Palabras permanentes

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Había pasado una noche bastante regular, plagada de sueños con Lucius Malfoy, así que en cuanto le pareció una hora prudente, se levantó y arregló para bajar a desayunar. Se sentía cansada y un tanto malhumorada. Caminó con desgana rumbo al comedor, parándose en seco al divisar al final del pasillo a Harry acompañado de la buscadora de Ravenclaw: Cho Cheng, o una cosa así. El muchacho se veía bastante interesado en su conversación con ella, así que Jill decidió quedarse donde estaba para no interrumpir.

Al final, la muchacha se despidió de un muy sonriente Harry se marchó, supuso Jill que a su propia torre. El chico Potter se quedó allí parado con cara de ser el imbécil más feliz del planeta. Jill optó por continuar su camino y saludarlo. No había otro camino para ir al comedor y de una u otra forma debía pasar junto a él.

—¿Amanecimos románticos? —preguntó a modo de saludo, sobresaltando al muchacho.

El chico enrojeció hasta la raíz del pelo.

—Qué dices —masculló.

—No te apures —dijo Jill palmeándole el brazo amistosamente —. ¿Desayunamos?

—Sí, vale —asintió Harry, todavía colorado.

En el comedor se encontraron con Ron y Hermione, quienes ya iban por la mitad de su desayuno. Harry estaba increíblemente animado y aceptó a acompañar a Ron a entrenar antes que el resto del equipo de quidditch, a pesar de la regañina de Hermione por lo atrasados que estaban con sus trabajos.

—¿Vienes, Jill? —preguntó Ron, quien se había vuelto todo risas y confianza desde el chiste de la escoba.

—Claro —aceptó Jill, quien no había podido asistir a ver cómo se ganaba su puesto de guardián. Ese día había estado en el despacho de Snape exprimiéndose el cerebro.

El quidditch le gustaba como a casi todo el mundo mágico. No era demasiado buena jugando y generalmente evitaba cualquier cosa que implicara atravesársele a una bludger, pero no solía perderse los partidos de su casa. Generalmente iba sola y no metía mucha bulla para no desatar la ira de su hermano. Pero este año era diferente: su hermano se había graduado el curso anterior y ya no tenía que vivir escondiéndose de él. Podía ir a donde le saliera de las orejas sin que nadie le tirara del cabello o le dejase el brazo morado de un puñetazo.

Iba por la mitad de su tostada cuando Hermione emitió un graznido detrás del periódico.

—¡Oh, no!¡Sirius! —la castaña se veía preocupada.

Harry trató de arrancarle el periódico de las manos, quedándose con la mitad al rasgarlo por accidente.

Jill levantó la mirada y miró a los chicos con interés. Sabía que Sirius Black era inocente porque estaba en la Orden del Fénix la noche en que Dumbledore la llevó a una reunión. Indudablemente, Albus Dumbledore no le habría permitido estar allí si fuese el homicida que todo el mundo decía. El tipo incluso había sido agradable cuando le hizo preguntas sobre su padre.

Sus tres nuevos amigos se mostraban preocupados por la noticia de El Profeta donde se mencionaba la presencia de Black en Londres. Hablaban en apresurados susurros. Jill no sabía si debía participar en la conversación o no, pero ellos tampoco mostraron señales de querer mantenerla al margen.

—Lucius Malfoy, me apuesto algo. Seguro que reconoció a Sirius en el andén —dijo Harry con la voz cargada de furia contenida.

Ante la mención del hombre Jill volcó el jugo de naranja sobre el mantel, haciendo un reguero. Sólo escuchar su nombre era suficiente para causarle escalofríos: le traía a la mente el recuerdo de sus sucias manos sobre ella...

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora