De expendedores y ojos color chocolate

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Practicaron un poco, resultando un poco decepcionante su incapacidad para mantener el muro de ladrillos más de un par de segundos. Snape declaró que su mano la estaba distrayendo y que, si no se concentraba, iba a seguir vulnerable. Salió del despacho bastante desinflada por la nueva sesión de recuerdos frustrantes de la infancia. Estaba harta de enseñarle a Snape imágenes de su padre gritándole por todo, y de su hermano haciéndole zancadillas, tirándole del cabello y abofeteándola cada vez que algo no le gustaba; sin contar con el recurrente Lucius Malfoy y sus frecuentes visitas nocturnas.

Se dio una larga ducha, quitándose todos los restos de sangre de la mano, dejando visibles sólo las palabras "no debo hacer eso" marcadas con su propia letra. Se acostó sobre su cama en ropa interior y metió su mano en un platón con la esencia de murtlap que había puesto sobre su mesa de noche. El alivio fue inmediato, arrancándole un suspiro de placer.

—Vístete —dijo una voz familiar a modo de saludo.

Katie Bell acababa de entrar al dormitorio y permanecía de pie junto a su cama, contigua a la de Jill.

—No es nada nuevo —respondió Jill sin prestarle demasiada atención.

—No voy a preguntar qué cosa rara estás haciendo esta vez —bufó la muchacha evitando mirar a la semidesnuda Jill, ignorando olímpicamente su anterior comentario.

Jill sonrió con desgana. Todo con Katie se resumía a ignorar cosas.

Sin encontrarle sentido al drama de Katie, se levantó y comenzó a vestirse. Lamentó tener que sacar la mano del menjurje.

—Ya está. No más desnudos —dijo rodando los ojos.

Katie al fin se atrevió a mirarla. Un leve rubor se extendía por sus mejillas.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó. Sus ojos color chocolate recorrieron desde el platón hasta la mano de Jill.

—Dijiste que no preguntarías —dijo Jill, terminando de subir la cremallera de su suéter —. Quería ver cuánto tardaba en derretir mi mano con ácido.

La chica puso una expresión de horror.

—Es una broma, Katie —se burló Jill agachándose para colocarse las zapatillas de deporte.

Katie sonrió ligeramente, aparentemente aliviada.

—Contigo no se sabe —dijo quedamente.

—Eso dicen —dijo Jill con desgana irguiéndose de nuevo —. ¿No tenía práctica el equipo hoy?

—Harry está castigado. Angelina está molesta. No hay práctica —Katie se encogió de hombros —. ¿Qué ocurre con tu mano?

—Cierto. Angelina —murmuró.

Escondió la mano en su bolsillo para evitar que Katie siguiera viéndola, sin responder a su pregunta. Había olvidado por completo el castigo de Harry. Eso de que ella misma estuviese haciéndose su propio tatuaje en el despacho de Umbridge, además de las clases con Snape, la tenían sumamente distraída.

La capitana había gritado a Harry en pleno desayuno hasta que la profesora McGonagall la reprendió. En ese momento se sintió feliz de no estar interesada en ser parte del equipo de quidditch: Angelina podía dar bastante miedo cuando enseñaba los dientes y agitaba sus trenzas al ritmo de sus gritos. Antes tampoco le llamó la atención, considerando que Oliver Wood era un neurótico sin remedio.

—Ahora que eres amiga de Harry, deberías aconsejarle que no se meta en problemas —dijo Katie, metiéndose un mechón de su castaño cabello tras la oreja. La muchacha no parecía muy cómoda estando a solas con Jill. Como siempre.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora