Pipo

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Hay gente que no le da importancia al hecho de darse la mano. Y darse la mano es mucho más de lo que parece.

Cuando era pequeña, y murió Pipo, un perrote grande y redondo, en el que yo me montaba como si fuera un caballo, lo peinaba y demás travesuras típicas de una niña pequeña, me llevé un disgusto tremendo.

Tenía nueve años, y mi padre decidió enterrarlo en un descampado cerca de nuestra casa, recuerdo que mientras lo enterraba yo tenía los ojos llorosos, y antes de que mi padre volviese a echar toda la tierra encima, puse una margarita sobre su cuerpo inerte.

Después nos quedamos dos minutos, o tres segundos, o una hora viendo su pequeña tumba, la verdad es que no sé cuánto tiempo pasó. Mi padre me cogió de la mano y la apretó. Probablemente haya sido lo más doloroso y reconfortante que me podría haber hecho nunca.

Así que dais la mano sin saber. Regalais confianza, el poder de destrozaros a gente que probablemente no sea nadie para vosotros. El acto de dar la mano a alguien es la capacidad de dar confianza, seguridad, y fe. Así que tened cuidado a quien dais vuestra mano, porque no solo le dais la mano, recordad que os puede coger el brazo.

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