Escuchó el chirrido de los goznes de la puerta mal aceitada. La luz comenzó a introducirse en la habitación a medida que la puerta se abría. Se encogió en su cama bajo las sábanas, rezando para que esa noche no ocurriera. Cerró los ojos con fuerza cuando sintió que el colchón se hundía bajo el peso del hombre y las sábanas fueron retiradas dejando su pequeña figura expuesta. Por favor, por favor, pensó sin abrir sus ojos. Jill tenía once años, su padre tenía una deuda, los once años de Jill no contaban...
Jillian Peverell despertó entre jadeos, presa del pánico, con la frente perlada en sudor. Le costó un poco darse cuenta de que no estaba en su casa y que ya no tenía once años sino diecisiete. Miró en derredor, identificando la forma de sus compañeras de cuarto en las penumbras de a habitación: las cuatro chicas dormían como troncos, ajenas a la pesadilla de la que acababa de despertar. Dejó escapar el aire lentamente entre sus labios y se limpió el sudor con la manga del pijama. Sus manos aún temblaban.
No quería seguir durmiendo. Siempre que el pasado la perseguía en sueños era mejor levantarse de la cama y buscar otra cosa que hacer. Miró la hora en el reloj de su mesa de noche: las dos de la madrugada. Era muy tarde para salir de la torre de Gryffindor; pero también era muy temprano para hacer cualquier otra cosa que la distrajera. Bufó, reprendiéndose a sí misma por ser tan débil, y salió de la cama. Hizo una mueca cuando posó los pies desnudos en el helado suelo.
Después de luchar buscando sus pantuflas bajo la cama en la oscuridad, bajó sigilosamente hasta la sala común, pensando que tal vez podría prepararse un té si había agua caliente en la tetera comunal. Se sorprendió cuando llegó al último peldaño de la escalera y el agujero del retrato se abrió, dejando entrar a Harry Potter. Los chicos se miraron fijamente, como evaluándose el uno al otro. Jill hizo un leve gesto en señal de saludo y se dirigió a la mesa junto a la chimenea sin mediar palabra con el muchacho.
—Te conozco —dijo Harry Potter en el mismo instante en que Jill sacudía la tetera para comprobar su contenido —. Estabas en esa reunión.
Jill no dijo nada. Tomó un pocillo y se sirvió agua caliente para después poner una bolsita de té en su interior.
—Te llamas Jillian, ¿no? —insistió el muchacho —. Eso dijo Fred.
—¿Quieres un té? —fue toda la respuesta de Jill.
—Eh... sí. Gracias —pudo notar la confusión en la voz del muchacho.
Jill preparó otro té para el chico y se lo tendió en silencio. Se dejó caer en uno de los sillones más cercanos a la chimenea. Harry Potter hizo lo mismo, quedando frente a ella, mirándola con la curiosidad reflejada en sus ojos verde esmeralda.
—¿Y bien? —dijo Harry.
—Y bien, ¿qué? —dijo Jill antes de llevarse la taza a los labios.
—Estabas allí. Saliste con Dumbledore.
Debió suponer que no pasaría demasiado tiempo antes de tener algún tipo de encuentro con Harry Potter. Había visto al muchacho y a sus amigos en la escalera que daba al segundo piso de la casa Black, justo después de salir de una de las reuniones de la Orden del Fénix. Naturalmente el muchacho sentiría curiosidad sobre por qué alguien en edad escolar estaba en ese lugar.
—Tampoco sé mucho, Potter —masculló Jill con desgana.
—Pero estabas allí, a diferencia de nosotros —el chico empezaba a ponerse intenso.
—Me llevaron a contar un par de cosas. Nada del otro mundo.
—¿Qué cosas? —preguntó el chico. Sujetaba su taza con más fuerza de la necesaria. Pudo notar que su mano derecha estaba cubierta con un pañuelo ensangrentado.
—¿Qué te pasó en la mano? —preguntó Jill, sin dejar de mirar las manos de Potter.
—No es asunto tuyo —refunfuñó el muchacho.
—Tampoco es tu asunto lo que yo hacía en Grimmauld Place —dijo Jill, encogiéndose de hombros.
—No es lo mismo —dijo el chico con tono mosqueado.
—No confías en mí; no confío en ti —Jill tomó otro sorbo de su té.
El chico pareció luchar consigo mismo un rato, como sopesando si era correcto hablar con Jill o no. Su entrecejo estaba tan fruncido que sus cejas casi desaparecían tras las gafas redondas.
—Cumplía un castigo con Umbridge —dijo al fin. Se quitó el pañuelo, dejando al descubierto su mano. "No debo decir mentiras", rezaba una frase marcada directamente en el dorso ensangrentado.
—Agh —fue todo lo que pudo atinar a decir Jill.
—¿Y bien? —la apremió Harry.
—Le di unos mapas de mi padre a la Orden —dijo Jill sin apartar los ojos de la mano del chico. ¿Qué clase de maniaca le hacía eso a un adolescente?, pensó asqueada. No llevaban ni una semana de clases y la enviada del ministerio ya estaba torturando al "desequilibrado que vivió".
—¿Qué mapas?
—No lo sé. Se necesita magia poderosa para revelarlos —dijo Jill.
Mentía. Bueno, mentía sólo un poco. Dumbledore le había pedido que mantuviera la boca cerrada acerca del lugar que marcaban los mapas. Había dicho que era peligroso que Harry supiera demasiado respecto a la Orden. No dijo por qué y Jill se abstuvo de preguntar demasiado. Le debía mucho a Albus Dumbledore y no se atrevía a poner en duda sus decisiones. No iba a decir a Potter que los mapas eran del ministerio de magia, que el Señor Oscuro buscaba algo allí dentro, algo que no tuvo la última vez que intentó matarlo siendo un bebé. Su padre sólo le decía "el arma" y así había comenzado a llamarlo también la Orden en cuanto ella les contó. A Potter le habían contado lo del arma, pero no sobre su ubicación y, por lo que a ella respectaba, respetaría la promesa hecha a Dumbledore y también mantendría la reserva al respecto. Por lo demás, aunque le pesase no poder participar más, ese había sido todo su aporte a la Orden del Fénix mientras todavía era una estudiante.
—¿Y no los viste? Dumbledore debió ser capaz de revelarlos —insistió el chico.
—No, Potter. No los vi. No se me permitió verlos porque no soy miembro de la Orden.
—Pero estabas...
—Sólo me llevaron a eso —lo interrumpió —. No puedo participar en la Orden hasta salir del colegio.
Harry Potter no parecía muy convencido.
—¿Por qué tu padre tiene mapas que le interesan a la Orden?
—Tenía. Esta muerto.
—Oh... yo... lo siento —parecía incómodo.
—Está mejor muerto. No lo sientas —terminó su té y dejó la taza en la mesita frente a ella.
—Parece como si te alegrara —dijo el muchacho con una expresión de extrañeza en el rosto.
—Me alegra —admitió sin pizca de vergüenza.
—¿Cómo...? —Potter parecía anonadado. El pobre chico inocente debía pensar que cada padre debía ser amado y respetado como el que más.
—Era un mortífago, Potter —lo cortó Jill —. Lo mejor que pudo hacer por el mundo fue volarse la maldita cabeza.
Harry la miró con la boca abierta. Dumbledore quería que fuese su amiga, que lo vigilara; pero era difícil hacerse amiga de alguien con quien nunca había cruzado una palabra en cinco años. Ella simplemente se había limitado a existir sin llamar la atención. Convencida desde que tenía uso de razón de que su vida iba a consistir en vivir encerrada en casa después de casarse con su propio hermano, no se había molestado en hacer amigos.
—Que tengas buena noche, Potter —para Jill ya era hora de volver a la cama y suficiente de conversaciones con Harry Potter.
—Eh, sí... tú igual —por lo visto la declaración de Jill acerca de su padre le había quitado al chico las ganas de seguir preguntando.
ESTÁS LEYENDO
Marcados I: Sangre antigua
Fiksi PenggemarSeverus Snape, hombre frío y calculador, cuyo universo consiste en ir y venir entre mortífagos, sirviendo al Señor Oscuro, descubrirá que en la vida hay más que sólo ser un espía de Albus Dumbledore. Alguien irrumpirá en su vida, poniéndole las cosa...