El armario

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—¿Quería verme, profesora?

Jill acababa de entrar al despacho de la profesora McGonagall y permanecía de pie en la puerta, con la mano en el pomo, dudando si debía cerrar o no. La profesora McGonagall estaba sentada tras su escritorio, calificando una pila de pergaminos.

—Sí, señorita Peverell —dijo dejando la pluma en el tintero —. Cierra la puerta y siéntate.

Jill cerró la puerta, sintiéndose un poco nerviosa. Había estado en la oficina de McGonagall sólo dos veces: la primera, el día en que regreso a repetir su primer año y la segunda, el año anterior en la orientación vocacional. Lo de su primer año había consistido en instrucciones acerca de su nuevo dormitorio y un par de preguntas sobre cómo se sentía. En el caso de la orientación vocacional, lo único que tenía claro era que le gustaban las criaturas mágicas y que deseaba irse muy lejos en cuanto pudiese, por lo que la profesora McGonagall le ayudó a organizar un plan de estudios enfocado en su meta. En ese momento le había parecido que era un sueño absurdo, en vista de que su padre jamás la dejaría ir a ninguna parte. Sin embargo, Jill se esforzó en obtener los TIMOS necesarios para continuar con pociones, cuidado de criaturas mágicas, encantamientos, DCAO, herbología y transfiguraciones. Ahora que su padre estaba muerto y enterrado, agradecía haber seguido los consejos de la mujer.

—Sí, señora —dijo Jill, yendo a sentarse en la silla frente a la profesora.

—Señorita Peverell, no vas a pasar lo que queda de las vacaciones de navidad en el colegio —dijo la profesora McGonagall sin rodeos.

Jill sintió el horror apoderarse de ella, imaginando cómo sería volver a su casa y enfrentarse a su hermano.

—P-pero yo no puedo volver a mi casa —dijo Jill con un hilo de voz.

La mujer sonrió un poco, casi con gesto dulce.

—Deja que termine de explicar, Jill — dijo suavemente —. El profesor Dumbledore arregló que pases el resto de las vacaciones en la sede de la Orden. Allí están Potter, Weasley y Granger.

El peso en el estómago de Jill desapareció, dándole paso a una emoción que casi no cabía en su pecho. Iba a pasar la navidad con sus amigos. No pudo evitar sonreír. Había estado bastante sola desde que Hermione se marchase un par de días atrás.

—¿En serio? —preguntó, sintiéndose un poco infantil.

—Sí, señorita Peverell. En serio —la profesora continuaba sonriendo.

—Es... —no sabía qué decir. Parecía que las palabras de agradecimiento no serían suficientes.

—Me alegro de que estés de acuerdo —dijo la profesora McGonagall —. Mañana a las ocho de la mañana un miembro de la Orden te estará esperando en la entrada del colegio.

Jill la miró, todavía sonriendo. Era como si sus labios no fuesen suyos y le era imposible regresar a su expresión seria.

—Gracias, profesora.

*****

Habían pasado un par de días desde la clase de la Amortentia y ya no era capaz de negarse a sí mismo lo que sentía por Jillian Peverell. Sin embargo, todavía daba media vuelta y regresaba por donde venía si la veía venir por algún pasillo. Todo con tal de no estar a solas con ella. Era una actitud tonta e infantil, pero no lograba evitarlo. Sentía miedo de que ella volviese a hacerle alguna pregunta que lo desubicara de nuevo. Tanto que, se alegró al enterarse de que Dumbledore la dejaría al cuidado de Molly Weasley en Grimmauld Place. Eso significaba unos cuantos días en los cuales reflexionar y sacarse tanta tontería de la cabeza.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora