Primavera

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Los días que siguieron al incidente con el pensadero resultaron ser un tanto incómodos para Jill. Severus había estado enfurruñado e incluso distante hasta que Jill le juró que Harry guardaba el secreto todavía. Y Harry mantenía un aspecto triste y pensativo que resultaba perturbador.

—Podría ayudarte si me contaras —dijo Jill a Harry por lo que parecía ser la doceava vez esa semana.

—No puedo. En serio —respondió el muchacho, también por doceava vez.

—¿De verdad es tan grave? ¿Qué tiene que ver Sirius?

Jill cerró el libro con el que estaba haciendo su tarea de encantamientos y miró fijamente a Harry.

—¿Qué te hace pensar que tiene que ver con Sirius? —preguntó el chico.

—Tienes un plan con Fred y George para hablar con él —respondió Jill poniendo los ojos en blanco —. Es obvio que tiene que ver con todo esto.

Harry, haciendo caso omiso de las suplicas de Hermione, tenía un plan trazado a la perfección con los gemelos Weasley para adentrarse en la oficina de Umbridge y utilizar su chimenea para hablar con Sirius. Ningún otro amigo de Harry tenía idea de cuál era su necesidad de correr semejante riesgo, salvo Jill, que había estado cuando Severus sacó a Harry del pensadero. Jill no necesitaba ser un genio para asociar que su estado de animo y su imperiosa necesidad de ver a su padrino estaban relacionados.

—Tiene relación —admitió el chico.

—¿De verdad es tan importante?

—Para mí lo es.

Jill no tocó más el tema, ni siquiera cuando los gemelos crearon un estrepitoso pantano en medio de un pasillo para darle tiempo a Harry de usar la chimenea. Ella se limitó a mirar el espectáculo de la huida de los gemelos, esperando que al menos Harry hubiese conseguido algo útil a costa de semejante sacrificio.

Katie y ella continuaban siendo amigas cercanas. Notaba las miradas fulminantes que Severus le dirigía a Katie durante las clases, agradeciendo que el hombre no pudiese matar con los ojos, o Katie estaría muerta y enterrada. Sin embargo, él parecía tener buen juicio y, al menos en ese caso, mantenía el trabajo alejado de lo personal.

—Un día me va a ahogar en el caldero —dijo Katie con los ojos cerrados. Reposaba su cabeza en las piernas de Jill, quien se mantenía sentada con la espalda contra un árbol cercano al lago, aprovechando el bonito y luminoso día de finales de abril.

—No exageres —dijo Jill recorriendo con un dedo la nariz de Katie.

—No lo hago —dijo ella abriendo los ojos. La hermosa tonalidad chocolate hizo presencia en medio de las largas y curvadas pestañas —. Antes no era así.

—A lo mejor es envidia —dijo Jill.

—¿De qué? —la curiosidad se reflejó en los ojos de Katie.

—De que tú sí eres bonita.

La muchacha sonrió y un ligero rubor apareció en sus mejillas.

—No digas eso —murmuró.

—¿Por?

—Me confundes.

—Lo siento.

Katie suspiró.

—Me gustaría que no lo amaras —dijo.

—¿Qué? —el dedo de Jill vaciló sobre el puente de la nariz de Katie —¿A quién?

—Al que amas... Me gustaría saber quién es —continuó Katie, sin reparar en que Jill se relajaba de nuevo —. Saber si de verdad te merece.

—Hmmm —fue la respuesta de Jill.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora