación de la que ya siente, si eso es posible. Ella se ha vestido con su propio traje ámbar, lista para la pelea, con su lanza dorada reluciendo con las luces rojas del techo que indican el peligro inminente que acecha cada esquina. Tomo una buena cantidad de aire para mantener la compostura y niego con la cabeza, fingiendo que no tengo ganas de recostarme en el suelo para retorcerme de dolor.
