Oclumancia

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—¿Qué tal las cosas con Harry? —preguntó Dumbledore.

Jill tomó aire y lo dejó escapar con un fuerte suspiro.

—Debo suponer que tu suspiro no refleja emociones positivas.

—Preguntó sobre la Orden —dijo Lena —. No hablamos mucho. Sólo le dije lo que usted me autorizó a decirle.

—Ya veo. No hubo un gran acercamiento entonces —asintió Dumbledore.

—Eh... no. Creo que no —admitió Jill. Después de una pausa dejó salir lo que le preocupaba desde que viera la mano de Harry Potter esa madrugada —. ¿Profesor? ¿Está usted al tanto de los castigos de Umbridge? A Harry...

—Me temo que no puedo intervenir demasiado en ese asunto, Jill —dijo el director con un dejo de pesadumbre en su voz —. Dolores Umbridge tiene autorización del Ministerio de Magia. Si deseo proteger a los alumnos, no puedo permitirme intervenir.

Jill lo miró horrorizada. Si Dumbledore no podía intervenir, ¿qué les esperaba a los estudiantes con semejante loca suelta en el castillo?

—No es sobre Dolores Umbridge nuestra reunión, Jill —parecía haber leído el pensamiento de la chica.

Jill asintió, inconforme con la respuesta del director, pero obediente.

—Debo pedirte una cosa más, Jill —dijo Dumbledore poniendo serio el semblante —. Eres muy vulnerable y conoces muchas cosas que no todos deberían saber... Necesito que aprendas a guardar esas cosas sólo para ti...

—No soy una chism... —comenzó ofendida.

—No me refiero a eso, Jill —el semblante de Dumbledore se ensombreció —. Hay magos poderosos que podrían fácilmente dañarte por ser quién eres. Pero antes de dañarte, te obligarían a dar información valiosa, tan valiosa como la que me diste sobre tu padre y Morfin Gaunt.

—Ah.

No pudo dejar de sentir una punzada de miedo ante las palabras de Dumbledore. Magos que podrían hacerle daño por ser quien era... Ella había contactado a Dumbledore cuando su padre murió y le había contado todo lo que había podido escuchar ese verano. Soltó la sopa sobre una profecía que el Señor Oscuro buscaba en el Ministerio de Magia y sobre su posible ubicación en el departamento de misterios. De alguna manera, Dumbledore parecía saber de antemano casi todo lo que ella le había confiado. Aunque pareció sinceramente sorprendido cuando ella le habló de una visita que su padre hiciera un par de semanas atrás: Atos había dicho algo acerca de un tal Morfin Gaunt a su hermano mientras ella preparaba la cena. El anciano mago pareció apreciar mucho ese último dato; pero se negó a confiar a Jill el porqué.

—Conozco alguien que puede ayudarte a proteger tu mente —continúo Dumbledore, sacándola de sus cavilaciones.

—¿proteger mi mente? —inquirió con curiosidad.

—Sí, Jill. Si aprendes a proteger tu mente, nadie podrá robarte información. Aunque te estén lastimando no podrían.

Jill tragó saliva con fuerza. Si la lastimaban podría morir sin revelar ni una palabra... valiente aliento el que se le daba. Sin embargo, lo único bueno que aprendió de Atos Peverell fue la lealtad. Si elegía seguir a alguien, lo haría hasta la muerte y lo haría con honor. En su caso, había elegido seguir a Albus Dumbledore, sin casi pensárselo siquiera. Él había respondido a su solicitud de ayuda y ella le debía la vida.

—Haré lo que me pida que haga —dijo con firmeza.

—Gracias, Jill. Aprenderás mucho del profesor Snape.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora