El guardabosques y el pocionista

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—¿Su cara tiene que ver con la misión? —preguntó Jill a Harry durante el desayuno.

Se había quedado con la boca abierta al ver el rostro del semigigante: estaba supremamente magullado, como si alguien hubiese querido afilar un machete con él. Y no era la única que reparara en la cara de Hagrid. Pudo notar como el resto del cuerpo docente le dirigía miradas furtivas mientras él comía, ajeno a todo.

—Un poco, sí —respondió el chico.

Harry miró en todas las direcciones para comprobar que nadie les prestaba atención. Como los demás estudiantes parecían ocupados en sus propios asuntos, continuó la conversación con Jill.

—Gigantes —susurró al fin el muchacho —. Con madame Maxime.

Jill asintió mientras se servía huevos revueltos en el plato. Debió suponer que Dumbledore le pediría a Hagrid y madame Maxime que convencieran a los gigantes de estar en el bando de la Orden. Después de todo, eran los únicos del grupo lo suficientemente grandes para que no se los comieran de un bocado.

—¿Ellos le hicieron eso?

—Eso creemos —dijo Hermione en voz baja.

Jill fijó su vista en uno de los cortes más grandes en la ceja izquierda del hombre. Parecía muy reciente. Recorrió la mesa de los profesores con la mirada, percatándose de que Umbridge no apartaba sus ojos de sapo del guardabosques. Jill comprendió que la mujer aún no había evaluado a Hagrid como a los demás docentes y que, si a Trelawney le había ido mal en su evaluación siendo una humana con el rostro intacto, no quería ni pensar en cómo le iría a un híbrido con hígado picado en lugar de mejillas.

—Está llamando mucho su atención —dijo Jill.

—Ella casi nos descubre anoche —dijo Hermione, quien había comprendido a la primera que Jill se refería a la suma inquisidora.

—Me preocupan sus clases... —comenzó a decir Jill.

—Él es buen profesor —saltó Harry.

—No dirás nada malo de Hagrid ¿no? —dijo Ron.

Jill apartó la mirada de la mesa de los profesores y miró a los dos chicos con severidad.

—No iba a decir eso. A mí me gustan las clases de Hagrid —refunfuñó —. Pero deben ser conscientes de que, si ella no permite un embrujo sencillo, mucho menos va a aprobar las criaturas peligrosas...

Hermione alejó su plato de sí y se puso de pie repentinamente.

—Iré a hablar con él —dijo la castaña —. Lo esperaré afuera de la cabaña.

—También voy —dijo Harry, comenzando a levantarse.

—No. Tú y Ron tienen muchas tareas atrasadas —les regañó Hermione —. Me acompaña Jill ¿sí?

Jill abrió la boca sin saber muy bien si aceptar la propuesta, mientras Harry se dejaba caer de nuevo sobre el asiento con cara de pocas pulgas. Harry y Ron realmente tenían muchos deberes represados, tanto que Jill estaba tentada a ayudarles con algunos esa mañana. Además, todavía creía firmemente en que Hagrid no la conocía lo suficiente como para querer hablar temas tan delicados frente a ella.

—No sé si...

—Sólo vamos, Jill —insistió Hermione.

Con muy pocos deseos de salir al frío aire de la mañana y mucho menos de caminar entre la nieve, Jill se levantó del asiento y siguió a Hermione hasta la cabaña del guardabosques. Esperaron casi media hora frente a la puerta sin que el hombretón apareciera. A Jill le castañeteaban los dientes mientras veía a los gemelos Weasley hechizar bolas de nieve para que se estrellaran contra las ventanas de la torre de Gryffindor. Los demás estudiantes jugaban disfrutando del tiempo libre en la nevada mañana, ajenos al par de muchachas paradas frente a la cabaña del guardabosques. Iba a darse por vencida y decirle a Hermione que quería regresar a la sala común, cuando vieron que el semigigante venía caminando alegremente desde el castillo, dejando enormes huellas sobre la blanca superficie.

Marcados I: Sangre antiguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora