Mátame.

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Sé como eres, aunque nunca es fácil aceptar que la persona que aprieta el gatillo era la que antes me protegía de las balas.

Mátame.

Supongo que nunca te importé, que no te molestará meter el dedo en la herida una vez más, porque como tú decías 'todas dejan cicatriz' pero lo tuyo no es una cicatriz.
Simplemente, nunca cerrará.

Porque has dejado una herida permanente. Una herida de sal y limón, ácida.

Adelante, dispárame.

No es la primera vez que lo haces, y todos sabemos que lo que pasa una vez, siempre pasa una vez más.

Aprieta el gatillo, vive con mi muerte sobre tus hombros toda tu vida.

Pero recuerda mi última sonrisa dedicada a tu pistola, aunque seguramente no la verás, estarás demasiado ocupado concentrándote para matarme.

Aún así, recuerda, has de aprender a sonreír mientras matas.

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